Era obvio que había que dejar alguna cosa clara al respecto, y así lo hice. ¿Y si ella logra seguirme hasta aquí? Tú correrás tanto peligro como cualquier otra persona con quien yo esté. Y tienes que ausentarte muchas noches.
– Me ocuparé de esa cuestión -dijo tras hacer una pausa justo para leer lo que había escrito, por supuesto no lo suficiente como para reflexionar bastante-. Tienes que confiar en mí en esto. Un pirómano deja pistas. Además el procedimiento habitual es grabar en vídeo a los mirones de la escena de un crimen o de un incendio provocado. Mientras me dirigía allá en coche, transmití a todo el mundo la idea de que probablemente se tratara de un incendio provocado. Uno de los agentes ya tenía filmado el gentío mucho antes de que tú la localizaras. Lo único que tienes que hacer es decirnos quién es y nosotros continuaremos con el trabajo.
Qué alivio. Wyatt no tenía ni idea del alivio tan grande que suponía eso para mí, porque él no había estado en la casa conmigo. De todos modos, habría sentido un alivio aún mayor si ella ya estuviera detenida, y todavía mayor si no me hubiera tenido encerrada en aquel apestoso coche patrulla.
Escribí: Conozco esa cara, la he visto en algún sitio, pero no puedo situarla. Está fuera de contexto.
– Entonces alguien más de tu familia o incluso uno de tus empleados podría reconocerla. Por supuesto, la viste mientras te seguía, por lo tanto puede que te resultase familiar por eso.
Sonaba lógico, pero… equivocado. Negué con la cabeza. No había distinguido tantas cosas cuando me seguía, sólo que la persona al volante era una mujer.
El sonido de un coche en la calzada atrajo nuestra atención y Wyatt se levantó. El sonido continuó hasta llegar a la parte trasera, lo cual significaba que se trataba de algún familiar o amigo que entraba por ahí; cualquier otra persona hubiera ido a la entrada principal. Wyatt abrió la puerta que daba al garaje y dijo:
– Es Jenni.
Wyatt había llamado a mamá hacía menos de una hora, así que me sorprendía que alguien hubiera llegado hasta aquí tan pronto con la ropa. Jenni entró con paso enérgico en la cocina y con una bolsa de WalMart en cada mano.
– Tu vida sí que es interesante -comentó sacudiendo un poco la cabeza mientras dejaba las bolsas encima de la mesa.
– Ni un momento de aburrimiento -corroboró Wyatt con ironía- Además, tiene una laringitis colosal, por inhalación de humos, y por eso escribe notas.
– Ya veo -dijo Jenni cogiendo la que decía HOMBRES GILIPOLLAS. La estudió durante un momento-. Y está muy enfadada, también. No es habitual en ella ser redundante. -Estaba de espaldas a Wyatt, de modo que él no pudo ver el guiño travieso que me lanzó.
Su única respuesta fue un resoplido.
– Vamos a lo nuestro -dijo Jenni con jovialidad mientras abría las bolsas-. Ya estaba levantada y vestida cuando llamó mamá, así que me fui directa a WalMart. Sólo he traído cosas básicas, pero es todo lo que necesitas por ahora, ¿de acuerdo? Vaqueros, dos bonitas camisetas, dos conjuntos de ropa interior, secador de mano y cepillo moldeador, máscara, brillo, y pasta y cepillo de dientes. Y crema hidratante. Oh, y un par de mocasines. No puedo dar fe de su comodidad, pero son muy monos.
Busqué en la bolsa el recibo de la compra, aprobando con movimientos de cabeza cada uno de los artículos, y saqué mi talonario para reembolsarle el importe. Como Jenni estaba de pie, alcanzó a ver mis zapatos de la boda dentro de la bolsa y soltó un resuello.
– Oh. Santo cielo. Dios. -Sacó un zapato con reverencia y lo mantuvo en equilibrio sobre una mano-. ¿Dónde los has conseguido?
Dejé un momento el cheque que estaba preparando y pasé a escribir en la libreta, anotando obedientemente el nombre del comercio. No me preguntó cuánto habían costado, y yo no le ofrecí esa información voluntariamente. Algunas cosas son intranscendentes. Eran mis zapatos de boda, y el precio no era un factor en la decisión de compra.
– Qué suerte tienes de que estuvieran en la bolsa -me dijo en voz baja.
Acabé de escribir el talón y lo arranqué, luego negué con la cabeza y anoté: No los llevaba ahí. Tuve que volver para cogerlos.
Por supuesto, Wyatt me vio sacudir la cabeza y se acercó hasta nosotras en dos zancadas para ver lo que había escrito. Me observó con incredulidad por un momento, y luego juntó las cejas.
– ¿Pusiste en peligro tu vida por un par de zapatos? -bramó.
Le dediqué una mirada de exasperación y escribí: Eran mis ZAPATOS DE BODA. En ese momento aún pensaba que iba a casarme contigo. Me lo he repensado ahora.
– Vaaaaale -dijo Jenni mientras cogía el talón y giraba sobre sus talones-. Yo me largo de aquí.
Ninguno de los dos le prestamos la menor atención mientras salía por la puerta. Wyatt soltó, furioso:
– ¿Volviste a entrar en una puta casa en llamas para recuperar un par de zapatos? No me importa si están revestidos en oro…
Cogí la libreta y escribí: Técnicamente, no. Todavía estaba EN mi habitación cuando me acordé de los zapatos y me fui hasta el armario para cogerlos. Entonces dejé el boli con un golpe, cogí mis ropas nuevas y demás parafernalia y me lo llevé todo al piso de arriba. Y tampoco esta vez a la habitación principal.
Encerrada a salvo en el baño que había usado antes, bendije mentalmente a Jenni por acordarse de las cosas pequeñas. Me cepillé los dientes, me puse crema hidratante -mi piel la necesitaba terriblemente después de haber estado expuesta a todo ese calor y hollín, y haberla restregado con lavavajillas- y me sequé el pelo. Cuando acabé de vestirme, volví a sentirme humana. Muy cansada, pero humana.
Wyatt aún me esperaba cuando volví a bajar, aunque la verdad, no creía en serio que fuera a marcharse sin mí. Aún mantenía una expresión adusta, pero me dedicó un escrutinio y luego soltó de forma abrupta:
– Tienes que comer algo.
Mi estómago se animó. Mi garganta dijo que de comer ni hablar. Y yo negué con la cabeza mientras me señalaba la garganta.
– Entonces, leche. Puedes beber un poco de leche. -Wyatt siempre tenía leche a mano, para los cereales-. O gachas de avena. Siéntate y prepararé un par de tazones.
Lo dijo con decisión, y lo más probable era que tuviera razón; los dos necesitábamos comer después de la noche que habíamos soportado. Tenía la impresión de que hacía días que se había llevado el contestador a comisaría para que lo analizaran, cuando en realidad no habían pasado ni doce horas. El tiempo vuela cuando estás saltando desde un segundo piso de un edificio en llamas, trepando vallas, y buscando zorras psicópatas con la intención de destriparlas, para acabar encerrada en un apestoso coche patrulla durante horas mientras ella se burla de ti.
Se quitó la chaqueta del traje y preparó con eficiencia dos tazones de papilla instantánea de avena, añadiendo azúcar y leche suficientes al mío para que quedara más caldosa. Me metí una cucharada con cautela; estaba buena y caliente, y lo bastante blanda como para poder tragarla, aunque me hiciera toser. Toser era un rollo. Insistí de todos modos, hasta que conseguí comer la mitad del tazón, pero las toses que seguían a cada bocado eran demasiado bruscas para mi garganta, que ya parecía papel de lija, o sea, que me rendí tras medio cuenco. Tal vez debería seguir una dieta a base de batidos, yogur y postre de gelatina durante unos cuantos días.
Limpiamos juntos la mesa, aunque tampoco es que hubiera mucho que recoger: dos tazones, dos cucharas, dos tazas de café, y cuando todo estuvo dentro del lavaplatos, cogí mi bolso -sí, había retirado el cuchillo-, le miré, y simulé que giraba la llave en el contacto del coche.
– Aún están en el coche -dijo, refiriéndose a mi Mercedes. Él iba a conducir su coche del cuerpo de policía, el Crown Vic. Me asqueaba cómo había acabado su Avalanche; había visto cómo empezaba a arder uno de los neumáticos delanteros, por lo tanto supe desde el principio que el daño sería irreparable pese a que los bomberos acudieron de inmediato a rociarlo con agua. A esa distancia, el calor quemaba la pintura, fundía los faros y la parte delantera del motor, hacía todo tipo de cosas desagradables. Wyatt se había tomado con calma la pérdida de la furgoneta, pero, dado que había estado en un montón de incendios, supongo que había sabido a ciencia cierta que sería imposible salvarla.