Me senté ante la pequeña mesa, con un vaso de agua delante de mí. Los de la ambulancia me habían dado una manta que cubría el respaldo de la silla. Me la habían ofrecido para que entrase en calor después del shock y para que me tapara, pues la parte delantera de mi vestido estaba rasgada. Buena parte de las últimas horas estuve con frío y necesitada de la manta, pero el resto del tiempo sentía que me hervía la sangre. Pasaba de tiritar a sudar, una extraña combinación producto del shock y las Lágrimas de Branwyn, y eso me había provocado un intenso dolor de cabeza. Nadie me daba ningún analgésico porque pensaban llevarme al hospital pronto. Siempre pronto, nunca ya.
Cuando llegaron los primeros policías todavía me brillaba levemente la piel. No podía cubrirme con encanto mientras hubiera aceite en mi organismo. No podía ocultarme. Algunos de los primeros uniformados me reconocieron; uno de los primeros dijo:
– Usted es la princesa Meredith.
La suave noche de California sólo proporcionaba una tregua. Yo sabía que era una simple cuestión de tiempo que la reina del Aire y la Oscuridad enviara a alguien para investigar este último rumor. Tenía que estar fuera de la ciudad antes de que eso ocurriera. Disponía como mínimo de una noche más, quizá dos, antes de que llegara el guardia de mi tía. Contaba con tiempo para permanecer sentada allí y responder a las preguntas, pero me estaba cansando de responder las mismas una y otra vez.
Entonces, ¿por qué permanecía sentada en esa silla de duro respaldo, mirando a un detective al que no había visto nunca anteriormente? En primer lugar, aunque lograra salir de ésta sin ninguna acusación y sin solicitar inmunidad diplomática, se pondrían en contacto con los políticos para cubrirse las espaldas. En segundo lugar, quería que el detective Alvera creyera lo que le contaba acerca de las Lágrimas de Branwyn y la gravedad de la situación si había más aceite fuera de control. Probablemente era un regalo de alguna sidhe que había formulado el hechizo de la sanguijuela. Tal vez no hubiera más que esa única botella fuera de las cortes, pero si existía una posibilidad, aunque fuera mínima, de que los seres humanos, con o sin la ayuda de una sidhe, hubieran aprendido a fabricar las Lágrimas de Branwyn y éstas estuvieran a la venta, había que detenerlo.
Por supuesto, quedaba otra posibilidad. La sidhe que había implicado a Norton en las violaciones mágicas podía haber repartido Lágrimas de Branwyn a muchos más. Ésta era seguramente la situación más verosímil de las dos peores, pero no podía contar a la policía que había otra sidhe implicada con Alistair Norton. Uno no lleva a la policía humana cuestiones de sidhe, no si quiere mantener intactas todas las partes de su cuerpo.
La policía detecta muy bien las mentiras o quizá, para ahorrar tiempo, parte de la idea de que todo el mundo está mintiendo. Sea como fuere, al detective Alvera no le gustó mi historia. Estaba sentado frente a mí, alto, sombrío, delgado, con unas manazas que parecían desproporcionadas para sus hombros estrechos. Sus ojos eran de un marrón sólido, con una línea de oscuras pestañas que hacían que te fijaras en ellos, aunque quizá fuera sólo un efecto de mi estado. Jeremy había convocado una protección para ayudarme a controlar las Lágrimas. Me había dibujado runas en la frente con su dedo y su poder. La policía no las veía, pero yo las sentía como un fuego helado si me concentraba. Sin el hechizo de Jeremy, sólo la Diosa sabe qué hubiera hecho. Algo comprometedor e inmoral, eso seguro. Incluso protegida por las runas estaba muy pendiente de todos los hombres que había en la habitación.
Alvera me miró con ojos cariñosos y llenos de confianza. Observaba el modo en que sus labios formaban cada palabra, esa boca tan generosa, que invitaba a que la besara.
– ¿Ha oído lo que acabo de decir, señora NicEssus? Parpadeé y me di cuenta de que no.
– Lo siento, detective. ¿Podría repetírmelo?
– Creo que este interrogatorio se tiene que acabar, detective Alvera-dijo mi abogada-. Es evidente que mi cliente está muy cansada y en estado de shock.
Mi abogada era un socio de James, Browning y Galán. Ella era Galán. Habitualmente, Browning se ocupaba de los asuntos jurídicos de la Agencia de Detectives Grey. Creo que Eileen Galán estaba allí porque Jeremy había mencionado la cuestión de la violación. Una mujer sería más receptiva, al menos en teoría.
Se sentó detrás de mí, vestida con un traje de chaqueta oscuro tan limpio y bien planchado que parecía nuevo. Su cabello rubio con toques de gris mostraba una permanente perfecta; su maquillaje era impecable. Hasta sus zapatos negros de tacón alto brillaban. Eran las dos de la mañana, y Eileen tenía el aspecto de que acababa de tomarse un desayuno copioso y se sentía ansiosa por empezar el día.
La mirada de Alvera subió desde mi sujetador a mis ojos y me obligó a mirarme los pechos, finalmente.
– A mí no me parece que esté en estado de shock, abogada.
– Mi cliente ha sido violada, detective Alvera. Sin embargo, no se le ha llevado a un hospital, ni ha sido examinada por un médico. El único motivo por el que no he denunciado estos hechos es la voluntad de mi cliente de responder a sus preguntas y ayudarle en su investigación. Francamente, estoy empezando a pensar que mi cliente no es capaz de proteger sus propios intereses esta noche. He visto en la cinta cómo se abusó brutalmente de ella y mi deber es defender los derechos de Meredith incluso si ella no quiere que lo haga.
Alvera y yo nos miramos. El detective pronunció las siguientes palabras mirándome a los ojos:
– Yo también he visto la cinta, abogada, y parecía que su cliente se lo estaba pasando bien la mayor parte del tiempo. Ella decía que no, pero su cuerpo indicaba que sí.
Si Alvera pensaba que me hundiría bajo la presión de su mirada acerada y sus insultos, sencillamente no me conocía. En condiciones normales no habría funcionado y esa noche estaba demasiado entumecida para morder el anzuelo.
– Esto es un insulto, no sólo a mi cliente, sino a todas las mujeres, detective Alvera. La entrevista se ha acabado. Espero que la policía nos acompañe al hospital.
Alvera se limitó a mirarla con sus preciosos ojos jaspeados.
– Una mujer puede ir diciendo «no», «para», pero si le sigue el juego al hombre, no se puede acusar a éste por obtener mensajes contradictorios.
Reí y negué con la cabeza.
– ¿Piensa que esto es gracioso, señora NicEssus? La cinta quizá revele un caso de violación, pero también muestra cómo usted convierte a Alistair Norton en picadillo.
– Le repito una vez más que yo no maté a Alistair Norton. En relación con la violación, usted intenta insultarme deliberadamente para que me enfade y diga algo indiscreto, o bien usted es un cerdo machista y chauvinista. Si es verdad lo primero, está usted perdiendo el tiempo. Si es verdad lo segundo, me lo está haciendo perder a mí.
– Siento que responder a preguntas sobre un hombre al que dejó desangrarse hasta morir en su propia cama y en su propia casa sea una pérdida de su tiempo.
– ¿Qué clase de hombre tiene una casa cuya existencia no conoce ni su esposa? -pregunté.
– Engañaba a su esposa, y por ello merecía morir, ¿es así? Sé que ustedes los duendes tienen una obsesión con el matrimonio y la monogamia, pero la ejecución me parece algo un poco severo.
– Mi cliente ha dicho en varias ocasiones que no es responsable del hechizo que provocó la destrucción de los espejos.
– Pero está viva, abogada. Si no hizo el hechizo, entonces, ¿cómo supo que tenía que ponerse a cubierto?
– Ya he dicho que reconocí el hechizo, detective Alvera.
– ¿Por qué no lo reconoció Norton? Tenía una gran reputación como mago. También debería haberlo visto venir.