Выбрать главу

– No. -Sólo sabía que era una zorra psicópata que no debería empujar ni una carretilla, qué decir de un Buick.

– Enviaré un coche policía y asistencia médica a su ubicación -dijo el operador tras recuperar su distanciamiento profesional-. Necesito más información, de modo que no cuelgue.

No colgué. Cuando me preguntó, le di el nombre y la dirección, el número de casa y el del móvil, que supuse que ya tenía, gracias al servicio 911 digital, porque además mi móvil es uno de ésos con localizador GPS incorporado. Lo más probable era que me tuvieran triangulada, localizada y verificada. Di un respingo por dentro. Sin duda mi nombre ya corría de una radio de la policía a otra, lo que significaba que un tal teniente J.W. Bloodsworth lo oiría y probablemente ya estaría metiéndose de un salto en el coche y encendiendo las luces azules. Confié en que los servicios de asistencia médica pudieran llegar aquí antes que él y me limpiaran un poco la sangre de la cara. Ya me ha visto antes ensangrentada, pero de cualquier modo… es cuestión de vanidad.

La puerta automática de la tienda se abrió y aparecieron dos mujeres, charlando felizmente mientras salían con su botín y empezaban a andar por el pasillo de coches aparcados. La primera que me vio chilló y se paró en seco.

– No se preocupe por ese ruido -le dije al operador-. Alguien se ha asustado.

– ¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! -La segunda mujer se apresuró corriendo hacia mí-. ¿La han atacado? ¿Se encuentra bien? ¿Qué ha sucedido?

Si se me permite el comentario, es un verdadero fastidio que aparezca ayuda justo cuando ya no la necesitas.

El aparcamiento estaba lleno de luces intermitentes, coches aparcados formando ángulos poco habituales y hombres uniformados, casi todos ellos charlando de pie. Nadie había muerto, por lo tanto no había ninguna sensación de urgencia. Uno de los vehículos con luces intermitentes pertenecía a los médicos; se llamaban Dwight y Dwayne. Hay cosas que no están preparadas. No me gusta el apellido «Dwayne» porque así se llamaba el hombre que mató a Nicole Goodwin, pero no podía decírselo a este Dwayne porque era un hombre agradable de verdad que se comportaba con calma y amabilidad mientras me limpiaba la sangre y me vendaba la herida del cuero cabelludo. Tenía rasguños en la frente, pero no había señales en la cara, lo cual significaba, supongo, que había aterrizado con la cabeza agachada o así. Buenas noticias para mi cara, malas noticias para mi cabeza.

Estuvieron de acuerdo con el diagnóstico de conmoción cerebral, lo que en cierto sentido era satisfactorio -me gusta tener razón- y por otro lado era desalentador, porque una conmoción afectaría de forma seria a mi agenda, ya bastante apretada sin este tipo de impedimento añadido a la mezcla.

Uno de los patrulleros era el agente Spangler; le conocía de cuando asesinaron a Nicole. Yo estaba tendida en una camilla con el respaldo levantado y él me tomaba declaración mientras los médicos me limpiaban y vendaban con eficiencia y me preparaban para el traslado, cuando Wyatt llegó en su coche. Supe que se trataba de él sin tan siquiera mirar, por la manera en que chirriaron los neumáticos y por cómo sonó el portazo con que remató su llegada.

– Ahí está Wyatt -dije al agente Spangler. No volví la cabeza porque estaba poniendo gran empeño en no moverme. Él dirigió una ojeada en dirección al recién llegado y apretó un poco los labios para contener una sonrisa.

– Sí, señora, ahí está -dijo-. Ha estado en contacto en todo momento por radio.

La rápida promoción de Wyatt en el departamento había provocado cierto conflicto entre él y algunos de los polis mayores, que veían como pasaba por delante de ellos. El agente Spangler era relativamente nuevo, y joven, por lo tanto no compartía ese resentimiento, de modo que se levantó e hizo un ademán respetuoso con la cabeza cuando Wyatt se acercó y se quedó mirándome con los brazos en jarras. Iba vestido con vaqueros y una camisa de manga larga, con los puños remangados sobre el antebrazo. Llevaba el arma reglamentaria en la funda, pegada al riñón derecho, y la placa enganchada al cinturón. En la mano tenía una radio, o tal vez un móvil, y su expresión era adusta.

– Estoy bien -dije a Wyatt, pues detestaba esa mirada en su rostro. Ya la había visto antes-. Más o menos.

Desplazó de inmediato el enfoque láser de su mirada a Dwayne. Dwight estaba enredando en sus maletines, guardando otra vez las cosas, de modo que Dwayne fue el objetivo.

– ¿Cómo está? -preguntó, como si yo no hubiera abierto la boca.

– Probable conmoción cerebral -contestó Dwayne, quien casi seguro se estaba saltando algún punto del reglamento, pero supuse que los médicos y los polis se conocen bien, y tal vez los polis pueden conseguir todo tipo de información supuestamente privada-. Un cuero cabelludo lacerado, algunas contusiones.

– Rasponazo en accidente de carretera -dije con desánimo.

Dwayne bajó la vista y me sonrió.

– También eso.

Wyatt se agachó al lado de la camilla. La brillante luz que los médicos habían dispuesto para hacer su trabajo creó unas sombras marcadas en su rostro. Parecía duro y cruel, pero me cogió la mano con dulzura.

– Iré justo detrás de la ambulancia -prometió-. Llamaré a tu madre y a tu padre de camino. -Dirigió una mirada a Spangler-. Puedes acabar de tomarle declaración en el hospital.

– Sí, señor -dijo el agente Spangler cerrando la libreta.

Me metieron en la parte trasera de la ambulancia; para ser precisos, metieron la camilla en la ambulancia, pero ya que yo estaba tumbada en ella, el resultado fue el mismo. Luego cerraron las puertas dobles, y cuando vi a Wyatt por última vez, estaba ahí de pie con aspecto al mismo tiempo frío y feroz.

Luego salimos del aparcamiento con las luces intermitentes pero sin el aullido de la sirena, algo que agradecí porque el dolor de cabeza era atroz.

Bien, esto me resultaba familiar. Y en este caso, estar tan familiarizada con ello era un verdadero asco.

Capítulo 4

Wyatt fue la última cosa que vi antes de que se cerraran las puertas de la ambulancia, y la primera cuando se abrieron.

Su expresión era tan seria, fría y furiosa, todo al mismo tiempo, que busqué otra vez su mano mientras me sacaban de la parte trasera del vehículo.

– De verdad que estoy bien -dije. A excepción de la conmoción, lo estaba. Hecha polvo, pero bien. Quería sonar valiente, para convencerle de que me encontraba bien y que estaba mostrando una fachada falsa a todo el mundo para cosechar sus simpatías, pero me dolía demasiado la cabeza como para juntar la energía necesaria, de manera que en vez de eso soné sincera, y por lo tanto no me creyó.

El tema de la supremacía hombre/mujer disputándose el sitio era demasiado complicado para mí en aquel instante. Alguno podrá pensar que para él eso fue un alivio, pero no, notaba por la manera en que apretaba la mandíbula que en vez de ello estaba de lo más preocupado. Los hombres son así de perversos.

Reuní fuerzas.

– Es todo culpa tuya -le dije con toda la indignación que pude. El andaba junto a la camilla sosteniéndome la mano y me miró entrecerrando los ojos.

– ¿Culpa mía?

– Estaba haciendo compras esta noche por culpa de tu estúpida fecha límite. Si me hubieras hecho caso, podría haber salido a comprar durante el día, como la gente civilizada, pero no, tenías que darme un ultimátum, que me ha obligado a estar en el aparcamiento con una zorra psicópata enloquecida al volante de un Buick.

Entrecerró aún más los ojos. Para alivio mío, el gesto adusto se había relajado un poco. Se estaba imaginando que si yo me sentía con fuerzas de empezar a dar la lata, de verdad estaba bien.

– Si hubieras conseguido planificar algo tan sencillo como una boda -dijo con un exasperante desprecio por los millones de detalles que implica una boda- yo no habría tenido que intervenir.