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– Léelo, y después dime que no hay nada por lo que preocuparse -dijo Doyle.

La foto de Galen y yo en el aeropuerto casi llenaba la portada. Pero fue el titular lo que me preocupó.

«La princesa Meredith vuelve a casa para encontrar marido». En letras más pequeñas, debajo de la foto: «¿Es éste el elegido?».

Me volví hacia Doyle y Frost.

– Jenkins estará haciendo conjeturas. Galen y yo sabíamos que había fotógrafos en el aeropuerto. -Los miré a los dos, y la preocupación seguía reflejada en sus rostros-. ¿Qué os pasa a vosotros dos? Todos hemos aparecido en los periódicos anteriormente.

– No así -dijo Frost.

– La cosa se pone mejor, o peor -dijo Doyle-. Lee el artículo.

Empecé a leer por encima el artículo, pero me quedé en el primer párrafo.

– Griffin concedió una entrevista a Jenkins -dije casi sin aliento, y de golpe tuve que sentarme en un extremo de la cama-. Que la Diosa nos guarde.

– Sí -confirmó Doyle.

– La reina ya se ha puesto en contacto con nosotros. Lo castigará por haber traicionado tu confianza. Ha convocado una conferencia de prensa para esta noche.

– Por favor, Meredith, lee el artículo -me instó Doyle.

Leí el artículo. Lo leí dos veces. No me preocupaba que Griffin hubiese dado detalles personales, pero sí que los hubiera dado sin mi consentimiento. Había compartido mi vida privada con todo el mundo. Los sidhe tienen reglas extrañas acerca de la intimidad. No valoramos los secretos íntimos igual que los humanos, pero no nos gusta que se espié nuestra vida privada. Espiar suele comportar la pena de muerte. Y a Griffin podía costarle la vida. La reina consideraría muy poco elegante chismorrear con un reportero.

Finalmente, me senté en la cama, mirando al periódico pero sin verlo realmente. Observé a los dos hombres.

– Da detalles de nuestra relación, indirectas, trapos sucios. Suerte que al menos es un periódico serio y no uno sensacionalista.

Se miraron el uno al otro.

– Oh, no, por favor, por favor, decidme que estáis bromeando.

Frost me ofreció una revista.

Dejé caer al suelo el periódico y cogí la revista en color. La portada estaba ocupada por una foto de Griffin y yo juntos en la cama. Sólo sus manos impedían que mis pechos se vieran por completo. Estaba riendo. Los dos reíamos. Me acordé de las fotos. Me acordé de su deseo de fotografiarlo todo. Yo todavía conservaba algunas de esas fotos, pero no todas. No todas.

Cuando por fin hablé, mi voz sonó calmada, aunque lejana.

– ¿Cómo? ¿Cómo han podido publicar el artículo con tanta rapidez? Pensaba que las revistas no salían tan pronto.

– Parece que se puede hacer -dijo Doyle.

Miré la foto. El titular era: «Los secretos sexuales de la princesa Meredith y de su amante sidhe, desvelados».

– Por favor, dime que ésta es la única foto.

– Lo siento -dijo Doyle.

Frost empezó a darme una palmadita en la mano, pero enseguida se arrepintió del gesto.

– No hay palabras para expresar lo que siento porque te haya hecho esto.

Miré a los ojos grises de Frost. Vi compasión, pero no había rabia en ellos. Y eso era lo que deseaba ver.

– ¿Lo sabe la reina?

– Sí -dijo Doyle.

Cogí la revista y traté de abrirla para ver el resto de las fotos, pero no pude hacerlo. No tenía la fuerza suficiente para mirar.

Le devolví la revista a Frost.

– ¿Es muy malo?

Miró a Doyle, y después nuevamente a mí. La máscara arrogante y distante se desvaneció un poco, y el Frost con el que me había levantado asomó a sus ojos.

– No han publicado ningún desnudo frontal. Aparte de eso, sí, es malo.

Escondí mi cara entre las manos, con los codos en las rodillas.

– Oh, Dios mío, si Griffin las vendió a Jenkins, a los periódicos, entonces puede haberlas vendido en muchos otros lugares. -Me levanté como un buzo que sale a la superficie desde aguas profundas. De repente, me faltaba el aire-. Hay revistas en Europa que publicarían todas las fotos. No me importan los desnudos, pero eran fotos privadas, sólo para Griffin y para mí. Si hubiera querido publicar fotos, le habría dicho que sí a Playboy hace años. ¿Cómo puede haber hecho Griffin algo así? -Tuve un pensamiento terrible. Miré a Frost-. Por favor dime que recuperaste la cámara y el carrete del periodista que intentaste estrangular esta mañana.

Me miró a los ojos, aunque se notaba que no lo deseaba.

– Lo siento, Meredith, la cámara debería haber sido mi prioridad, pero me dejé llevar por la ira. Haría lo que fuera para solucionar esto.

– Frost, publicarán las fotos, ¿lo entiendes? Fotos de ti y de mí y mierda, de Kitto en la cama, juntos. Las publicarán en la prensa sensacionalista, y aquéllas en las que estoy desnuda irán a Europa. -Tenía ganas de insultar, de gritar, pero no se me ocurría nada lo bastante fuerte para hacerme sentir mejor.

– Griffin debería saber lo que la reina le haría por esto -dijo Doyle-. Tendrá suerte si no le mata.

Asentí, intentando concentrarme en respirar más despacio, tratando de mantener la calma, pero era imposible.

– Hará tanto daño como pueda antes de que lo atrapen. -Realicé tres inspiraciones rápidas-. Supongo que se ha largado.

– Le encontraremos -dijo Frost-. El mundo no es tan grande.

Esto me hizo reír, pero la risa se convirtió en lágrimas. Resbalé de la silla y me caí al suelo entre los trozos desperdigados del PostDispatch. Me hice daño al caer de ese modo. Además, todavía me sentía magullada por la noche de sexo. Sin embargo, el dolor me ayudó a recordar cosas que no eran tan malas: todavía podía acostarme con los hombres de la corte. Todavía era bien recibida en el país de los elfos. La reina había dado su palabra de que me protegería. Podría ser peor. O como mínimo intentaba convencerme de eso a mí misma.

Conseguí controlar la respiración, pero no la rabia.

– Anoche no quería hacerle daño, pero ahora…

Le quité la revista a Frost y me obligué a mirar en su interior. No era la desnudez parcial lo que me dolía, sino la felicidad de nuestras caras, de nuestros cuerpos. Estábamos enamorados y se notaba. Pero si Griffin era capaz de hacerme eso, entonces no me había querido nunca. Me deseaba, me quería poseer, quizá, pero el amor… El amor no hace estas cosas.

Lancé las páginas al aire y contemplé cómo aterrizaban nuevamente en el suelo.

– Quiero que muera por esto. No se lo digas a la reina. Dentro de unos días puede que cambie de opinión, y no quiero que haga nada radical. -Mi voz sonaba fría a causa de la rabia que sentía, el tipo de rabia que se instala en tu corazón y nunca lo abandona. La rabia caliente te hierve en la sangre y no es tan distinta de la pasión, pero la rabia fría es hermana del odio. Yo odiaba a Griffin por lo q ue me había hecho, pero no lo suficiente-. No quiero que la reina me envíe la cabeza o el corazón de Griffin en un cubo.

– Puede que esté planeando matarle de todas formas -dijo Doyle.

– Sí, pero si lo hace, será responsabilidad suya, no mía. No pediré su muerte. Si la reina decide matarlo es cosa suya.

Frost se arrodilló a mi lado, mirándome con aquellos ojos del color de las nubes de tormenta. Tomó mis manos entre las suyas. Su piel estaba caliente, lo cual significaba que yo estaba fría. Estaba más alterada de lo que pensaba, casi en estado de shock.

– Estoy segura de que nuestra reina ya ha decidido su suerte -sentenció Frost.

– No -dije. Me levanté y me separé de Frost, de sus manos, de su mirada. Me abracé a mí misma, porque sabía que podía confiar en mis propios brazos y estaba empezando a dudar de todos los demás-. No, si lo encuentra ahora mismo, lo matará. Pero cuanto más tiempo permanezca huido, más creativa se mostrará la reina.

Frost continuaba arrodillado en el suelo, mirándome.

– Yo en su lugar creo que preferiría ser capturado pronto, mientras todavía fuera posible una muerte rápida.