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Es curioso cómo el pensamiento de violación me llevó de nuevo al trabajo que tenía entre manos. Me dirigí al despacho donde había dejado los zapatos y me los puse para crecer así ocho centímetros.

– Ya puedes decirle a tu nuevo socio que entre -dije a Lucy.

Era un insulto mostrar excesivo recato en una situación no sexual entre la mayoría de duendes y, sin duda, entre sidhe. Echarlas implicaría una falta de confianza, o un desagrado manifiesto Había sólo dos excepciones. La primera era que la persona no supiera comportarse de una manera civilizada. El detective John Wilkes nunca había trabajado anteriormente con no humanos. No parpadeó cuando Maury me pidió que me quitara la ropa, pero cuando me quité el vestido sin advertir a la sala, el detective se derramó el café caliente en la camisa. Cuando Maury introdujo su mano en mi sujetador, Wilkes dijo: “¿Qué diablos está haciendo?”. Yo le pedí que esperara fuera.

Lucy se rió por lo bajo.

– Pobre chico, creo que ha sufrido quemaduras de segundo grado cuando te quitabas la ropa.

Me encogí de hombros.

– No habrá visto a muchas mujeres desnudas.

Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.

– He tenido tratos con duendes, incluso con algunas sidhe, y tú eres la única modesta que ha conocido.

Torcí el gesto.

– No soy modesta. Sólo pensaba que si ver cómo me quedo en ropa interior es suficiente para que tu compañero casi se trague la lengua, no debe de tener mucha experiencia.

Lucy miró a Roane y a Jeremy.

– ¿No sabe qué aspecto tiene?

– No -contestó Roane.

– Creo, aunque no lo sé, que Ferry creció en algún lugar en el que era considerada el patito feo -dijo Jeremy.

Le miré a los ojos, y el pulso se me aceleró en el cuello. El comentario era demasiado directo para sentirme cómoda.

– No sé de qué estáis hablado, chicos.

– Sé que no lo sabes -dijo Jeremy.

Había una gran sabiduría en sus ojos gris marengo, una intuición cercana a la certidumbre. En ese momento, supe que intuía quién era yo, qué era yo. Pero no me lo preguntaría nunca. Esperaría a que yo me decidiera a hablar, o la pregunta quedaría sin respuesta para siempre entre nosotros.

Miré a Roane. Era el único amante duende que conocía que no se había acercado a mi cama por sus ambiciones políticas. Para él, yo era sólo Ferry Gentry, una human con antepasados de duende, no la princesa Meredith NicEssus. Miré fijamente aquel rostro familiar e intenté leer su expresión. Estaba riendo. O no se le había ocurrido nunca que yo pudiera ser la princesa sidhe desaparecida, o bien lo había intuido desde hacía mucho tiempo pro nunca había sido lo suficientemente descarado para plantear la cuestión. ¿O acaso Roane lo sabía desde el principio? ¿Era éste el motivo por el que se me había acercado? De golpe, todas las precauciones que había construido frente a esa gente, frente a mis amigos, empezaron a desmoronarse.

Algo de esto se reflejó en mi cara porque Roane me tocó. Me aparté de él. Su cara mostró desconcierto, se sintió herido. No lo sabía. Le abracé de repente, escondiéndole mi cara, pero todavía veía a Jeremy.

De la misma manera que la mirada de Roane me había tranquilizado, la mirada de Jeremy me asustó. Y eso supondría que mi verdadero nombre sería mencionado después de que cayera la oscuridad e iría flotando hasta mi tía. Ella era la reina del Aire y la Oscuridad y podía escuchar cualquier cosa pronunciada durante la noche. El hecho de que mencionara la desaparecida princesa americana de los elfos fuera más popular que mencionar a Elvis contribuía a ello. Su magia siempre captaba la atención de los periódicos. La princesa Meredith esquiando en UTA. La princesa Meredith bailando en París. La princesa Meredith jugando en Las Vegas. Al cabo de tres años, yo seguía siendo noticia de primera página en los periódicos, aunque los últimos titulares habían especulado con la posibilidad de que estuviera muerta como el Rey del Rock.

Si Jeremy pronunciaba mi nombre en voz alta, las palabras resonarían, y cuando finalmente regresaran a ella, ya sabría que estaba viva, y sabría que Jeremy había pronunciado mi nombre. Incluso si huía, se lo preguntaría a él, y si los métodos civilizados no funcionaban, recurriría a la tortura. He oído que es una amante creativa; sé que es una torturadora con inventiva.

Me aparté de Roane y les dije parte de la verdad.

– Mi madre era la guapa.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Jeremy.

Le miré.

– Me lo dijo.

– ¿Quieres decir que tu madre te dijo que no eras guapa? -preguntó Lucy. Sólo un humano podía ser tan directo.

Asentí.

– No lo tomes a mal, pero menuda perra.

Sólo tenía una respuesta:

– Estoy de acuerdo, ahora pasemos a otras cuestiones.

– No queremos hacer esperar más al señor Norton -dijo Jeremy.

– Insisto en que habría que buscar pruebas para acusarlo de intento de homicidio -dijo Lucy.

– No podemos presentar al tribunal una prueba de su hechizo mortal que se sostenga -afirmé.

– Pero esta noche podríamos probar que utiliza la magia para seducir a mujeres -intervino Jeremy-. La seducción con empleo de magia es una violación según la ley de California. Tenemos que encerrarle en la cárcel alejado de su mujer, y ésta es la manera más segura de hacerlo. No conseguirá salir bajo fianza en una acusación de delito en la que esté implicada la magia.

Lucy asintió.

– Estoy de acuerdo en que el plan es perfecto para la señora Norton, pero ¿qué pasa con Ferry? ¿Qué ocurrirá si este chico recurre al afrodisíaco mágico que ha utilizado con las demás amantes, las que nunca se cansan de él, como Naomi Phelps?

– Contamos con eso -dije.

Me miró.

– ¿Y qué pasará si funciona? ¿Qué pasará si empieza a gemir por el micrófono?

– Entonces Roane tira abajo la puerta fingiendo ser el amante celoso y se me lleva.

– Si nos cuesta trabajo sacarlo, Uther entrará como si fuera mi amigo y me ayudará a llevar a mi mujer a casa.

Lucy cerró los ojos.

– Bueno, Uther consigue lo que quiere.

Uther medía cuatro metros y tenía una cabeza más parecida a la de un cerdo que a la de un ser humano, y dos colmillos, uno a cada lado de su hocico. Uther Squarefoot no era demasiado bueno en trabajos delicados, pero era el no va más cuando se necesitaban músculos.

Uther se había excusado y había salido de la sala al darse cuanta de que me estaba quitando el vestido. Dijo únicamente:

– No es nada personal, Ferry, no lo conviertas en más de lo que es, pero ver a una mujer atractiva desnuda de cerca no es bueno para un hombre cuando no hay esperanza de calmar los pensamientos que surgen libremente.

Hasta que se dirigió hacia la puerta no me di cuenta de algo que debería haber observado anteriormente. Uther mide cuatro metros, el tamaño de un gran ogro, y no hay muchas mujeres de su altura en la zona de Los Ángeles. Llevaba aquí unos diez años y eso es mucho tiempo para estar sin el contacto de otro cuerpo desnudo. Qué terriblemente solo tenía que sentirse.

Si nadie descubría quién era yo realmente, y si Alistair Norton no me sonsacaba nada, ya pensaría en aparejar a Uther con alguien. Uther no era el único duende gigante que había fuera de las cortes, sólo el único en la zona. Si no podíamos encontrar a nadie de su estatura, ya encontraríamos otra solución. El sexo no tiene que implicar forzosamente penetración. Hay mujeres en las calles que harían cualquier cosa por doscientos dólares. Si yo fuese una duende de la cabeza a los pies, habría ayudado a Uther y misma. Esto es lo que haría un verdadero amigo. Pero fui educada fuera de la corte, entre seres humanos, desde los seis a los dieciséis años. Quiero decir que, independientemnte de que sea duende, algunas de mis actitudes son humanas.