– Tú enviaste las arañas a través de la protección que había en la casa de Norton. Me recomendaste esconderme debajo de la cama. Hiciste bien.
Me miró de forma extraña.
– Pensé que tú habías fabricado las arañas. Nos miramos el uno al otro por un momento.
– No fui yo -dije.
– Yo tampoco -dijo en voz baja.
– Sé que lo que voy a decir suena a película, pero si no fuiste tú y tampoco fui yo…
– Uther no es capaz de algo así.
– Roane no practica magia activa -dije. De repente, sentí frío, y no tenía nada que ver con la temperatura. Uno de nosotros tenía que decirlo en voz alta-. ¿Entonces quién fue? ¿Quién me salvó?
Jeremy sacudió la cabeza.
– No lo sé. A veces, la corte de la Oscuridad te puede amparar antes de destrozarte.
– No te creas todas las historias que te cuentan, Jeremy.
– No es una historia.
La ira que se filtraba en estas simples palabras las hacías hirientes y groseras. De golpe, me di cuenta de lo asustado que estaba Jeremy. La ira era un escudo del miedo. Todas las reacciones de Jeremy tenían un regusto personal. No se trataba de un miedo genérico, sino de un miedo concreto, basado en algo más allá de las historias o leyendas.
– ¿Has tenido contacto con el Huésped?
Asintió y abrió la puerta.
– Quizá sólo tengamos una hora. Vámonos de aquí.
Me apoyé en la puerta y le impedí que la abriera.
– Esto es importante, Jeremy. Si has sido esclavo de una de ellas, entonces esta sidhe tendrá… poder sobre ti. Necesito saber lo que sucedió.
Entonces hizo algo que no me esperaba. Empezó a desabrocharse la camisa.
Enarqué las cejas.
– ¿No te estarán afectando todavía las Lágrimas de Branwyn? Entonces, sonrió. No era su sonrisa habitual, pero aun así suponía una mejora.
– Una vez, fui protegido por un miembro del Huésped. -Se apretó la corbata y el cuello de la camisa, pero se desabrochó los botones, se quitó la chaqueta, la colocó sobre un brazo, y se dio la vuelta-. Levántame la camisa.
No quería levantarle la camisa. Sabía de lo que eran capaces mis familiares cuando tienen creatividad. Había muchas posibilidades horribles y no deseaba ver ninguna de ellas marcada en la piel de Jeremy. Pero levanté la tela gris porque tenía que saberlo. No grité porque estaba preparada. Chillar era un exceso.
Su espalda estaba cubierta de cicatrices de quemaduras, como si alguien lo hubiera marcado al fuego una y otra vez. Con la excepción de que la marca tenía la forma de una mano. Toqué sus cicatrices, igual que él había tocado las mías. Empecé a colocar mi mano sobre una de las marcas de mano, entonces dudé y le advertí.
– Quiero colocar mi mano sobre una de las cicatrices para ver su tamaño.
Asintió.
La mano era mucho más grande que la mía, mucho más grande que la marca de mi propio cuerpo. Era una mano de hombre, con unos dedos más gruesos que los de la mayoría de sidhe.
– ¿Sabes el nombre de quien te lo hizo?
– Tamlyn -dijo. Parecía incómodo, y lo tenía que estar.
Tamlyn era el alias más habitual de los elfos. Tamlyn, junto a Robin Goodfellow y dos o tres más eran las típicas identidades falsas cuando había que esconder el nombre verdadero.
– Tenías que ser muy joven para no sospechar nada cuando te impuso este nombre -dije.
Asintió.
– Lo era.
– ¿Puedo comprobar tu aura?
Me sonrió por encima del hombro. El movimiento le arrugó la piel de la espalda, haciendo que las cicatrices dibujaran formas.
– Aura es una palabra nueva. Los duendes no la utilizan.
– Poder personal, entonces -dije, pero mi mirada estaba fija en su espalda. Le levanté la camisa hasta los hombros-. ¿Estabas atado cuando te hicieron esto?
– Sí, ¿por qué?
– ¿Puedes colocar las manos en la postura en que fueron atadas?
Respiró como si quisiera preguntar por qué, pero finalmente se limitó a levantar las manos sobre la cabeza y apoyó el cuerpo en la puerta. Levantó los brazos hasta que estuvieron lo más extendidos posible, ligeramente separados de su cuerpo hasta formar una Y. La camisa había vuelto a su sitio y tuve que levantarla nuevamente. Pero cuando lo hice, vi lo que pensé que vería. Las quemaduras en forma de mano habían formado un dibujo. Era la imagen de un dragón, o quizá, más exactamente, de un wyrm, largo y en forma de serpiente. Tenía una vaga forma oriental a causa de la forma de mano, pero era sin duda un dragón. No obstante las quemaduras sólo formaban el dibujo si Jeremy estaba exactamente en la misma postura de cuando fue torturado. Cuando bajó los brazos, la piel se separó y sólo quedaron cicatrices.
– Puedes bajar los brazos -dije.
Lo hizo y al mismo tiempo se volvió para mirarme. Empezó a ponerse la camisa. No creo que fuera consciente de lo que estaba haciendo.
– Tienes mala cara. ¿Qué has visto en las cicatrices que no haya visto nadie más?
– No te pongas la camisa, todavía no, Jeremy. Tengo que colocar una protección en tu espalda.
– ¿Qué has visto, Merry? -Dejó de abrocharse la camisa, pero no se la quitó para mí.
Negué con la cabeza. Jeremy había tenido estas cicatrices durante cientos de años y nunca había sabido que un sidhe había jugado un poco con su carne. El acto revelaba un gran desprecio por la víctima, una crueldad insoportable. Por supuesto, podría ser muy práctico: crueldad con intención. El sidhe, quienquiera que fuese, podía haber colocado un hechizo sobre las quemaduras. Podría hacer salir un dragón de la espalda de Jeremy o convertirlo a él en uno. O quizá no, pero más valía asegurarse.
– Deja que te proteja la espalda, en la furgoneta te lo explicaré.
– ¿Tienes tiempo? -preguntó.
– Claro. Sácate la camisa para que las quemaduras queden al descubierto.
Me miró como si no me creyera, pero cuando le puse de cara a la puerta, no se quejó y se levantó la camisa de seda para que yo pudiera trabajar.
Concentré poder en mis manos como si sostuviera calor en las palmas. Abrí las manos lentamente, con las palmas mirando hacia la espalda desnuda de Jeremy. Coloqué las manos casi rozando su piel y el calor tembloroso acarició la espalda de Jeremy y le produjo un escalofrío.
– ¿Qué runas utilizas? -preguntó, inquieto.
– No utilizo -dije. Esparcí aquel poder cálido por las cicatrices de su espalda.
Empezó a darse la vuelta.
– No te muevas.
– ¿Qué quieres decir con que no utilizas runas? ¿Qué otras cosas puedes usar?
Tuve que arrodillarme para asegurarme de que el poder cubría cada cicatriz. Cuando me hube asegurado de que todo estaba cubierto, lo sellé, visualizando el poder como una capa de luz amarilla brillante sobre su piel. Sellé los extremos de ese brillo para ajustarla a su piel, como un escudo.
Jeremy respiraba con dificultad.
– ¿Qué utilizas, Merry?
– Magia -dije, y me levanté.
– ¿Puedo bajarme la camisa?
– Sí.
La seda gris cayó en su sitio, y la protección era tan sólida que sentí que la camisa quedaba abultada por la magia, aunque no era así. La seda se pegó a su espalda como si no le hubiera hecho nada, pero nunca dudé de que había hecho bien mi trabajo.
Empezó a ponerse la camisa por dentro del pantalón, antes incluso de volverse hacia mí.
– ¿Has usado sólo tu magia personal para esto?
– Sí.
– ¿Por qué no utilizas runas? Contribuirían a potenciar tu magia.
– Muchas runas son en realidad antiguos símbolos de deidades o criaturas olvidadas desde hace tiempo. ¿Quién sabe? Podría invocar al mismo sidhe que te hizo daño. No puedo correr ese riesgo. Jeremy se puso la americana y se arregló la corbata.
– Ahora cuéntame qué es lo que te asustó de las cicatrices de mi espalda.