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– Eso me ha hecho abrir los ojos por completo.

Yo no dije nada, sobre todo porque él sólito lo estaba haciendo muy bien, deduciendo las cosas.

– No tenía ni idea de cuánto trabajo supone la restauración -murmuró-. Sally siempre estaba trabajando en algo en el sótano, de modo que nunca presté mucha atención. Sea como fuere, a mí no me parecía que hiciera tanto trabajo.

– Eso es porque no trabajaba en el mueble cuando tú estabas en casa. Siempre ha dicho que prefería pasar el tiempo contigo. -La sal cura las heridas. Impide que se pudran.

Se estremeció y pasó varios minutos mirando por la ventana. Casi habíamos llegado a su oficina cuando volvió a hablar.

– Ella amaba de verdad todos esos viejos muebles, ¿no es cierto?

– Pues sí. Había pasado meses buscando la pieza perfecta. Movió un poco la boca, luego la cerró con firmeza.

Tras tragar saliva un par de veces, dijo con agresividad.

– Y supongo que piensas que debería pedirle disculpas.

– No.

Sorprendido, me miró. -¿Ah no?

– Antes sí lo pensaba. Ahora no lo sé. Lo que ahora pienso es que ella debería ser la primera en pedirte disculpas. Luego tú deberías hacerlo.

Vale, yo misma estaba sorprendida, pero era verdad. Jazz había cometido un error al no prestar más atención a su esposa y había cometido un error por ignorancia, pero no había intentado hacerle daño de forma intencionada. Sally había intentado deliberadamente embestirle con el coche. Wyatt tenía razón: eran dos errores diferentes. Herir los sentimientos de alguien no es lo mismo que el daño corporal.

Por otro lado, yo prefería hacer frente a una conmoción cerebral que a esto que sentía en esos momentos, como si la parte inferior de mi mundo se hubiera desprendido y estuviera descendiendo en caída libre. Entendía muy bien el significado de la palabra desconsuelo. No iba a morir de depresión si rompía con Wyatt, no descuidaría mi negocio, ni me metería a monja. Reservo el dramatismo para asuntos menos importantes, como salirme con la mía, aunque, vale, eso es bastante importante para mí, pero no es cuestión de vida o muerte. Pero sin Wyatt no sería igual de feliz, y tal vez no volviera a ser feliz en mucho tiempo.

No podía hacer nada al respecto en ese instante, pero podía hacer algo para que la situación entre Sally y Jazz avanzara.

Aparqué delante de su edificio y permanecimos sentados mirándolo.

– Un poco de diseño en el jardín iría bien -dije al final. Me miró con expresión perpleja.

– El edificio -apunté para ayudarle-. Parece una cajita fea ahí puesta. Necesitas que te diseñen un jardín. Y, por el amor de Dios, deshazte de ese sofá.

Por hoy ya había hecho bastante, y casi había pasado la mañana. No obstante hice la prueba e intenté encontrar a Monica Stevens, de modo que paré en Sticks and Stones.

Como he mencionado, le va el vidrio y el acero, son la marca de la casa, y era una decoradora popular. A mí no me convence, pero tampoco tiene por qué hacerlo. Sticks and Stones, por supuesto, estaba decorado a su estilo. Entré e hice una pausa, para darme tiempo y dejar de temblar antes de ponerme a hablar con alguien.

Una mujer delgada como un palillo, muy chic, de unos cuarenta y pico, se acercó majestuosamente.

– ¿Puedo ayudarla?

Le dediqué la sonrisa genuina de animadora, amplia y blanca.

– Hola, soy Blair Mallory, dueña de Great Bods. Me gustaría hablar con la señorita Stevens, si se encuentra aquí.

– Lo siento, pero ha salido para atender un compromiso. ¿Quiere que le diga que la llame?

– Por favor. -Le di una de mis tarjetas profesionales y me fui. No podía hacer nada más hasta que hablara con la propia Monica, y puesto que no estaba, ahora tenía tiempo para almorzar, así como para devolver llamadas.

Primero fui a comer algo, siguiendo el razonamiento de que si hablaba con Wyatt antes de comer podría perder el apetito. Si iba a ser infeliz, entonces mejor mantener las fuerzas.

Cuando volví al coche, permanecí sentada en el aparcamiento y -sí, estaba dejando las cosas para más tarde- devolví primero la llamada a mamá. Luego a Roberta. Mamá me informó de que finalmente había dado con una pastelera y estaba negociando con ella un encargo de emergencia. Roberta me informó de que estaba controlado el tema de las flores, pues tenía una florista amiga que iba a hacer los preparativos en su tiempo libre, y yo sólo debía ponerme de acuerdo con ella respecto a mi ramo.

Estaba a punto de echarme a llorar cuando acabé de hablar con ellas, porque no sabía si la boda iba a celebrarse o no, pero tenía que fingir que todo marchaba a las mil maravillas. No podía permitirme llorar porque no quería empezar a moquear, pues cuando hablara luego con Wyatt parecería que hubiera estado llorando y, por supuesto, eso era lo que había hecho, pero… no importa. Es complicado.

Confié en que no contestara. Confié en que se encontrara en una reunión con el jefe de policía Gray, o con el alcalde, y que tuviera el móvil apagado, aunque yo sabía que nunca lo apagaba, sólo lo ponía en función vibradora. De modo que entonces confié en que se le hubiera caído el teléfono por el váter. Era obvio que me estaba costando dejar de dar vueltas a lo de anoche.

Pero le telefoneé. Cuando ya llevaba tres timbrazos, aumentaron mis esperanzas de que no contestara. Entonces respondió:

– Blair.

Yo tenía medio preparado lo que iba a decir, pero cuando oí su voz me olvidé de todos los preparativos. O sea, que dije algo totalmente geniaclass="underline"

– Wyatt.

Contestó con sequedad.

– Ahora que ya hemos dejado claras nuestras identidades, tenemos que hablar.

– No quiero hablar. No estoy preparada para hablar, todavía estoy pensando.

– Estaré en tu casa cuando salgas del trabajo. -Concluyó la llamada del mismo modo abrupto con el que la había iniciado.

– ¡Burro! -aullé; de pronto la furia me hizo temblar y arrojé el teléfono al suelo del coche, algo que por supuesto no sirvió de nada porque luego tuve que buscarlo. Por suerte soy ágil, y el coche es pequeño.

Todavía no quería hablar con él. Los cuatro puntos que me quedaban por considerar eran tan importantes que aún no podía afrontarlos. Lo que más me asustaba era que Wyatt me convenciera para olvidar esta pelea y seguir adelante, pero estaba claro que más adelante estas cuestiones importantes volverían a importunarnos. Wyatt podía convencerme, porque yo le quería. Y él quería convencerme porque también me quería.

Eso era lo que me preocupaba. Por primera vez desde que sabía que Wyatt me quería -ya hacía tiempo que yo sabía que quería a ese pedazo de burro- tenía serias dudas de que consiguiéramos que el matrimonio funcionara.

El amor por sí solo no es suficiente, nunca es suficiente. Tiene que haber otras cosas, como gustarse y respetarse, o el amor se desgasta con la realidad de la vida cotidiana. Quería a Wyatt, le adoraba, pese a las cosas que me ponen furiosa, como esa necesidad agresiva de ganar que le había hecho tan buen jugador de fútbol americano y se extendía a todas las facetas de su carácter. Wyatt era una persona lo bastante fuerte como para que yo no tuviera que poner freno a mi propia tendencia alfa: él aguantaba toda la caña que yo le diera.

Pero una de las cuestiones que aún no había abordado, de repente se me hizo muy evidente: tal vez Wyatt no estaba dispuesto a aceptar tanta caña.

Hace dos años, había decidido pasar de todo después de sólo tres citas, porque había llegado a la conclusión de que yo requería muchas atenciones, es decir, que yo no merecía tantas molestias. Pero cuando asesinaron a Nicole Goodwin en mi aparcamiento, hacía dos meses y pensó, por un momento, que yo era la víctima, se vio obligado a admitir que lo que había habido entre nosotros era demasiado especial, algo que no iba a repetirse así como así. De modo que había vuelto y me había convencido de cuánto me quería, y desde entonces no nos habíamos separado, pero -y aquí tenemos un gran «pero», tamaño hotentote- no había que olvidar que durante dos años había estado perfectamente satisfecho sin mí. Eso siempre me había irritado, como un sarpullido, y ahora entendía por qué.