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DeMarius volvió a salir del coche patrulla y se estiró con el cuchillo de jefe de cocina en la mano y una mirada de asombro en el rostro.

– Qué demonios -soltó.

El cuchillo debía de haberse salido del bolso al caer al suelo. Un grupo de policías, tanto de paisano como uniformados, se habían reunido formando un grupo desordenado alrededor de nosotros y todos clavaron la mirada en mi cuchillo. Sólo la amplia hoja tenía sus buenos veinte centímetros, y la cosa medía en total unos treinta y cinco centímetros. Me sentí orgullosa, porque la visión era impresionante.

Wyatt suspiró.

– Metedlo en el bolso -dijo.

La agente que llevaba mi bolso lo abrió para que DeMarius pudiera depositar el cuchillo dentro y luego dijo: -Espera un minuto.

Entonces metió la mano y sacó los zapatos de la boda.

Eran preciosos, relucían con los detalles de estrás y sus tiras, delicadas obras de arte. Resultaba muy evidente que no podías ir con estos zapatos a ningún trabajo, a menos que fueras tal vez una corista de Las Vegas, y mirarlos significaba casi desconectar de la realidad. Eran mágicos. Eran una fantasía cobrando vida, como si Campanilla se hubiera iluminado de repente en la mano de la agente.

– No quiero correr riesgos; sería un pecado que estas preciosidades sufrieran algún desperfecto -dijo con un apropiado tono de admiración-. Deja el cuchillo en el fondo.

Oh, Dios mío, ni siquiera había pensado en eso. Me acongojé. ¿Y si hubiera rajado accidentalmente mis zapatos?

DeMarius guardó el cuchillo en el fondo del bolso, y luego la agente depositó con reverencia los zapatos encima. DeMarius empezó a hojear las notas que llevaba en la mano; podía leerlas sin necesidad de una linterna, pues estaba a punto de salir el sol. Agrandó los ojos y soltó una especie de carcajada contenida.

– ¿Qué pasa? -preguntó alguien a quien reconocí. El oficial Forester estiró el brazo para coger las notas. Las hojeó deprisa abriendo también los ojos, y luego estalló en carcajadas que intentó convertir en toses sin éxito.

Wyatt volvió a suspirar.

– Pasadme eso -dijo con cansancio-. Metedlas en el bolso junto con el arma y el calzado llamativo. Me ocuparé más tarde de eso.

De Marius agarró las notas y se apresuró a guardarlas en el bolso y Wyatt tuvo que moverme para coger el bolso con la mano con la que que me agarraba por las rodillas. Yo fulminé con la mirada tanto a DeMarius como al oficial Forester. Yo había dejado claros varios puntos de vista con mis notas, ¿y ellos se reían? Tal vez fuera una suerte no poder hablar en este momento, porque si hubiera dicho lo que pensaba, lo más probable es que me hubieran arrestado.

– Buena suerte -consiguió decir con voz ahogada Forester mientras daba una palmada a Wyatt en el hombro. No dijo «va a hacerte falta», pero era bastante probable que lo pensara.

Me negué a mirar a Wyatt mientras me llevaba al coche. En vez de eso, observé cómo recogían las mangueras las unidades de bomberos, mientras dos hombres que llevaban estampado «jefe de bomberos» en sus cazadoras husmeaban entre los cascotes ennegrecidos. El gentío de mirones fue dispersándose poco a poco, algunos en dirección a sus trabajos y otros a preparar a sus niños a toda prisa para ir al colé. Yo también tenía que hacer un montón de cosas, pero prácticamente todas requerían hablar, así como vestirse, de modo que me pareció que iba a tenerlo complicado por el momento.

No quería hablar con Wyatt en absoluto, pero ya que era mi único medio de comunicación, como mínimo hasta que llegara a su ordenador, tendría que intentar al menos escribirle notas. Con esto de no ser capaz de hablar podías morirte esperando.

Me puso en el suelo cuando llegamos al coche, sin dejar de rodearme con el brazo izquierdo mientras habría la portezuela con la mano derecha. Volví a ajustarme la manta para que no me quedara tan ceñida y me permitiera entrar en el coche por mi propio pie, aunque tuve que pelearme un poco con el tejido. Para cuando Wyatt se acomodó en el asiento del coche del conductor, yo ya había liberado mis brazos e intenté coger el bolso.

Lo apartó de mi alcance.

– Creo que no -dijo con gesto serio-. He visto el tamaño de ese cuchillo.

Necesitaba mi agenda, no el cuchillo; y no porque el cuchillo no me tentara. Aceptando lo inevitable, formé una libreta con mi mano izquierda y fingí apuntar algo en ella con la derecha. Luego indiqué el bolso.

– Me parece que ya has escrito suficientes notas -refunfuñó, metiendo la llave en el contacto.

Le di en el brazo, no con fuerza, pero sí con la suficiente como para atraer su atención. Me señalé la garganta, negué con la cabeza y luego hice gestos enérgicos para indicar la libreta y el boli otra vez.

– ¿No puedes hablar?

Negué con la cabeza. ¡Lo entendía por fin!

– ¿Nada?

Volví a negar con la cabeza.

– Eso está bien -dijo con satisfacción, arrancando el motor y metiendo primera.

Para cuando llegamos a su casa, estaba tan rabiosa que casi no podía permanecer quieta en el asiento. En cuanto detuvo el coche solté el cinturón de seguridad y salí disparada, metiéndome en la casa antes que él. Entré como una flecha en aquella lamentable habitación que no merecía llamarse despacho y cogí libreta y boli. Wyatt estaba justo detrás de mí, estirando el brazo para quitármelos, cuando vio que estaba escribiendo instrucciones en vez de insultos.

¡LLAMA A MAMÁ!, fue mi primera directriz. Lo subrayé tres veces, y puse cuatro signos de exclamación detrás.

Me observó con ojos entrecerrados, porque veía que lo que quería era acertado. Asintió y fue a coger el teléfono.

Mientras hablaba con ella y le comunicaba las malas noticias de que me habían quemado la casa, y las buenas de que no había sufrido ningún daño, yo continué escribiendo cosas.

Primero de todo, necesitaba ropa, al menos alguna cosa para ponerme hoy y poder ir luego a comprar más cosas. Apunté sujetador, bragas, vaqueros, zapatos y blusa, así como un secador de mano y cepillo moldeador. Le di la lista a Wyatt y él se la leyó a mamá. Sabía que ella se ocuparía a partir de ese momento.

La siguiente llamada de la lista era Lynn en Great Bods. Era posible que hoy yo llegara tarde a trabajar.

Wyatt dio un resoplido y dijo:

– ¿Eso crees? -Pero hizo la llamada de todos modos.

Lo siguiente en mi lista era la compañía de seguros, pero todavía no había abierto. Como yo quería jugar limpio, también apunté la aseguradora de Wyatt. Él también tenía que ocuparse de algunas cosas. Luego empecé a apuntar todo lo que necesitaba comprar. Iba ya por la segunda página cuando Wyatt me quitó la libreta y me levantó de la silla.

– Puedes organizar tu salida de compras más tarde -dijo conduciéndome hacia la escalera-. Deberías verte. Los dos necesitamos una ducha.

Nada que discutir al respecto. Lo único que no me hacía falta era darme una ducha con él. Me solté de sus brazos, tropezando casi con el esfuerzo, y levanté la mano como un guardia de tráfico. Sacando el mentón, le señalé primero a él y luego a mí misma, y sacudí la cabeza con energía.

– ¿No quieres ducharte conmigo? -preguntó inocentemente. Mecachis, sabía lo furiosa que estaba y se aprovechaba a posta de mi laringitis.

De acuerdo, a ver si lo entendía de una vez. Nos señalé a ambos otra vez, luego formé un círculo con el pulgar y el índice de la mano izquierda, y metí el anular de la mano derecha dentro y fuera del círculo con gran rapidez, después bajé las manos y negué con la cabeza aún con más energía que antes.

Él sonrió.

– No tienes idea de la pinta que tienes o no se te ocurriría que la idea de sexo pudiera pasarme por la cabeza en este momento. Lavémonos, luego iremos a comisaría y podrás responder a algunas preguntas y hacer una declaración. -Y se corrigió-. Escribir una declaración.

Me hacía una idea de mi aspecto, porque podía verle a él. Pero por eso no era menos consciente de sus intenciones. Era Wyatt, el señor Perpetuamente Cachondo. Sabía cómo funcionaba. Habíamos practicado sexo en la ducha unas cuantas veces.