Me aparté de sus besos e intenté concentrarme, pensar. Pero no quería pensar. Quería tocarle y quería que me tocase. Mi boca casi se quemaba con la necesidad de acortar la distancia entre nosotros. Se acercó para darme otro beso y yo me eché hacia atrás, cayendo de espaldas en mi apresuramiento por dejar distancia entre nosotros.
Alistair se arrastró hacia mí, apoyándose en las rodillas y en una mano. Con la otra sostenía la botella. Se puso a horcajadas sobre mí, igual que un caballo se coloca sobre su potro. Mi mirada continuó bajando por su cuerpo hasta su duro miembro. No podía mantener los ojos en su cara. Me sentía avergonzada y aterrorizada.
– ¡Qué estúpida! -exclamé-. El hechizo está en el aceite.
La voz de él me llegó como un dulce susurro:
– El aceite es el hechizo.
A1 principio no entendí lo que quería decir, pero comprendí que ya no quería ponerme más. Empezó a abrir la botella y yo me senté, sujetándole las manos con las mías, conservando el tapón sobre la botella. En el momento en que toqué sus manos, perdí. Ya nos volvíamos a besar, sin que yo pudiera evitarlo. Cuanto más nos besábamos, más deseaba ser besada, como si este deseo se alimentara a sí mismo.
Me arrojé a la cama y me cubrí la cara con las manos.
– ¡No!
Ya sabía lo que era: Lágrimas de Branwyn, Alegría de Aeval, Sudor de Fergus. La mezcla podía convertir a un hombre en amante de una sidhe durante una noche. Podía incluso convertir a una sidhe en una esclava sexual, si esta sidhe no podía comunicarse con otra sidhe. Ningún duende, independientemente de su talento, de su poder, puede rivalizar con una sidhe, se dice. Puedes olvidar el tacto. Puedes luchar para no soñar con carne brillante, ojos como joyas fundidas y pelo hasta los tobillos envolviendo tu cuerpo, pero el deseo siempre está al acecho, como un alcohólico que no puede volver a tomar un trago sin correr el riesgo de no poder parar.
Grité durante mucho tiempo, sin palabras. Había otro efecto secundario de las Lágrimas de Branwyn. No hay encantamiento que se le resista. Porque tu concentración no se le puede resistir. Sentí que mi encanto se desvanecía, sentí mi piel como si mi cuerpo entero estuviera respirando.
Bajé las manos lentamente hasta que me vi en el espejo del techo. Mis ojos brillaban como joyas tricolores. El contorno exterior de mis iris era de color dorado, dentro de ellos había un círculo de jade verde y finalmente, había un fuego esmeralda alrededor de la pupila. Sólo una sidhe, o un gato, pueden tener estos ojos. Mi boca era una mezcla de carmesíes: los restos de mi lápiz de labios, y el brillo escarlata de los propios labios. El blanco de mi piel era tan puro que resplandecía como la más perfecta de las perlas y de nuevo desprendía luz, como una vela cubierta por un paño. El rojo y negro de mi pelo caía alrededor de los colores brillantes como sangre oscura derramándose. Si mi pelo hubiese sido negro azabache, habría pasado por una Blancanieves esculpida en joyas.
No era simplemente mi propio ser sin encanto. Era yo cuando el poder me asistía, cuando había magia en el aire.
– Dios mío, eres una sidhe -murmuró.
Volví hacia Alistair mi mirada brillante. Esperaba ver miedo en sus ojos, pero sólo había una ligero asombro.
– Dijo que vendrías si éramos fieles, si creíamos de verdad, y aquí estás tú.
– ¿Quién te dijo que vendría?
– Una princesa sidhe.
Hablaba en un tono que infundía respeto, pero sus manos se deslizaron debajo de mi vestido y sus dedos empezaron a juguetear con el borde de mis bragas. Le agarré la muñeca y le pegué con la otra mano. Le pegué con suficiente fuerza como para dejarle marcada mi mano en la cara. Teníamos la prueba que necesitábamos para meterle en la cárcel. Ya no necesitaba continuar jugando. Uno puede sacar la energía de las Lágrimas de Branwyn y pasar del sexo a la violencia, al menos así lo dicen en la corte de la Oscuridad. Y yo quería probarlo.
Si me hubiera devuelto el golpe, quizá hubiera funcionado, pero no lo hizo. Se dejó caer encima de mí y me sujetó en la cama. Norton tenía la cara al mismo nivel que la mía. Hubo un momento en que le miré a los ojos, y vi la misma siniestra necesidad que sentía yo. Las Lágrimas funcionaban en ambos sentidos. No se puede utilizar este arma para seducir sin ser seducido.
Profirió un ruido gutural y me besó. Comí de su boca y lleve una mano a la goma que le sujetaba la coleta. Cuando se la quité, su cabello, largo hasta los hombros, se esparció sobre mí como una cortina de seda. Hundí las manos en su cabellera y le sujeté el pelo con los puños cerrados mientras exploraba su boca.
Su mano libre intentaba hurgar bajo el vestido en busca de mi pecho, pero era demasiado ajustado. Me rasgó la tela, y mi cuerpo se estremeció con el tirón al tiempo que su mano hurgaba en mi sujetador.
El tacto de su mano en mi pecho me hizo apartar la cabeza y retirarme de su boca. De repente me sorprendí mirando en los espejos de la pared más lejana. Necesité algunos segundos para darme cuenta de que pasaba algo raro. Una parte de todo aquello era una maniobra de distracción. Alistair me besaba el cuello y mordisqueaba mi piel, cada vez más abajo. Parte de eso era la magia de otra persona. Alguien poderoso no quería que supiese que estaban mirando. Pero los espejos estaban en blanco como los ojos de un ciego. Miré al espejo que había encima de la cama, y también estaba vacío, como si Alistair y yo no estuviéramos allí.
A continuación sentí el hechizo, como una herida que me succionaba el poder y lo llevaba a la superficie hasta derramarse por los poros de mi piel, y luego cada vez más arriba, hasta los espejos. Fuera lo que fuese, chupaba mi poder como una tenia psíquica. Lo extraía lentamente como alguien que chupa con una pajita. Hice lo único que se me ocurrió. Hice retroceder el poder al centro del hechizo. Ellos no se lo esperaban, y la magia se tambaleó. Había una figura en el espejo, pero no era Alistair ni yo. La figura era alta, delgada, cubierta con una gabardina gris que ocultaba su cuerpo por completo. La gabardina era pura ilusión, una ilusión para ocultar el brujo que se hallaba detrás del hechizo. Y cualquier ilusión puede destrozarse.
Alistair me mordió suavemente el pecho, y mi concentración se hizo pedazos. Le miré mientras se llevaba mi pezón a la boca. Sentí como si su boca conectara una línea de alta tensión que me iba del pecho a la entrepierna. Me desgarraba la garganta, me hacía estremecer con su tacto. Una pequeña parte de mí detestaba que ese hombre pudiera hacer reaccionar mi cuerpo, pero la mayor parte de mi ser se había convertido en puras terminaciones nerviosas y carne excitada. Estaba hundiéndome profundamente en las Lágrimas de Branwyn, sumergiéndome en ellas. Pronto no habría ya pensamiento, sólo sensaciones. No lograba pensar en concentrar poder. Lo único que podía oler, sentir o saborear era canela, vainilla y sexo. Tomé ese sexo, esa necesidad, lo envolví con mi mente, y lo arrojé al hechizo. La capa tembló, y durante un segundo casi llegué a vislumbrar lo que había en su interior, pero Alistair se arrodilló y me bloqueó la vista.