– No te muevas -gruñó contra mi cuello-. No te muevas.
Quería moverme, necesitaba moverme de un modo desesperado, elevarme y descender sobre su penetrante carne y acabar con esta exquisita tortura. Una sólo penetración sería suficiente, sólo una… y aun así no quería que acabara, así de exquisita era la tortura. Quería vibrar ahí, justo sobre el borde, y sentir las sacudidas a través de su gran cuerpo que pugnaba enfrentado a la misma necesidad.
– Nada de moverse -le susurré también, y me agarró el trasero con desesperación.
Nuestros cuerpos ardían, desprendían vapor, pero el frío del aire acondicionado recorría mi espalda como el aliento de la escarcha. Mientras Wyatt sobaba mi trasero con sus grandes manos, yo me dilataba con el movimiento, abriéndome hasta sentir que el frío tocaba lugares húmedos protegidos habitualmente. El contraste entre calor y frío me desorientaba, mis sentidos daban vueltas sin parar. Deslizó los dedos por mi trasero, hacia abajo, más abajo, hasta que acarició la piel estiradísima donde me penetraba.
Habría chillado, intenté chillar, pero mi garganta rehusó hacer ese esfuerzo y se negó a cooperar. Intentaba no moverme. Temblaba y me estremecía, con la cabeza caída a un lado mientras su boca operaba en mi cuello. Le agarré con fuerza, intentando retenerle para que entrara aún más, y él también tembló. Me encantaba sentir eso, sentir toda su dureza y fuerza reaccionando a mí. Me encantaba la expresión desgarradora en sus ojos verdes, la manera en que me observaba, el abandono absoluto de todas las defensas mientras los dos nos forzábamos al máximo.
Y entonces puse en movimiento todo mi cuerpo, entre estremecimientos y gritos, balanceándome contra él mientras sentía que me disolvía como nunca antes. Los espasmos parecían grandes olas propagándose por mi cuerpo. Le sentí gemir, sentí la vibración a través de todo su ser, y justo mientras me derrumbaba, mientras me desmontaba contra él, Wyatt cambió la posición y me sujetó debajo de él sobre el colchón para dejarse ir también.
Nos dormimos así, sin apagar la lámpara, sin ir a lavarnos. Y si soñé, no lo recuerdo.
Por la mañana, hicimos el amor en la ducha, algo que, sí, ambos necesitábamos. Prácticamente tuvimos que despegarnos con ayuda del agua caliente. Del mismo modo que las relaciones de la noche habían sido intensas, las de la mañana fueron juguetonas, al menos hasta el último minuto más o menos. Cuando bajé brincando a desayunar, yo estaba radiante.
Siempre tardo más que él en prepararme, por supuesto, por lo que ya había empezado a preparar el desayuno. Volvió la cabeza y me guiñó un ojo mientras yo me dirigía hacia la cafetera.
– ¿Crees que hoy podrás tragar comida de verdad?
Di el primer sorbo al café, lo consideré y luego balanceé la mano con un movimiento «tal vez sí, tal vez no».
– Entonces, gachas de avena -dijo-. No intentes comer nada que te haga toser.
Yo había intentado hablar, por supuesto, y de hecho esta mañana conseguía emitir algún sonido. Pero por desgracia, los sonidos se parecían más al canto de un sapo moribundo. Sin embargo, sólo el hecho de poder susurrar ya era un enorme alivio, porque tenía un día complicado por delante.
Mientras estábamos desayunando, me dijo con el ceño fruncido: -No puedo quedarme hoy contigo, así que tu primera parada será ir a buscar un nuevo móvil. ¿Entendido? Tienes que estar comunicada en todo momento.
Estuve del todo conforme con eso.
– De todos modos, tienes que contarme qué pasó con el teléfono viejo.
Sólo porque pudiera susurrar, no quería decir que debiera hacerlo. Cuanto menos usara mi voz, antes la recuperaría. De modo que representé el momento en que arrojé el teléfono contra la ventana.
– Eso pensaba -comentó Wyatt al cabo de un momento, con tono crispado.
Como si nadie hubiera roto un móvil antes.
– Bien. Lo que quiero que hagas hoy es mantenerte alejada del trabajo. No vayas a ninguno de los lugares habituales, a los sitios donde ella podría esperar encontrarte. No vayas a casa de tus padres. No vayas a casa de Siana. Tienes muchas compras que hacer, así que hazlas. Te llevaré a una agencia de alquiler de coches para que conduzcas algo completamente diferente a esa cosita llamativa que está en el garaje. -Ahora Wyatt era sólo el policía, ojos entrecerrados y mente en acción-. Mandaré a que recojan el Mercedes, y meteremos a una de nuestras agentes rubias en él y la haremos rondar: por Great Bods, por tu banco, por el lugar habitual adonde vas a almorzar. Esta mujer tal vez intente pasar inadvertida un rato, un día quizá, pero finalmente saldrá a por ti otra vez. Pero no serás tú. Eso no es negociable.
Busqué la libreta y garabateé: No pongo pegas a eso. Cierto, la noche del incendio, si hubiera podido seguir a la muy zorra, me habría lanzado por su culo como una paramilitar, así de furiosa estaba, pero a la luz del día mi cabeza estaba más serena, y una realidad se mostraba descaradamente: debía retomar el tema de la boda, no podía permitir ningún otro retraso. Esta misma noche, aunque tuviera que escribir cada palabra, Wyatt y yo mantendríamos esa conversación que habíamos estado posponiendo. No me sentía capaz de esperar ni siquiera hasta ese momento.
Gracias a las prometedoras cualidades de JoAnn tras el mostrador de recepción, ella y Lynn podrían ocuparse de las cosas hasta que esta chiflada estuviera bajo custodia. Entretanto, yo iba a ir a contrarreloj si quería lograr organizar la boda. ¿Cuántos días había perdido ya por culpa de esa mujer, suponiendo que fuera ella la que intentó atropellarme en el aparcamiento? Podría no serlo, pero, eh, se había ganado a pulso que le echáramos la culpa, de modo que yo la culpaba.
Me sentiría perfectamente a salvo conduciendo un anónimo coche de alquiler para ir a Sticks and Stones y plantar cara a Monica Stevens en su feudo, luego salir a comprar mi tela, a comprar ropa nueva -en un centro comercial diferente, claro- y después ir a ver a Sally. Nada de eso estaba incluido en mi rutina cotidiana, y el punto de partida iba a ser diferente por completo, un lugar seguro. La acosadora no sabía donde estaba yo o cómo encontrarme, y eso era una gozada.
Después de desayunar, Wyatt me acompañó a comprar otro móvil. Para sorpresa mía, no me llevó a mi proveedor habitual de telefonía móvil, sino al suyo, y me incluyó en su cuenta. Conservé mi número de siempre, por supuesto, pero el hecho de combinar nuestras cuentas producía una sensación asombrosa de… relación estable.
Eso me recordó otros detalles de los que tenía que ocuparme, tales como dar de baja los contadores de mi casa. Estaba casi convencida de que tanto la compañía de teléfono como la de cable seguirían facturando pese a que ahí ya no había ninguna casa. Y necesitaría hacer inventario para la compañía de seguros. Dios, pensaba que había planificado bien el día, pero cada vez surgían más cosas, que amenazaban con comerse mi tiempo.
Nuestra próxima parada quedaba cerca del aeropuerto, donde estaban todas las empresas de alquiler de coches. Escogí un Taurus -tienen buena suspensión-, pero ¿adivináis el color? Blanco. El blanco parecía ser el color predominante en los coches de alquiler. No estaba del todo contenta con él, pero Wyatt se opuso del todo al rojo manzana.
– Llama demasiado la atención -dijo. Supongo que sí.
Luego me dio un beso y nos separamos para continuar con nuestra jornada.
Sólo eran las nueve de la mañana, demasiado temprano para que Sticks and Stones estuviera abierto. Decidí ir a otra tienda de telas para matar el rato. No hubo suerte. Qué desalentador, pero de todos modos, cuando acabé de recorrer la tienda de arriba abajo, ya había matado casi una hora, así que me fui en coche a Sticks and Stones.
La misma mujer flacucha de la otra vez salió a saludarme y su sonrisa se enfrió un poco al tomar nota de mis vaqueros y jersey ligero.
– Sí, ¿en qué puedo ayudarla?
No tenía otro remedio, tenía que hablar… susurrar más bien.