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No puedo ser humana porque no lo soy. Pero no puedo ser completamente duende porque tampoco lo soy. Soy en parte de la corte de la Oscuridad, pero no soy una de ellas. También soy en parte de la corte de la Luz, pero no pertenezco a su multitud brillante. Soy una sidhe parcialmente oscura, parcialmente luminosa, y ninguna sidhe desea estar en mi lugar. Siempre he estado fuera mirando hacia adentro, con la nariz pegada a la ventana, pero no he sido nunca bienvenida en el interior. Comprendo lo que significa sentirse aislado y solo Esto me hacía sufrir por Uther. Me daba pena que no me gustar la idea de ayudarle con un poco de sexo amistoso y esporádico. Pero no me gustaba y no podía hacer nada. Como siempre, era suficientemente duende para ver el problema, pero demasiado humana para resolverlo. Por supuesto, si hubiese sido una pura sidhe de la Luz, no hubiera tocado a Uther bajo ningún concepto Hubiera estado fuera de mi conocimiento. En la corte de la Luz no follan con monstruos. Los sidhe de la Oscuridad… bueno, hay que definir lo que es un monstruo.

Uther no era un monstruo según los criterios de la corte de la Oscuridad, pero Alistair Norton quizá sí. Un monstruo, o un espíritu similar de la oscuridad.

5

Alistair Norton no tenía pinta de monstruo. Esperaba que fuera apuesto, pero el encuentro fue frustrante. Hay una parte de todos nosotros que cree profundamente que lo malo se muestra fuera, que deberíamos poder descubrir a la mala gente sólo con mirarles, pero desgraciadamente no funciona así. He pasado suficiente tiempo en ambas cortes para saber que lo bueno y lo bonito no son lo mismo. Yo sabía que la belleza constituía un camuflaje perfecto para el más sombrío de los corazones, y aun así quería que la cara de Alistair Norton me enseñara lo que había dentro. Deseaba alguna marca visible de Caín en él. Pero entró riendo en el restaurante. Era alto, ancho de hombros y con la cara angulosa, tan masculino que casi me hacía daño contemplarle. Sus labios eran un poco finos para mi gusto, la cara quizá excesivamente masculina y los ojos de un castaño vulgar. El pelo, que llevaba recogido en una coleta, tenía una rara tonalidad castaña, ni clara ni oscura. Pero era necesario buscar las imperfecciones, sencillamente porque no había.

Su sonrisa fácil suavizaba sus rasgos y lo convertía en alguien más cercano, menos modélico. La risa era profunda y encantadora. Tenía las manos grandes y lucía un anillo de plata con un diamante tan grueso como mi dedo pulgar, pero no llevaba alianza. No se veía ni siquiera una pálida señal de que se hubiera quitado el anillo. Su piel era tan oscura que tendría que haberse percibido una diferencia de bronceado. Nunca había llevado anillo. Siempre he creído que un hombre que no quiere llevar una alianza está pensando en engañar a su mujer. Nunca faltan excepciones, pero pocas.

Él parecía complacido.

– Sus ojos brillan como jades.

Había dejado las lentes de contacto en el despacho. El color natural de mis pupilas brillaba de verdad. Le di las gracias por el piropo, fingiendo modestia y sin apartar la mirada de mi copa. No era cuestión de modestia, intentaba ocultar el desprecio que se reflejaba en mis ojos. Tanto la cultura humana como la sidhe aborrecen el adulterio. A los sidhes no les preocupa la fornicación, pero una vez casados y cuando han prometido fidelidad tienen que ser fieles. Ningún duende aceptaría a quien ha roto un juramento. Si tu palabra carece de valor, tú también.

Me tocó el hombro.

– Una piel blanca perfecta.

Como no me lo saqué de encima, se inclinó y besó mi hombro con suavidad. Le toqué la cara al retirarse, y él lo interpretó como una suerte de señal. Me besó el cuello al tiempo que me acariciaba el pelo.

– Tu cabello es como seda roja -dijo respirando contra mi piel-. ¿Es tu color natural?

Me volví hacia él y puse la boca muy cerca de la suya antes de contestarle:

– Sí.

Me besó, y fue un beso delicado y bonito. Parecía tan sincero que me dio asco. Lo realmente horrible era que en realidad podía estar siendo sincero, que al principio de la seducción creía en las palabras que decía. Había conocido a hombres como él antes. Es como si se creyeran sus propias mentiras, como si creyeran que esta vez el amor será verdadero. Pero nunca dura porque no existe ninguna mujer suficientemente perfecta para ellos. Por supuesto, no es la mujer quien no es lo bastante perfecta. Son ellos. Intentan llenar alguna de sus carencias con mujeres o con sexo y esperan que si el amor es verdadero y el sexo funciona se sentirán completos al fin. Los donjuanes en serie son de algún modo como asesinos en serie. Ambos creen que la próxima vez será perfecta, que la experiencia siguiente será completa y acabará con esa necesidad sin fin. Pero nunca es así.

– Vámonos de aquí -susurró.

Asentí, sin reconocer mi propia voz. Había dado muchos besos con los ojos cerrados porque no siempre sabía mentir con la mirada. Bastante difícil era no mostrar reticencia cuando me tocaba. Esperar que mis ojos mostraran deseo y amor era pedir demasiado. Su coche respondía a las expectativas: caro, elegante y rápido. Era un Jaguar negro con asientos de piel también negra, de manera que era como estar sentada en un estanque en la oscuridad. Me abroché el cinturón. Él no. Conducía deprisa, sorteando el tráfico. Me habría impresionado más de no haber sido porque yo ya llevaba tres años conduciendo en Los Ángeles. Todo el mundo circula así en esta ciudad.

La casa era coqueta y pequeña, la más pequeña de los alrededores, pero contaba con el patio más grande. En realidad, había suficiente terreno a ambos lados de la construcción, de modo que ni siquiera alguien del Medio Oeste se habría quejado de falta de espacio. La vivienda tenía el aspecto de un lugar donde los niños esperan que papá vuelva a casa, mientras mamá corre vestida con su traje chaqueta intentando preparar la cena después de un día de duro trabajo.

Por un momento, me pregunté si me había llevado a la casa que compartía con Frances. De ser así habría supuesto un cambio en su patrón de comportamiento y eso a mí no me gustaba. ¿Por qué te nía que modificar sus hábitos? Sabía que no había encontrado el micrófono, y que no había tocado mi monedero, lo cual significaba que no conocía la existencia de la cámara oculta que había en él. Yo esperaba a llegar a su nidito de amor para ponerla en marcha. No podía haber descubierto nada.

Ringo estaba apostado ante la vivienda de Norton cuidando de su mujer. Si Alistair se ponía demasiado violento antes de que pudiésemos meterlo en la cárcel, Ringo sabría determinar el momento adecuado para intervenir. No busqué a Ringo. Si estaba allí, no quería hacerle el centro de atención.

Alistair abrió la puerta para mí, y me ayudó a bajar del coche. Se lo permití porque estaba tratando de pensar. Al final, me decidí por la honestidad, o un tipo de honestidad.

– ¿Estás seguro de que no estás casado?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Esto parece una casa familiar. Sonrió y me enlazó el brazo.

– No tengo familia: vivo solo. Acabo de trasladarme aquí.

Lo miré.

– ¿Compras con vistas al futuro? ¿Para mujer y niños?

Me tomó la mano y se la llevó a los labios.

– Con la mujer adecuada, todo es posible.

Dios mío, sabía muy bien lo que debía ofrecer a una mujer. Te dejaba entrever que tú podías ser la mujer que le domesticara, la que consiguiera hacerle sentar la cabeza. A la mayoría de mujeres, esto les gusta, pero yo sabía que los hombres no sientan la cabeza por una mujer, sino porque finalmente están preparados para hacerlo. Sea quien sea la mujer con la que estén saliendo, cuando están preparados para sentar la cabeza, ella es la elegida. No necesariamente ha de ser la mejor ni la más guapa, basta con que esté ahí en el momento adecuado. Poco romántico, pero cierto.