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– ¿Vas a llevarme al aeropuerto o has cambiado de opinión mientras estaba en la ducha?

– Te llevaré -dijo.

La mayoría de los sidhe pueden ver magia en los colores o las formas, pero yo no lo había conseguido nunca. Sin embargo, soy capaz de sentirlo y Jeremy estaba cargando la habitación con toda la energía que vertía en sus escudos.

– ¿Entonces qué pasa con el viaje de poder?

– Eres una sidhe. Eres una sidhe de la Oscuridad. Sólo estás un grado por encima de un sluagh. -El acento de las Tierras Altas se hacía patente en las frases de Jeremy. Nunca antes le había visto perder su acento americano, de algún lugar indeterminado. Me ponía nerviosa porque muchos sidhe están orgullosos de conservar sus acentos originales, sean los que sean.

– ¿Y qué pretendes? -Pero tenía el presentimiento de que sabía adónde quería llegar. Casi hubiera preferido una batalla.

– La Oscuridad se desarrolla en el engaño. No hay que creerles.

– ¿No te merezco confianza, Jeremy? ¿Tres años de amistad representan menos para ti que viejas historias?

Un pensamiento amargo le cruzó por la cara.

– No son historias. -Y su acento se volvió a reforzar-. Me echaron de pequeño de la tierra de Trow. La corte de la Luz no se dignaría a aceptar un trow, pero la corte de la Oscuridad admite a todo el mundo.

Sonreí antes de poder contenerme.

– No a todo el mundo. -No creo que Jeremy pillara el sarcasmo.

– No, no a todo el mundo.

Estaba tan enfadado que sus manos empezaron a temblar levemente. Yo estaba a punto de pagar la factura de un agravio cometido cientos de años antes. No sería la primera vez y probablemente, tampoco la última, pero aun así me sacaba de quicio. No teníamos tiempo para su pataleta, y menos para una de las mías.

– Siento que mis antepasados abusaran de ti, Jeremy, pero eso fue antes de que yo naciera. La corte de la Oscuridad ha tenido un portavoz durante la mayor parte de mi vida.

– Para difundir las mentiras -dijo en un tono gutural.

– ¿Quieres comparar cicatrices? Me levanté la blusa y le mostré la huella de una mano marcada en mis costillas.

– Es una ilusión -dijo, pero sonaba dudoso.

– La puedes tocar si quieres. El encanto engaña la vista, pero no el tacto de otro elfo.

Esto era, a lo sumo, una verdad parcial, porque yo podía utilizar el encanto para engañar cualquier sentido, incluso el de otro elfo, pero no era una habilidad común, ni siquiera entre las sidhe, y confiaba en que Jeremy me creyera. En ocasiones, una mentira plausible surte efecto con más rapidez que una verdad no deseada.

Se me acercó lentamente, con semblante receloso. Me encogía el pecho ver esta mirada en la cara de Jeremy. Miró la cicatriz, pero estaba lejos para tocarla. Sabía que la magia personal más poderosa de una sidhe se activaba con el contacto, lo cual revelaba un conocimiento de las sidhe mayor del que le suponía.

Suspiré y me enlacé los dedos encima de la cabeza. La camisa se deslizó hacia abajo y cubrió la cicatriz, pero supuse que Jererny podía levantarme la ropa. Continuó mirándome mientras se acercaba hasta que quedé al alcance de su brazo. Tocó la seda verde, pero me miró mucho tiempo a los ojos antes de levantarla, como si estuviera intentando leer mis pensamientos. Pero mi cara había recuperado ese aire familiar, educado, ligeramente aburrido y vacío que había perfeccionado en la corte. Podía contemplar cómo era torturado un amigo o asestar una puñalada a alguien con la misma mirada impávida. No puedes sobrevivir en la corte si tu cara revela tus sentimientos.

Jeremy levantó la tela muy despacio, sin apartar nunca su vista de mi cara. Finalmente, tuvo que bajar la mirada, y yo me apliqué en no hacer el menor movimiento. Detestaba que Jeremy Grey, mi amigo y jefe, me tratase como una persona muy peligrosa. Si supiera lo inofensiva que era.

Puso sus dedos sobre mi piel ligeramente áspera.

– Hay más cicatrices en mi espalda, pero acabo de vestirme, de manera que si no te importa, hasta aquí hemos llegado.

– ¿Por qué no las vi cuando estabas desnuda o cuando te escondieron el micrófono?

– No quiero que las veáis, pero no me molesto en esconderlas cuando voy vestida.

– No malgastes nunca energía mágica -dijo, como si se lo comentara a sí mismo. Sacudió la cabeza, como si estuviera oyendo algo que yo no podía escuchar. Me miró desconcertado-. No tenemos tiempo para estar aquí de pie discutiendo, ¿no?

– ¿He dicho yo eso?

– Mierda -dijo-. Es un hechizo de descontento, desconfianza, discordia. Significa que vienen ahora. -E1 miedo invadió su cara.

– Podrían estar a muchos kilómetros de distancia, Jeremy.

– O estar en la puerta -dijo.

Tenía razón. Si estaban allí fuera, sería preferible llamar a la policía y esperar. No podía asegurar que no hubiera chicos malos de la corte de la Oscuridad al acecho, pero estaba convencida de que si llamaba al detective Alvera y le decía que la princesa Meredith estaba a punto de ser asesinada en su jurisdicción, me enviaría ayuda.

Pero si podía, prefería largarme. Necesitaba saber quién andaba cerca.

Jeremy me miraba de forma extraña.

– ¿En qué estás pensando?

– El Huésped no está formado por sidhes, salvo uno o dos enviados para dirigir la partida de caza. Forma parte del horror de la persecución. Si los sidhe no quieren que los encuentre probablemente no pueda hacerlo, pero puedo encontrar al resto.

Jeremy no discutió. No preguntó si yo lo podía hacer, o si era seguro. Simplemente, lo aceptó. Ya no se comportaba como mi jefe. Era la princesa Meredith NicEssus, y si decía que podía encontrar al Huésped en plena noche, me creía. Nunca se hubiera creído a Merry Gentry, sin pruebas.

Lancé mi fuerza, conservando los escudos en su lugar, pero extendiendo mi círculo de poder. Era peligroso, porque si estaban encima de nosotros, les bastaría esta apertura para vencerme, pero era la única manera de saber lo cerca que estaban. Sentí a Uther y a Ringo fuera, sentí sus cuerpos, su magia. Percibí la fuerza del mar y un repiqueteo hacia la tierra, la magia de todos los seres vivos, pero nada más. Extendí mi poder cada vez más, kilómetro a kilómetro, y no había nada, hasta que, casi al límite de mis posibilidades, algo presionaba el aire como una tormenta que avanzaba hacia mí, pero no era una tormenta, o al menos no era una tormenta de viento y lluvia. Estaba demasiado lejos para obtener una percepción clara de qué misteriosas criaturas acompañaban a los sidhe, pero era suficiente. Teníamos bastante tiempo.

Me retiré nuevamente a mis escudos, aferrándome a ellos.

– Están a varios kilómetros.

– ¿Entonces, cómo hicieron el hechizo de desacuerdo?

– Mi tía podría susurrarlo en el viento de la noche y aun así alcanzaría su objetivo.

– ¿Desde Illinois?

– Tardaría un día o tres, pero sí, desde Illinois. Pero no estés tan preocupado. Nunca se ensuciaría las manos personalmente con trabajos de recadero. Quizá me quiera ver muerta, pero no a distancia. Quiere darme un castigo ejemplar, y para eso necesitarán llevarme a casa.

– ¿Con cuánto tiempo contamos?

Negué la cabeza.

– Una hora, quizá dos.

– Entonces, llegaremos a tiempo al aeropuerto. Sacarte de la ciudad es lo único que te puedo ofrecer. Un mago sidhe, uno que ni siquiera estaba allí, me alejó de la casa de Alistair Norton. No puedo romper la magia de sidhe, y eso significa que no voy a poder ayudarte.