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Lo admito, estaba un poco paranoica con lo de descubrir Buicks conducidos por mujeres, pero creo que es comprensible. Era imposible que reconociera a la zorra psicópata, pero quería rehuir a cualquier posible candidato. Y dado que estaba observadora, me fijé en cosas en las que normalmente no hubiera reparado, y que me crisparon del todo los nervios, como la mujer en el Chevy blanco que tuve pegada a mi parachoques durante un par de manzanas o la que conducía un Nissan verde que cambió de carril justo delante de mí, obligándome a frenar en seco con la consiguiente sacudida de cabeza, motivo por el que la llamé subnormal. Detesto que pase esto, porque la gente que no está atenta se cree que estoy metiéndome con personas que padecen el síndrome de Down. Gracias a Dios llevaba subidas las ventanas, ya me entendéis.

Continué hasta el autobanco y luego me abrí camino entre el tráfico de regreso a Great Bods. Me mantuve atenta por si volvía a ver ese Nissan verde -y de paso algún Buick- lo cual propició que volviera a fijarme en el Chevy blanco, bueno, un Chevy blanco, conducido por una mujer. Eso no es tan inhabitual, de modo que no podía asegurar que fuera el mismo Chevy blanco de antes. ¿Qué posibilidades había de que la misma mujer hiciera el mismo trayecto de vuelta y se situara otra vez detrás de mí? No muchas, pero, eh, ahí estaba yo haciendo el mismo trayecto de vuelta, ¿o no?

Cuando llegué a Great Bods, doblé por la calle lateral para dirigirme al aparcamiento trasero y el Chevy blanco siguió adelante. Solté un suspiro de alivio. O superaba esta paranoia recién descubierta o empezaba a prestar más atención para saber si de verdad me seguía el mismo coche o tan sólo uno parecido. No tenía sentido una paranoia tan imprecisa.

Aún me dolía la cabeza de la sacudida, de modo que fui al despacho y me tragué un par de ibuprofenos. Por regla general disfruto con lo que hago, pero hoy no había sido un gran día.

Hacia las siete y media, la concurrencia de última hora empezó a dejar de concurrir, para mi propio alivio. Saqué un paquete de galletas con mantequilla de cacahuete de la máquina expendedora que teníamos en la sala de descanso, y eso fue mi cena. Estaba tan cansada que lo único que quería era sentarme y no moverme durante, oh, diez horas o así.

Wyatt apareció a las ocho y media para quedarse conmigo hasta la hora de cerrar. Me dedicó una mirada severa que me hizo pensar que probablemente mi aspecto no era el mejor, pero lo único que dijo fue:

– ¿Qué tal te ha ido?

– Bien hasta que he ido al banco y casi me doy contra una imbécil que se ha metido delante de mi coche y me ha obligado a frenar en seco -le expliqué.

Ay.

– ¿Ya tí que tal te ha ido?

– Normal.

Lo cual podía significar cualquier cosa, desde cadáveres encontrados en un basurero a un robo en un banco, aunque estaba bastante segura de que me habría enterado si hubieran robado en alguno de los bancos del centro. Necesitaba echar mano a sus papeles para asegurarme de que no me había perdido algo.

Cuando se fue el último cliente, el personal empezó a limpiar para dejarlo todo en orden. Tengo nueve personas empleadas, contando a Lynn, y como mínimo siempre cuento con tres personas en cada turno de siete horas y media, y cuatro en cada turno de viernes y sábados, los días de más ajetreo. Todo el mundo tiene dos días de fiesta, excepto yo, que tengo uno. Algo que tendría que cambiar pronto y, con eso en mente, escribí una nota para recordarme que contratara a una persona más.

Uno a uno, el personal acabó y se despidió mientras salía. Me estiré bostezando, sintiendo el eco del dolor provocado por mi colisión con el suelo del aparcamiento del centro comercial. Quería sumergirme mucho rato en una bañera caliente, pero eso tendría que esperar porque sobre todo quería meterme en la cama.

Di un último repaso para comprobar que todo estaba en orden y me aseguré de que la puerta de entrada estuviera bien cerrada. Siempre dejaba un par de luces tenues encendidas en la zona de la entrada. Wyatt me esperaba junto a la puerta posterior y, una vez conecté la alarma, él abrió mientras yo apagaba las luces del pasillo, y salimos afuera. Las luces del sistema sensor de movimientos se encendieron de inmediato, y yo me volví para cerrar la puerta con llave. Cuando volví a girarme, él estaba agachado al lado del coche.

– Blair -dijo adoptando el tono uniforme que emplean los polis cuando no quieren revelar nada. Dejé de andar mientras el pánico y la furia crecían con igual fuerza y creaban una mezcla potente. Ya había tenido bastante de esta basura, y estaba harta de ello.

– ¡No me digas que alguien ha puesto una bomba debajo de mi coche! -dije llena de indignación-. Esto es la gota que colma el vaso. Ya he tenido suficiente. ¿Qué pasa, que se ha abierto la temporada MatemosaBlair? Si todo esto pasa porque fui animadora, entonces la gente tiene que repensarse las cosas; hay cuestiones mucho más graves en este mundo…

– Blair -repitió, esta vez con voz traviesa.

Yo ya me había embalado, y no me gusta nada que me interrumpan.

¿Qué?

– No es una bomba.

– Oh.

– Parece que alguien te ha rayado el coche.

– ¿Qué? ¡Mierda!

Enfurecida de nuevo, me apresuré a ir a su lado. No había duda, un rayón largo y feo marcaba todo el lado del conductor de mi coche. Las luces del sistema sensor tenían suficiente intensidad como para verlo a simple vista.

Empecé a dar patadas al neumático. Ya había retrasado la pierna cuando recordé la conmoción cerebral. El dolor de cabeza me salvó probablemente de romperme los dedos del pie, porque, ¿alguna vez habéis dado una buena patada a un neumático, con fuerza, como si estuvieras despejando el coche entre los palos de la portería? No es una buena idea.

Ni tampoco había nada cerca que pudiera patear sin que me rompiera los dedos de los pies. La pared, los postes de la cubierta, era mis únicas dianas, y todas ellas eran más duras aún que los neumáticos. No había manera de aplacar mi mal genio; pensé que iban a saltarme los ojos por la presión interna.

Wyatt miraba alrededor, evaluando la situación. Su Crown Vic del cuerpo de policía se encontraba al final de la fila; minutos antes los coches del personal habrían estado aparcados entre su coche y el mío, lo que impidió que viera el destrozo al llegar.

– ¿Alguna idea de cuándo ha podido suceder esto? -me preguntó.

– En algún momento después de regresar del banco. Volví hacia las tres y cuarto, tres y veinte.

– Entonces después de acabar las clases.

Resultaba fácil seguir su hilo de pensamiento. Un adolescente aburrido, cruzando el aparcamiento, podría haber encontrado divertido fastidiar el Mercedes. Tenía que admitir que era el guión más previsible, a menos que Debra Carson volviera a tener ganas de pelea, o la zorra psicópata del Buick me hubiera seguido la pista de algún modo. Pero ya había considerado estas posibilidades, tras recibir aquella extraña llamada telefónica que me puso la piel de gallina, y ahora no eran más verosímiles que antes. De acuerdo, Debra era la posibilidad más factible, porque sabía dónde trabajaba yo y sabía cuál era mi coche. Lo de mi Mercedes le había tocado especialmente la fibra, porque Jason era de la opinión que ella debía conducir un coche de fabricación estadounidense, porque quedaría mejor de cara a los votantes.

De todos modos, aquello suponía asumir demasiados riesgos porque ya estaba acusada de intento de asesinato -aunque Dios sabe cuándo irá a juicio, dados los contactos de la familia de Jason- y acosar a la víctima no le harian ganar puntos en absoluto.