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La cara de Rozenwyn fue lo último en deshacerse. Gritaba, como si intentara mantenerse a flote en arenas movedizas, pero el poder se la tragó y sólo quedó una masa de carne y órganos latiendo en el suelo de piedra. Se podían oír sus gritos, dos voces esta vez, dos voces en una trampa. El pulso me golpeaba en los oídos hasta que sólo pude oír y saborear mi horror ante aquella visión. No era sólo Siobhan quien tenía miedo.

Rhys se incorporó a duras penas, blandiendo su espada. Entonces, se arrodilló a mi lado, mirando aquella cosa que estaba en el suelo.

– Que Dios nos proteja.

No pude hacer otra cosa que asentir. Pero finalmente recuperé la voz, un ronco susurro:

– Desarma a Siobhan, y después mata a esta cosa.

– ¿Cómo? -preguntó.

– Trocéala, Rhys, trocéala hasta que deje de moverse.

Miré la espada de Rozenwyn. Era una espada fabricada para su mano, con una empuñadura con joyas que representaban flores. Me dirigí a la puerta de al lado con la espada en la mano.

– ¿Dónde vas? -preguntó Rhys.

– Tengo que entregar un mensaje.

La inmensa puerta de bronce se abrió delante de mí como si estuviera movida por una mano enorme. Pasé y la cerré detrás de mí. El sithen susurraba en torno a mí. Quería encontrar a Cel.

Estaba desnudo, encadenado al suelo de la habitación oscura. Ezekial, nuestro torturador, estaba allí, con guantes quirúrgicos en las manos y una botella de Lágrimas de Branwyn. La tortura todavía no había empezado, lo cual significaba que los tres meses todavía no habían empezado, con lo cual no podía exigir la vida de Cel.

La reina fue la primera en verme, y sus ojos se fijaron en la espada que blandía. Doyle y Frost estaban con ella, testigos de la vergüenza de su hijo.

– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Andais.

Coloqué la espada en el pecho desnudo de Cel. La reconoció: pude verlo en sus ojos.

– Te hubiera traído una oreja de Rozenwyn y Pasco, pero no les queda ninguna.

– ¿Qué les has hecho? -murmuró.

Levanté la mano izquierda, justo por encima de su cuerpo. La reina dijo:

– Meredith, no, no puedes.

– Compartieron un útero en su día, ahora comparten la carne. ¿Debería tirarles por el Abismo donde tú querías arrojar a Rhys y a Kitto? ¿Debería dejarles caer para siempre como una bola de carne vibrante?

Me miró, y percibí el miedo debajo de aquella máscara de malicia.

– No sabía que harían algo así. No les envié yo.

Me detuve e indiqué a Ezekial que se acercara.

– Empieza.

Ezekial buscó con la mirada el permiso de la reina, luego se arrodilló junto al cuerpo de Cel y empezó a cubrirlo de aceite.

Me volví hacia Andais.

– Por lo que ha hecho quiero que permanezca aquí solo durante seis meses, la sentencia completa.

Andais empezó a discutir, pero Doyle dijo:

– Majestad, tienes que empezar a tratarle como se merece.

Asintió.

– Seis meses, doy mi juramento.

– Madre, ¡no, no!

– Cuando estés, Ezekial, sella la habitación. -Y se fue mientras Cel seguía gritando.

Vi a Ezekial cubriéndole con el aceite, observé cómo su cuerpo revivía con estas caricias. Frost y Doyle me flanqueaban. Cel me miraba, y su cara decía claramente que pensaba en mí de una manera muy poco adecuada a un primo.

– Sólo pensaba matarte, Meredith, pero no ahora. Cuando salga de aquí, te follaré, te follaré hasta que tengas un hijo mío. El trono será mío, aunque tenga que conseguirlo a través de tu cuerpo blanco como la nieve.

– Si te me vuelves a acercar, Cel, te mataré.

Dicho esto, me di la vuelta y salí. Doyle y Frost caminaban detrás de mí y a ambos lados, como buenos guardaespaldas. La voz de Cel nos seguía por el pasillo. Estaba pronunciando mi nombre a gritos:

– ¡Merry Merry! -exclamaba cada vez con más desesperación.

Cuando ya estaba muy lejos para poder oírle, sus gritos seguían resonando en mis oídos.

37

La muerte de Pasco significaba que la reina necesitaba otro espía para que me acompañara a Los Ángeles. Parecía insegura de sí misma con los gritos de Cel todavía resonando en los pasillos, de modo que tuve ocasión de insistir hasta que nos pusimos de acuerdo con un guardia que no era precisamente una de sus mascotas. A Nicca le aterroriza mi tía, así que se lo contará todo, pero también nos ayudó después de que las espinas intentaran secarme las venas. Doyle confía en él, y yo confío en Doyle. La reina dice que Nicca no es un amante inspirado, pero que el envoltorio es bonito. Su padre era un semielfo con alas de mariposa; su madre, una de las damas de la corte, una sidhe de pura sangre. La reina dejó que se quitara su camisa para mí, para mostrar que tenía unas enormes alas de mariposa tatuadas en los hombros, los brazos y la espalda. El tatuaje continuaba bajo los pantalones. Ningún artista de tatuajes ha hecho nunca nada tan bello como las alas de la espalda de Nicca. La reina le habría hecho desnudar por completo para que yo pudiera ver hasta dónde llegaba el dibujo de las alas, pero preferí quedarme con un poco de misterio. Nicca se mostró aterrorizado. Miraba a la reina Andais igual que un gorrión mira a una serpiente, preguntándose cuándo se clavará en su carne el primer mordisco. Lo aparté de la presencia de la reina tan pronto como permitían las normas de buena educación. Doyle me asegura que no habrá problema con Nicca mientras la reina no esté cerca. Me gustaría saber qué le hizo exactamente para asustarle tanto, o quizá no. A medida que me hago mayor me doy cuenta de que la ignorancia quizá no sea la felicidad, pero a veces constituye una buena alternativa.

Regresamos a Los Ángeles en cuanto conseguimos vuelo. Tuvieron que llamar a la policía para contener a la prensa. Las fotos de Frost, Kitto y yo ya estaban en los periódicos. Me contaron que la prensa europea mostró los desnudos integrales sin tapar nada. La pregunta cuya respuesta quería saber todo el mundo era si el nuevo novio era Frost o Kitto. Continué sin responder, y un periodista perspicaz me preguntó si estaba a favor de la poliandria. Señalé a todos los hombres guapos que me rodeaban, y dije:

– ¿Cómo no voy a estarlo?

Los periodistas se rieron. Les gustó. Ya que no puedo librarme de ellos, trato de divertirme. La princesa Meredith escoge un nuevo marido, o dos.

Jeremy envió a Uther a recibirme al aeropuerto. Uther se servía de su mirada para abrirse paso entre los reporteros. Cuando uno mide cuatro metros, es musculoso y tiene colmillos malévolos en la cara, hasta la prensa te deja el camino libre. Jeremy decía que sí, que la princesa trabajaba para la Agencia de Detectives Grey. Ya habíamos hablado por teléfono, porque Jeremy pensaba que no iba a volver al trabajo. Sin embargo, trabajar como detective me había hecho sentir mejor que ser una princesa. Además, tenía un montón de bocas que alimentar. Ringo estaba fuera del hospital y casi completamente restablecido del ataque del ogro en la furgoneta. Roane había vuelto de sus vacaciones en el mar. Me regaló una concha, pálida, blanca. Brillaba con una opalescencia similar a la del abulón, pero más rosada. Era preciosa, y significaba más para mí que cualquier otra joya porque representaba mucho para Roane. Se presentó como mi amante sin que se lo hubiese dicho, aunque le había hecho saber que si nuestra relación sexual le había causado adicción era bien recibido. Tiene buen aspecto; su nueva piel de foca parece que constituye una cura para la dependencia de los sidhe. Estoy contenta, porque la verdad es que ahora mismo ya tengo suficientes hombres en mi vida.

Tengo como mínimo a un guardia conmigo siempre; Doyle prefiere que sean dos. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, así que se turnan y cambian las rotaciones para que ningún espía pueda estar nunca seguro de quién estará de guardia y quién no. Dejo que Doyle se encargue de los detalles: es su trabajo. Cuando no están conmigo intentan establecerse en el nuevo mundo en el que les he introducido. Rhys, por supuesto, quería trabajar para la agencia de detectives y ser un detective de verdad. Jeremy no discutió con un guerrero sidhe de pura sangre y lo admitió en plantilla. En cuanto se corrió la voz, todas las famosas quisieron contratar a un guardaespaldas sidhe. Se trataba de un buen trabajo y muy fácil la mayor parte del tiempo -mucho estar de pie como un elemento decorativo sin ningún peligro real-, y Galen y Nicca no dudaron en aceptar ofertas. Doyle dice que sólo me vigila a mí. Frost parece estar de acuerdo con su capitán. Kitto se contenta con estar cerca y se pasaría la mayor parte del tiempo bajo mi mesa, si le dejara. No se está adaptando bien al siglo. El pobre trasgo nunca había visto un coche anteriormente, ni una televisión, y ahora pasa sus días en un rascacielos de una de las ciudades más modernas del mundo. Si no empieza a prosperar, tendré que devolvérselo a Kurag, lo cual significará que el rey de los trasgos enviará a un sustituto. Tengo la corazonada de que el próximo trasgo no será tan agradable.