– Levántate del suelo, chico, para que un médico pueda curar las heridas de tu señora.
Kitto se puso en cuatro patas. A1 ver que nadie le gritaba, se puso de rodillas, luego sobre una rodilla, y finalmente, con mucho cuidado, de pie. Subió los peldaños demasiado rápido, casi corriendo, y se sentó a mis pies con expresión de alivio.
– Fflur, atiende a la princesa -ordenó Andais.
Fflur subió los peldaños con dos damas blancas, una a cada lado. La que llevaba la bandeja de las vendas era la más sólida, casi parecía viva. El otro espíritu era completamente invisible y sostenía en el aire una cajita cerrada como si le ayudara magia de brownie, pero ningún brownie hacía magia en el salón del trono.
Fflur me quitó el zapato y me hizo girar el pie, lo cual provocó que resbalara por la silla. Logré no gritar de dolor, pero quería hacerlo. Por suerte se trataba sólo del tobillo. Por lo demás estaba bien.
– Tienes que quitarte la media para que pueda vendarte el tobillo -dijo.
Empecé a subirme la falda, pero Galen puso sus manos sobre las mías y me paró.
– Permíteme -dijo.
No se acostaría conmigo esa noche, pero la mirada de sus ojos, su voz y el peso de sus manos en mi muslo constituían una suerte de promesa para el futuro.
Rhys colocó una mano en mi otra rodilla.
– ¿Por qué has de quitarle tú la media?
Galen lo miró.
– Porque he tenido yo la idea en primer lugar.
Rhys sonrió y sacudió la cabeza.
– Buena respuesta.
Galen le devolvió la sonrisa, esa sonrisa que hacía que toda su cara brillase como si alguien hubiese encendido una vela debajo de su piel. Volvió hacia mí su rostro brillante y el humor desapareció de sus ojos, dejando algo más oscuro y más serio.
Sus manos mantenían las mías apretadas contra mi muslo. Me levantó los brazos y besó delicadamente la palma de cada mano mientras las colocaba en el brazo del trono. Me apretó los dedos contra la madera: una forma de pedirme en silencio que no moviera las manos.
A causa de la forma en la que mi pierna reposaba sobre el escabel, Galen se había arrodillado a un lado, contando de este modo con una excelente panorámica de la estancia. Me levantó la falda, dejando al descubierto mi pierna y la liga. Deslizó la liga hacia abajo y se la colocó en el brazo. Las yemas de sus dedos me tocaban las medias justo por encima de la rodilla, desplazándose por la seda hasta apoyar sus dos manos en la pierna, a la altura de los muslos, como un peso caliente contra mi piel. Buscó mi mirada y la expresión de su rostro me aceleró el pulso.
Bajó los ojos para contemplar cómo sus manos resbalaban lentamente por mi pierna. Sus dedos se movieron debajo de mi falda, luego sus manos se perdieron de vista, casi hasta las muñecas, y las puntas de sus dedos encontraron el extremo superior de las medias.
Presionándome por debajo de la falda, sus manos parecían más grandes de lo que en realidad eran. Cuando las puntas de sus dedos rozaron mi piel desnuda por encima del elástico no pude reprimir un estremecimiento.
Me miró a la cara, como preguntando si quería que parase. Sí y no. La sensación de sus manos sobre mi cuerpo, la certeza de que no teníamos que parar, me intoxicaba, me excitaba; si hubiésemos estado solos, y completamente curados, habría lanzado al aire la precaución y toda la ropa. Pero estábamos rodeados por casi cien personas, y eso era demasiado público para mí.
Tuve que cerrar los ojos antes de poder decir que no con la cabeza.
Sus dedos subieron un poco más, me acarició la ingle. Respiré de forma precipitada.
Abrí los ojos y lo miré. Esta vez mi expresión acompañó el movimiento de la cabeza. Aquí no, ahora no.
Galen sonrió, pero era una risa privada. El tipo de sonrisa de un hombre que sabe que te tiene y que sólo la situación lo separa de tu cuerpo.
Dobló los dedos sobre la punta del elástico y empezó a quitarme las medias, con cuidado, lentamente.
Sonó una voz detrás de nosotros.
– Parece que la princesa ya ha elegido.
Se trataba de Conri, que jamás había sido uno de mis favoritos. Era alto y guapo con tres tonos de oro fundido en sus pupilas.
– Con todo el respeto debido, alteza, nos das una promesa de carne, y a continuación nos vemos obligados a sentarnos y mirar mientras otro reclama el premio.
– Parece que Meredith es una abeja atareada entre todas estas deliciosas flores -comentó Andais.
Rió, y el sonido era burlón, alegre, cruel y de alguna manera, íntimo. Me hizo ruborizar mientras Galen hacía resbalar la media por la pierna y me la sacaba.
Galen se hizo a un lado para que Fflur se arrodillara sobre mi tobillo. Se llevó la media a la cara y frotó el tejido negro contra sus labios, mientras miraba a Conri.
Conri no había sido nunca mi amigo. Era uno de los amigos de infancia de Cel, un leal servidor del legítimo heredero.
Observé la rabia de sus ojos dorados, la envidia, no de mí como persona, sino de mí como la única mujer a la que tenía acceso. Se palpaba la tensión de salón, creciendo, subiendo como la presión antes de una tormenta. Las damas blancas siempre parecían responder ante la gran tensión o los grandes cambios de la corte. Los fantasmas revoloteaban por las esquinas de la habitación, flotando en una danza espectral. Cuanto más se entusiasmaban las damas, más se agitaban; y eran más importantes los acontecimientos que se desarrollaban. Eran profetas que predecían con sólo unos segundos de antelación.
¿Qué puede hacer uno con sólo unos segundos de advertencia? A veces, mucho. Otras, nada. El truco consistía en ver acercarse el peligro para poderlo detener. Tardabas unos segundos en verlo y detenerlo, y yo estuve otra vez demasiado lenta.
La voz de Conri volvió a bramar:
– Reto a muerte a Galen.
Galen empezó a levantarse, pero yo le agarré el brazo.
– ¿Qué piensas ganar con su muerte, Conri?
– Ocupar su lugar a tu lado.
Reí, no pude evitarlo. La expresión de rabia de Conri mientras yo reía fue escalofriante. Empujé a Galen para que volviera a arrodillarse a mi lado. Fflur escogió este momento para apretar los vendajes, y tuve que expulsar el aire antes de poder hablar.
– Entonces, ¿Galen Cabello Verde es un cobarde? -se burló Conri. Se había levantado de la silla y había bajado de la tarima.
Di un palmadita en el brazo de Galen y lo mantuve a mi lado.
– Nunca tuviste sentido del humor, Conri -dije.
Sus ojos se estrecharon.
– ¿De qué estás hablando?
– Pregúntame por qué he reído.
Me miró durante uno o dos segundos y a continuación, asintió.
– Está bien, ¿por qué has reído?
– Porque tú y yo no somos amigos. Somos casi enemigos. No me acuesto con gente que no me gusta, y tú no me gustas.
Parecía desconcertado.
Suspiré.
– Quiero decir que si matas a Galen, esto no te proporcionará un sitio en mi cama. No me gustas, Conri. Yo no te gusto. No me acostaré contigo bajo ninguna circunstancia. Así pues siéntate, cállate y deja que hable alguien que tenga la posibilidad de compartir mi cama.
Conri se quedó de pie, con la boca abierta, y sin saber qué hacer. Era uno de los guardias que mejor conocía la corte. Sabía hacerle la pelota a Cel. Halagaba a la reina con gran propiedad. Sabía a qué nobles tenía que tratar bien y a cuáles podía despreciar o incluso maltratar. Yo correspondía a la última categoría, porque uno no podía ser amigo mío y de Cel. Él no lo habría permitido. Observé el rostro de Conri cuando éste cayó en la cuenta de que no conocía la corte tanto como pensaba. Me gustaba esa vergüenza.
Pero no tardó en recuperarse.
– Mi reto continúa. Si no puedo compartir tu cama, tampoco quiero que lo haga Galen.
Mi mano apretó el brazo de Galen.
– ¿Por qué luchar si sabes que no obtendrás el premio? -pregunté.
Conri esbozó una desagradable sonrisa.
– Porque su muerte te causará dolor, y esto será casi tan dulce como tu cuerpo a mi lado.