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– No -dije.

Me besó en la mejilla, con infinita ternura.

– ¿No?

– No, hubo otro.

Me volví hacia él. Sus labios rozaban los míos, sin llegar a besarlos.

– ¿Qué sucedió? -pronunció estas palabras en un cálido susurro contra mi boca.

– Bleddyn había formado parte de la corte de la Luz hasta que hizo algo tan terrible que nadie se atrevería a pronunciarlo, y se le expulsó. Pero era tan poderoso que la corte de la Oscuridad lo admitió. Se perdió su verdadero nombre, y se le dio el de Bleddyn. Significa lobo o transgresor, o lo significó hace mucho tiempo. E incluso en la corte oscura era un transgresor.

Roane me besó en el cuello y el pulso se me aceleró. Levantó la cabeza lo suficiente para preguntar:

– ¿Por qué era un transgresor?

Entonces su boca empezó a bajarme por el cuello sin dejar de besarme.

– Estaba airado sin razón. Si no hubiese estado rodeado de inmortales, habría matado a gente, tanto a amigos como a enemigos. Los labios de Roane habían llegado al hombro y continuaban por el brazo. Se detuvo para decir:

– ¿Airado?

Entonces inclinó la cabeza y me besó hasta que llegó al codo. Levantó mi brazo para poder colocar su boca alrededor de la frágil piel de la articulación. De golpe, me succionó la piel y me clavó los dientes en el brazo lo justo para causar daño, lo justo para hacerme jadear. A Roane no le interesaba el dolor, pero era un amante atento, y sabía lo que me gustaba, igual que yo sabía lo que le gustaba a él. Pero de pronto no pude concentrarme más en lo que decía.

Levantó la cara de mi brazo, dejando una marca redonda, casi perfecta, de sus dientes pequeños y afilados. No había rasgado la piel. Nunca había logrado persuadirle de que llegara tan lejos, pero la señal en mi carne me satisfacía e hizo que me doblara hacia él. Me detuvo con una pregunta.

– ¿Sólo eran ataques de cólera o había algo más que indicaba que Bleddyn era peligroso?

Tardé un segundo en recordar. Tuve que separarme de él.

– Si quieres oír la historia, compórtate.

Estaba tumbado de costado, apoyado en un brazo que le hacía las veces de almohada. Se estiró de forma que pude observar el movimiento de sus músculos bajo la piel brillante.

– Creía que me estaba comportando. Sacudí la cabeza.

– Conseguirás que me olvide de mí misma, Roane. Y tú no quieres eso.

– Te quiero esta noche, Merry. Te quiero toda, sin encanto ni escudos ni reticencias. -De golpe, se sentó, acercándose tanto a mi cara que empecé a retirarme, pero me asió el brazo-. Quiero ser lo que necesitas esta noche, Merry.

Negué con la cabeza.

– No entiendes lo que pides.

– No, no lo entiendo, pero si en alguna ocasión has de tenerlo todo, será esta noche.

Asió mi otro brazo, obligándonos a ambos a arrodillarnos, hincando suficientemente sus dedos para darme cuenta de que por la mañana estaría magullada. Este movimiento brusco me aceleró el pulso.

– He vivido cientos de años, Merry. Si alguno de nosotros es un niño, eres tú, no yo. -Sus palabras eran vívidas; nunca le había visto así, con tanta fuerza, con tanta exigencia.

Podría haberle dicho: «Me haces daño, Roane», pero me gustaba el papel, así que dije:

– No pareces tú.

– Sabía que conservabas tu encanto incluso cuando nos acostábamos juntos, pero nunca imaginé cuánto escondías. -Me sacudió dos veces, con tanta fuerza que casi estuve a punto de decirle que me hacía daño-. No te escondas, Merry.

Entonces me besó, frotando sus labios contra los míos, forzando tanto su boca contra la mía que si no la hubiera abierto me habría cortado los labios con los dientes. Me volvió a tumbar en la cama. La situación empezaba a no gustarme: me gusta el dolor, no la violación.

Le detuve con una mano en el pecho, apartándole de mí. Todavía estaba encima de mí, con unos ojos extrañamente apasionados, pero escuchaba.

– ¿Qué intentas hacer, Roane? -¿Qué sucedió en tu último duelo?

El cambio de tema fue demasiado rápido para mí.

– ¿ Qué?

– En tu último duelo, ¿qué sucedió? -Su boca y su cara mostraban una absoluta seriedad mientras su cuerpo desnudo oprimía el mío.

– Lo maté.

– ¿Cómo?

De alguna manera supe que no estaba preguntando por la mecánica del asesinato.

– No me valoró lo suficiente.

– Yo nunca te he valorado poco, Merry. No hagas menos por mí. No me trates como algo inferior sólo porque no soy sidhe. Soy un tipo de duende sin una sola gota de sangre mortal en mis venas. No temas por mí. -Su voz era normal de nuevo, pero se mantenía una corriente latente de orgullo.

Miré su cara y vi el orgullo allí, no un orgullo masculino, sino el orgullo de un duende. Le trataba como si fuese menos que un duende, y se merecía más, pero…

– ¿Qué pasaría si te lastimara sin querer?

– Me curaría -dijo.

Esto me hizo sonreír, porque en aquel momento le quería. No era el tipo de amor que cantan los bardos, pero era amor al fin y al cabo.

– Muy bien, pero adoptemos una postura que te haga dominante a ti, no a mí.

Una idea llenó su mirada.

– No tienes confianza en ti misma.

– No -dije.

– Entonces, confía en mí. No te defraudaré.

– ¿Prometido? -dije.

Sonrió y me besó en la frente, de forma delicada, como se besa a un niño.

– Prometido.

Le tomé la palabra.

Mis manos acabaron agarrando las frías varillas de metal del cabezal. El cuerpo de Roane me inmovilizó en la cama, con su entrepierna encajada en mis nalgas. Era una postura que le daba un gran margen de control y mantenía la mayor parte de mi cuerpo alejado de él. Yo no podía tocarle. Había muchas cosas que no podía hacer en esa postura, y por eso la había elegido. Una atadura, era lo más seguro en lo que podía pensar, pero a Roane no le gustaba el bondage. Además, los peligros reales no tenían nada que ver con las manos o los dientes o algo puramente físico. Las ataduras no habrían servido de nada, sólo me habrían recordado que debía ir con cuidado. Tenía mucho miedo de que en algún momento de la confusión de poder y carne lo olvidara todo excepto el placer, y Roane sufriría por esto, y no me refiero a sufrir en el buen sentido.

Cuando me penetró, supe que tendría dificultades. Él daba miedo, se apoyaba en las manos para poder impulsarse y penetrarme con toda la fuerza de su espalda y sus caderas. Había visto una vez a Roane meter su puño por la puerta de un coche para desalentar a un atracador. Era como si quisiera atravesarme. Observé algo que no había observado anteriormente. Roane pensaba que yo era humana con sangre de duende, pero aun así humana. Había sido tan cuidadoso conmigo como yo lo había sido con él. La diferencia era que yo tenía miedo de que mi magia le perjudicara, y él tenía miedo de su fuerza física. Esa noche no habría reservas, los dos íbamos a actuar sin red. Por primera vez, caí en la cuenta de que podría ser yo la herida, no Roane. No hay nada como el sexo peligroso, y si añadíamos una magia capaz de fundir nuestra piel… ¡iba a ser una noche fantástica!

Su cuerpo adquirió un ritmo precipitado, entrando y saliendo del mío; el sonido de la carne que golpeaba la carne cada vez que realizaba un embate contra mí. Esto, esto era lo que había deseado durante mucho tiempo. Tomó mi cuerpo, y sentí la primera oleada de placer. De repente, sentí la preocupación de que me hiciera llegar al orgasmo antes de que la magia tuviera tiempo de actuar.

Abrí mi piel metafísica a medida que abría las piernas, pero en lugar de dejarle entrar, subí hacia él. Abrí su aura, su magia, del mismo modo que él antes me había bajado la cremallera del vestido. Su cuerpo empezó a hundirse en el mío, no físicamente, pero el efecto es sorprendentemente parecido. Vacilaba con su cuerpo dentro del mío, se detenía. Podía sentir que su pulso se aceleraba, se aceleraba, y no por ejercicio físico sino por miedo. Se apartó de mí por completo, y durante un estremecedor instante pensé que se detendría, que todo se detendría. Entonces me volvió a penetrar, y fue como si se entregara totalmente a mí, a nosotros, a la noche.