– Le he dicho que las Lágrimas de Branwyn afectan a los seres humanos con más fuerza que a las sidhe. No prestaba tanta atención como yo a lo que pasaba a su alrededor.
– ¿De dónde vinieron las arañas?
– No lo sé.
No le dije que Jeremy había fabricado las arañas porque entonces hubieran empezado a acusarle por haber puesto los espejos, o quizá nos hubieran acusado a los dos por conspiradores.
Alvera sacudió la cabeza.
– Diga simplemente que lo hizo en defensa propia.
– El único motivo por el que todavía estoy aquí sentada es porque quiero que ustedes, la policía, entiendan lo peligroso que puede ser este aceite hechizado. Si hay más Lágrimas de Branwyn por ahí, tienen que encontrarlas y destruirlas.
– Los hechizos de placer no funcionan, señora NicEssus. Los afrodisíacos no funcionan. Me está hablando de una poción mágica que hace que una mujer se baje las bragas ante un hombre que no le gusta. Eso es una tontería. No existe algo así.
– Rogará que no exista si se difunde entre la población. Quizá Norton tenía la única botella, pero investigue a sus amigos por si acaso.
Hojeó rápidamente el cuaderno de notas que tenía sobre la mesa y que no había tocado en mucho tiempo.
– Liam, Donald y Brendam, no hay apellidos. Dos de ellos tienen orejas de duende, todos ellos llevan el pelo largo. Les encontraremos, no hay problema. Por supuesto, serán una prioridad menor porque no han sido acusados de asesinato.
Eileen se levantó de nuevo.
– Venga, Meredith, esta entrevista se ha acabado. Y lo digo en serio.
Nos miró a los dos como si fuésemos principiantes y no nos atreviésemos a discutir con ella. Yo estaba cansada, y no iban a creer ni una palabra en relación con las Lágrimas de Branwyn. Me puse en pie.
Alvera también se levantó. -Siéntese, Meredith.
– ¿Ahora me llama por el nombre, Alvera? Yo no conozco el suyo.
– Es Raimundo. Ahora siéntese.
– Si -dije-, si solicito inmunidad diplomática, me iré de aquí y no importará quién tenga razón y quién no.
Le miré y gracias a la protección de Jeremy, me pude concentrar en mirarle a los ojos. Si me concentraba, apenas veía la línea de su labio superior.
Alvera sostuvo mi mirada durante mucho tiempo antes de decir:
– ¿Qué le haría cambiar de opinión y no exigir inmunidad diplomática, al salir por esa puerta, princesa?
– Que me creyera en lo que dije sobre el aceite del placer, Raimundo.
Sonrió.
– Claro, le creo.
Negué con la cabeza.
– No me hace gracia, detective. Una mentira no me retendrá en esta habitación.
Estaba faroleando. Esperaba que no lo comprobara.
– ¿Y qué la retendría? -preguntó.
Tuve una idea. Necesitaba demostrar a la policía lo peligrosas que podían ser las Lágrimas de Branwyn. Tener relaciones sexuales con una sidhe obsesionaría para siempre a un ser humano, pero una pequeña degustación no le causaría un daño permanente. Algunos sueños, quizá, y una mayor excitación en la cama durante cierto tiempo, pero nada grave. Había que unir la carne y la magia de una manera más íntima para traspasar el límite de seguridad. Si todos compartíamos una simple degustación, todo el mundo sobreviviría.
– ¿Qué pasaría si pudiera demostrarle que el aceite de placer funciona?
Cruzó los brazos sobre el pecho y se las arregló para poner una mirada todavía más cínica, lo cual no hubiera creído posible.
– Le escucho.
– Cree que no hay ningún hechizo que pueda hacerle desear instantáneamente a una extraña, ¿no es cierto?
Asintió.
– Es cierto.
– ¿Me da permiso para tocarle, detective?
Se echó a reír y me miró el vestido desgarrado. Quería pensar que me estaba insultando deliberadamente porque de lo contrario no era muy brillante, y necesitaba que fuese bueno en su trabajo. Para un caso políticamente comprometido tanto podían elegir al mejor hombre como al peor. O bien pensaban que Alvera era un detective extraordinario que lo arreglaría todo, o bien lo habían elegido como chivo expiatorio para cuando la cosa se complicara. Yo deseaba que fuera un detective extraordinario, pero me estaba empezando a decantar por la opción del chivo expiatorio. Por supuesto, dado que había mentido en varias cuestiones, quizá no quería que fuese un profesional tan fantástico. Pero no mentía sobre aquello en lo que él pensaba que yo estaba mintiendo. Doy mi palabra de honor.
– Hace un minuto era Raimundo. Ahora me pide permiso para tocarme y vuelvo a ser el detective.
– A esto se le llama técnica de distanciamiento, detective Alvera -dije.
– Yo pensé que en este caso quería ser personal y mostrarse cercana, no distante.
Sentí que Eileen Galán había tomado aliento para hablar y le interrumpí, levantando la mano.
– Está bien, Eileen, puede ser un estúpido y aun así ser detective. Me está provocando y no sé qué espera sacar de todo esto.
E1 humor desapareció y los ojos de Alvera se mostraron oscuros y fríos, tan impenetrables como piedras.
– Me gustaría que contara la verdad.
– Se ha estado comportando durante horas. De golpe, en los últimos treinta minutos, se las has apañado para insultarme sexualmente varias veces y ha estado mirándome a los pechos. ¿A qué se debe el cambio?
Me clavó su mirada acerada durante uno o dos segundos.
– Comportándome como un profesional no estaba progresando nada.
– Tanto si lo cree como si no, figuro como víctima de violación en los informes preliminares. Su conducta en la última media hora podría costarle una demanda por acoso sexual.
Sus ojos miraron a mi abogada, que todavía permanecía en silencio, y después nuevamente a mí.
– He visto víctimas de violación, princesa. Las he llevado al hospital y las he tomado de la mano mientras chillaban. Una niña sólo tenía doce años. Estaba tan traumatizada que no podía hablar. Me costó nueve días, con la ayuda de un terapeuta, conseguir que citara a sus agresores. Usted no actúa como una víctima de violación.
Moví la cabeza.
– Es un hombre… arrogante. -Me las arreglé para que la última palabra sonara como el peor de los insultos-. ¿Le han violado alguna vez, Raimundo?
Me miró, pero sus ojos se mantenían neutrales.
– No.
– Entonces no pretenda explicarme cómo se supone que actúo o siento. No estoy tan deshecha esta noche. En parte es el maldito hechizo, pero en parte, detective, es que, comparada con otras violaciones, ésta no estuvo tan mal. Eileen dijo que yo había sido tratada con brutalidad. Bueno, es abogada y le puedo perdonar la elección de palabras, pero ella no conoce el significado de cada palabra. Nunca ha visto lo que un hombre puede llegar a hacer a una mujer si realmente quiere herirla. Yo he visto cosas brutales, detective, y lo que he visto esta noche no era brutal, pero sólo por el hecho de que no me esté desangrando y de no necesitar tubos para respirar o porque mi cara todavía se reconozca debajo de los moretones, eso no significa que no fuera una violación.
Pasó por sus ojos un sentimiento ilegible y, a continuación, se volvieron a mostrar inexpresivos.
– No era la primera vez, ¿verdad? -Su voz sonó amable, delicada.
Bajé la cabeza, temerosa de mirarle a la cara.
– No fue a mí, detective, no fue a mí.
– Una amiga -dijo con la misma voz amable.
A continuación levanté la mirada, y la muestra repentina de compasión casi me hizo ceder, casi me hizo confiar en él. Casi. Recordé el rostro de Keelin: una máscara ensangrentada, con una órbita del ojo destrozada de manera que el globo ocular le colgaba hasta la mejilla. Si hubiera tenido nariz, se hubiera roto, pero su madre era un hada, y las hadas no tienen narices humanas. Tres de sus brazos estaban doblados en ángulos imposibles, como las patas quebradas de una araña. Ningún curandero sidhe le impuso las manos, porque estaba muy cerca de la muerte y no pondrían en peligro sus vidas por una cría de duende. Mi padre la llevó a un hospital humano y contó la agresión a las autoridades. Mi padre era el príncipe de la Llama y la Carne, e incluso su hermana la reina le temía, con lo cual no le castigaron por recurrir a los seres humanos. Había quedado registro de este hecho, así que podía hablar de ello sin ser castigada. Por fin algo sobre lo cual podía contar la verdad aquella noche.