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Yo estaba sobre la mesa con la falda subida hasta la cintura, y sentía mi cuerpo tan lleno de sangre y ansia que no me podía mover. Estaba enfadada, rabiosa porque nos habían separado. Sabía que era una estupidez, que no quería tener relaciones sexuales en un sala de interrogatorios, delante de toda la comisaría y aun así… lo deseaba.

Un joven policía uniformado estaba junto a la mesa, tratando de no mirarme. Fue fácil alcanzarle la mano, impregnar su muñeca de Lágrimas. Su pulso latió contra mi mano y él se inclinó hacia mí y me besó delante de cualquiera que quisiera observar lo que estaba pasando.

– Dios mío, Riley, ¡no la toques! -gritó alguien.

Unas manos sujetaron a Riley y lo apartaron de mis labios y mis manos. Me incorporé para agarrarlo y grité:

– ¡No!

Salté de la mesa a por uno de ellos, cuando otro detective me agarró los brazos y me obligó a quedarme sentada en la esquina de la mesa. Miró hacia sus manos como si se las hubiera quemado con mis brazos desnudos.

– Oh, Dios mío -susurró.

Justo antes de agacharse para besarme, murmuró:

– Que vengan algunas mujeres.

Más tarde, supe que ese hombre de talla media y ligeramente calvo con manos fuertes y un cuerpo musculoso era el teniente Peterson. Tuvieron que esposarle para sacarlo de la habitación.

Me enterraron bajo un montón de mujeres policía hasta que ya no pude moverme. Dos de las oficiales tuvieron los mismos problemas que los hombres, de igual modo que al menos uno de los hombres no había tenido ningún problema en no tocarme. ¡No hay nada como salir del armario en el trabajo!

Trajeron a Jeremy para que recompusiera la protección. Me calmé, pero no estaba en situación de hablar con nadie. Jeremy me aseguró que ya había hablado con la brigada de narcóticos, aunque estaba convencido de que los oficiales que habían estado en la habitación conmigo sabrían hacerles ver el peligro de las Lágrimas de Branwyn.

Roane me estaba esperando, con un par de guantes quirúrgicos puestos para poder tocarme y una chaqueta para cubrirme la cabeza y así evitar que la gente me reconociera. La policía nos sacó por la puerta de atrás. De momento, los medios de comunicación desconocían que finalmente había salido a la luz y en qué circunstancias. Pero alguien de la comisaría o de las ambulancias contaría la verdad. Quizá lo haría por dinero o accidentalmente, pero los medios de comunicación lo descubrirían. Era sólo cuestión de tiempo. Una carrera para ver qué sabuesos me encontrarían primero: los periódicos o la guardia de la reina. Si me hubiese encontrado bien, habría ido a mi coche y habría abandonado la ciudad esa noche o me habría subido al primer avión. Pero Roane me llevó a su apartamento porque estaba más cerca que el mío. No me importaba adónde íbamos mientras hubiese una ducha. Si no limpiaba mi cuerpo de las Lágrimas o tenía relaciones sexuales pronto, me volvería loca. Me inclinaba por una ducha. Lo que no advertí hasta demasiado tarde es que Roane se inclinaba por el sexo.

7

La parte frontal de mi cerebro sabía que debía pedirle a Roane que me llevara a mi coche. Debajo del asiento del conductor había un paquete con dinero y la documentación completa de una nueva identidad, con un permiso de conducir y tarjetas de crédito. Siempre había planeado salir en coche de la ciudad o ir al aeropuerto y subir al primer avión que se me antojara. Era un buen plan. La policía ya estaría contactando con la embajada, y antes del anochecer mi tía sabría quién era, dónde estaba, y qué había estado haciendo durante tres años.

La parte primitiva de mi cerebro quería saltar encima de Roane mientras conducía a ciento veinte por hora por la autovía. Sentía la piel hinchada por el deseo. En realidad, no le podía tocar. Lo último que necesitaba era contaminarle con las Lágrimas. Como mínimo uno de nosotros necesitaba permanecer cuerdo esa noche, y hasta que no me duchara, ese uno no iba a ser yo.

Subí la escalera hasta el apartamento de Roane, abrazándome a mí misma, clavándome las uñas con tanta fuerza como para dejarme marcas en los brazos. Eso era lo único que podía hacer para frenarme y no tocar a Roane cuando subía la escalera justo delante de mí.

Dejó la puerta abierta tras de sí, y le seguí hasta la habitación. Él estaba de pie en el centro de una amplia estancia. Incluso en la oscuridad, la habitación brillaba de forma extraña y las paredes blancas resplandecían a la luz de la luna. Roane se erguía como una figura negra en medio del fulgor plateado. Estaba mirando al mar, como hacía cada vez que entrábamos en su apartamento, luego se volvió y miró por las ventanas que formaban las paredes oeste y sur. El mar se alzaba al otro lado de los cristales y las olas oscuras y plateadas rompían en la orilla con un ribete de espuma.

Siempre sería la segunda en el corazón de Roane, porque su amor pertenecía a su primera amante: la mar. Seguiría llorando su pérdida cuando yo ya sólo fuera polvo en una tumba. Esta certeza provocaba soledad. La misma soledad que había sentido en la corte, observando la disputa de las sidhe por insultos pronunciados un siglo antes de que yo naciera, y sabiendo que continuarían discutiendo un siglo después de mi muerte. Era un poco amargo, sí, pero sobre todo certificaba que era ajena a la sociedad. Era una sidhe, con lo cual no podía ser humana, y era mortal, de manera que no podía ser una sidhe. Ni carne ni pescado.

Aunque me sentía aislada, abandonada, mi mirada se dirigió a la cama: un montón de sábanas blancas y cojines esparcidos. Roane la había deshecho, pero sólo la había hecho a medias. Nunca había entendido por qué había que planchar las arrugas si las sábanas estaban limpias. Tuve una súbita visión de Roane desnudo sobre esas sábanas blancas. La visión era tan nítida que me dolía. Me tensaba el estómago y me hacía sentir algo más abajo, hasta que me costó respirar. Me apoyé en la puerta cerrada hasta que no pude moverme y, a continuación, me estiré. No estaba bajo el efecto de productos químicos ni de magia. Era una sidhe, una sidhe débil, menor, pero eso no cambiaba el hecho de que tuviera aquello que todos nosotros y los hombres denominan mágico. No era un campesino humano que apenas había entrado en contacto con las hadas. Era una princesa sidhe y por la diosa, que actuaría como tal.

Miré la puerta que tenía detrás, y ni tan siquiera el sonido de la cerradura al cerrarse hizo volverse a Roane. Permanecería en comunión con su visión hasta que estuviera preparado para mí. Yo no tenía tanta paciencia esa noche. Pasé junto a él y crucé la habitación a oscuras hasta el cuarto de baño. Al encender la luz quedé deslumbrada. El cuarto de baño era minúsculo, con sitio sólo para el ino doro, un pequeño lavamanos y la bañera. La bañera quizá datara de la época de la construcción de la casa, porque era honda y tenía patas y parecía muy antigua. La cortina de la ducha, colgada de una varilla, tenía imágenes de especies de focas de los cuatro rincones del mundo, con los nombres comunes escritos al lado de cada imagen. La había encargado yo de uno de esos catálogos que siempre te envían cuando tienes una formación en biología. La encontré entre camisetas con motivos animales, velas en forma de animales, libros sobre viajes al círculo polar ártico y veranos pasados avistando lobos en lugares remotos. A Roane le gustó la cortina, y a mí me complació regalársela. Me gustaba tener relaciones sexuales en la ducha, rodeada por el regalo que le había hecho.

Me asaltó una imagen de su cuerpo húmedo y desnudo, la sensación de su piel con una capa de jabón. Maldije en voz baja y aparté la cortina. Abrí el grifo del agua caliente y esperé a que el agua adquiriera la temperatura adecuada. Necesitaba quitarme las Lágrimas antes de hacer algo que después lamentaría. Esa noche estaría a salvo. No iba a presentarse nadie hasta el día siguiente, como muy pronto. Podía tomar a Roane, llenar mis manos con su piel sedosa, cubrirme con la dulce proximidad de su cuerpo. ¿A quién haría daño?