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El verdadero problema era que algunos círculos están construidos para mantener a las hadas en cautividad, y una vez dentro podría tener problemas para salir. Si realmente nos enfrentábamos a un grupo de aprendices probablemente no intentarían capturarnos, pero nunca se sabe. Si uno quiere algo con mucha fuerza, y no lo puede tocar ni retener nunca, el amor puede degenerar en celos más destructivos que cualquier odio.

Alistair se aflojó el nudo de la corbata mientras se me acercaba, dibujando en los labios una sonrisa de anticipación. Era extremadamente arrogante, seguro de sí mismo y de que me tenía. Era muy tentador escapar para no tener que ver nunca más aquella arrogancia. Todavía no había hecho nada ilegal, ni siquiera nada místico. ¿Era yo demasiado fácil? ¿Se reservaba las técnicas místicas para las más reticentes? ¿Tenía que ser más reticente? ¿O más agresiva? ¿De qué serviría grabar alguna acción ilegal de Alistair Norton? Todavía intentaba determinar si debía comportarme como la virgen reticente o como una puta ansiosa y agresiva cuando ya lo tenía delante. Se me había acabado el tiempo.

Se inclinó para besarme, yo levanté la cabeza y me puse de puntillas, apoyándome en sus brazos. Sus bíceps se flexionaron bajo mis manos, contrayéndose bajo la chaqueta. No creo que fuera consciente de ello, lo hizo por pura costumbre. Me besó como parecía que lo hacía todo, con mucha práctica y una habilidad delicada. Sus brazos rodearon mi cintura. Me apretó contra su cuerpo y me levantó del suelo. Empezó a llevarme hacia el círculo. Impedí que continuara besándome para decir «espera, espera», pero mi respiración se detuvo un segundo y nos encontramos del otro lado, dentro del círculo. Era como estar en el ojo de un huracán. Dentro del círculo se estaba tranquilo, era el lugar más tranquilo que había sentido en toda la casa. Aquella rigidez que me era desconocida se aligeraba allí a la altura de mis hombros y de mi espalda.

Alistair me agarró por las piernas y me llevo a la cama. Cuando estábamos cerca del centro de la cama, me depositó en ella y se puso de rodillas, mirándome desde arriba. Pero llevaba tres años trabajando con Uther, y uno ochenta no era nada cuando has comido con alguien que mide cuatro metros.

No creo que me mostrara suficientemente impresionada porque Alistair se quitó la corbata y la tiró a la cama, desplazando los dedos hacia los botones. Iba a desnudarse primero. Estaba sorprendida. Un obseso del control normalmente quiere que su víctima se desnude en primer lugar. Se había quitado la chaqueta y la camisa, y se llevaba las manos al cinturón antes de que yo pudiera pensar qué debía hacer. Pedirle que fuera más despacio me pareció una buena opción.

Me senté y le toqué las manos.

– Despacio. Déjame disfrutar de cómo te desnudas. Vas tan deprisa que parece que tengas otra cita después.

Le cogí las manos, frotándole la piel, abrazando sus brazos desnudos. Me concentré en los pelos de sus antebrazos y en cómo se erizaban cuando los tocaba. Si me concentraba sólo en las sensaciones físicas, podía conseguir que mis ojos mintieran o como mínimo mostraran un interés genuino. El secreto era no pensar demasiado en a quién estaba tocando.

– Sólo estás tú esta noche, Merry. -Me puso de rodillas y desplazó sus manos por mi pelo, moldeándolo con sus dedos de manera que podía coger mi cara entre sus grandes manos-. No habrá nadie más para ninguno de los dos esta noche, Merry.

No me gustó cómo había sonado la frase, pero fue su primer comentario de psicopático, de manera que lo estaba haciendo bien. -¿Qué quieres decir, Alistair? ¿Nos fugamos a Las Vegas? Sonrió, aguantando todavía mi cara, mirándome a los ojos como si quisiera memorizar su color.

– La boda es sólo una ceremonia, pero esta noche te mostraré lo que significa ser fiel a un hombre.

Levanté una ceja antes de poder recuperarme y consciente de que mi cara ya mostraba lo que decía, comenté:

– Tienes una alta opinión de ti mismo.

– No es orgullo vano, Merry.

Me besó tiernamente, después se arrastró hasta el cabezal de la cama. Empujó la madera, y se abrió una pequeña puerta. Un compartimento secreto, ¡qué ingenioso! Volvió con una botellita de cristal en las manos. Era uno de esos frascos con curvas y muescas en los que se supone que uno guardará perfumes caros, aunque nadie lo hace.

– Quítate el vestido -dijo.

– ¿Por qué?

– Es aceite para masajes.

Sostenía la botella en alto de modo que podía ver el aceite espeso a través del vidrio.

Le sonreí, e intenté hacerlo de la manera que él quería: una sonrisa sexy, de flirteo, un poco cínica.

– Primero los pantalones.

Me sonrió con evidente placer.

– Pensaba que decías que querías ir despacio. -Si vamos a desnudarnos, tú primero.

Empezó a volverse y colocó la botella dentro del compartimento nuevamente.

– Te la aguantaré -dije.

Se detuvo a medio movimiento, volviéndose nuevamente hacia mí con un deseo casi palpable en sus ojos.

– Sólo si te pones un poco en los pechos mientras me desnudo.

– ¿Me manchará la ropa?

En realidad, parecía estar pensando en ello, y su cara mostraba preocupación.

– No estoy seguro, pero te compraré uno nuevo si se estropea.

– Los hombres prometen cualquier cosa en el calor del momento -dije.

– Déjame ver cómo resbala el aceite por esa piel tan blanca. Haz que brille para mí.

Me dio la botella y cerró mis manos a su alrededor. Me volvió a besar, y su boca se entretenía en mí, su lengua se abría paso para que el beso fuese más intenso. Se retiró, lentamente.

– Por favor, Merry, por favor.

Se echó hacia atrás y volvió a poner las manos en el cinturón. Sacó lentamente la lengüeta de piel a través de la hebilla de oro, marcando cada movimiento mientras me miraba. Me hizo sonreír porque hacía lo que yo le había pedido. Se estaba desnudando lentamente.

Lo menos que podía hacer era lo que él me había pedido. El sujetador dejaba al desnudo una parte suficiente de mis pechos para no tener que sacarlos del vestido. Destapé la botella. Tenía una de estas varillas de cristal al final, para adaptarse mejor a la piel. Podía sentir el aceite. Olía a canela y vainilla. Había algo familiar en el olor, pero no sabía qué. El aceite era casi transparente.

– ¿No hay que calentarlo antes? -pregunté.

– Reacciona con el calor de tu cuerpo. -Se sacó completamente el cinturón y lo tiró encima de la cama-. Ahora te toca a ti.

El aceite se pegaba al tapón como una costra pegajosa. Puse el extremo de la varilla en el borde superior de mi pecho. El aceite ya estaba caliente, a temperatura corporal. Recorrí mis pechos con la varilla y el aceite formó delicados regueros por mi piel. Me envolvió un olor a canela y vainilla.

Alistair se desabrochó el botón de los pantalones y bajó lentamente la cremallera. Llevaba un slip rojo escarlata, como si se hubiera vestido a juego con la habitación, que se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel. Se tumbó en la cama para quitarse los pantalones, y me miró para que me arrodillará sobre él de la misma forma que lo había hecho él antes conmigo.

Levantó las manos para tocarme, todavía tumbado boca arriba, y desplazó sus dedos por el aceite, esparciéndolo por mi piel. Se puso de rodillas y empezó a acariciarme los pechos. Trató de meter los dedos bajo el vestido para tocar más, pero estaba demasiado ajustado. El plan anterior me ahorraba un embarazoso toqueteo. Se fregó el pecho con aceite y a continuación frotó el tapón de la botella por mis labios como si me estuviera aplicando carmín. Tenía un sabor dulce y espeso. Me besó, mientras aguantaba la botella con las dos manos, de manera que sólo su boca estaba en contacto conmigo. Me besó como si fuera a comerse el aceite que había en mis labios. Yo me fundí en el beso, apretando con mis manos su pecho lleno de aceite, sintiendo los músculos de su abdomen. Mi mano se desplazó hacia abajo y lo sentí duro y a punto. Sentirlo fue como un torrente de energía que me excitaba. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba disfrutando y olvidé por qué estaba allí.