Abrí la puerta del apartamento.
– De camino a la furgoneta. -Salí al rellano sin darle tiempo a protestar. Habíamos perdido mucho tiempo, pero precisaba proteger su espalda.
Nuestros zapatos de vestir repiqueteaban en los escalones.
– ¿Qué era, Merry?
– Un dragón. En realidad, un wyrm porque no tenía patas.
– ¿Tuviste una visión en las cicatrices?
Me abrió la puerta de la calle, como siempre. Saqué el arma de mi espalda y le quité el seguro.
– Pensé que el Huésped estaba lejos -dijo Jeremy.
– Un sidhe sólo se podría esconder de mí. -Mantenía el arma apuntada hacia abajo, de forma que resultara poco visible-. No me volverán a llevar allí, Jeremy. Cueste lo que cueste.
Eché a andar en medio de una suave noche antes de que él pudiera decir nada. Muchos elfos, especialmente los sidhe, consideraban que usar armas modernas era hacer trampa. No había ninguna norma escrita en contra del uso de pistolas, pero aun así se consideraba incorrecto, a no ser que uno fuera miembro de la guardia de elite de la reina o del príncipe. Tenían que llevar armas para proteger a los miembros de la realeza. Bueno, yo era un miembro de la realeza, un miembro exiliado, pero aun así real, tanto si a los demás les gustaba como si no. No tenía ninguna guardia que me protegiera, de manera que lo haría yo misma. Al precio que fuese.
La noche nunca era verdaderamente oscura en Los Ángeles: había demasiada luz eléctrica, demasiada gente. Busqué una figura solitaria oculta en la penumbra. La busqué con los ojos y estableciendo un círculo de energía en torno a nosotros mientras avanzábamos hacia la furgoneta. Había gente en las otras casas. Les podía sentir moviéndose, vibrando. Un grupo de gaviotas sobrevolaba uno de los tejados, medio dormidas, revoloteando en señal de protesta al notar que mi magia se desplazaba sobre ellas. Había una fiesta en la playa. Percibía cómo se elevaba la energía, la tensión, el miedo, pero era un miedo normal; ¿debo hacerlo o no debo hacerlo?, ¿es seguro? No había nada más, a excepción de la presencia permanente de la energía del mar cuando uno se hallaba cerca de la costa. Se convertía en una especie de ruido blanco, en algo a lo que no haces caso, pero no dejaba de estar allí. Roane estaba en alguna parte de ese poder arrollador. Esperaba que se lo estuviera pasando bien. Sabía que yo no.
Se abrió la puerta corredera de la furgoneta y vi a Uther acuclillado en la penumbra. Me tendió la mano y yo estiré mi brazo izquierdo. Su mano cogió la mía y tiró de mí al interior de la furgoneta. Cerró la puerta.
Ringo me miró por encima del asiento del conductor. Casi no cabía en él, con toda aquella musculatura, aquellos largos brazos y aquel pecho inmenso aprisionados en un asiento construido para humanos. A1 sonreír mostró una boca de dientes afilados como los de un lobo. La cara era un poco alargada para dejar sitio a los dientes, lo cual desproporcionaba el resto de su rostro, más humano. Los dientes asomaban por encima de su piel marrón. Ringo había formado parte de una banda de barrio. Un día un grupo de sidhe de la corte de la Luz se perdieron en lo más profundo y oscuro de Los Ángeles. Se encontraron con unos pandilleros: la máxima expresión de la interacción cultural. Los sidhe se llevaron la peor parte en la batalla. Es difícil saber qué sucedió. Tal vez fueran demasiado arrogantes para luchar contra un grupo de quinceañeros. Quizá los adolescentes eran mucho peores de lo que se habían imaginado los visitantes reales. El caso es que estaban perdiendo la pelea hasta que uno de los miembros de la pandilla tuvo una idea brillante. Cambió de bando con la condición de que se cumpliera su deseo.
Los sidhe estuvieron de acuerdo, y Ringo mató a sus compañeros de pandilla. Su deseo era ser un elfo. Los sidhe le habían dado su palabra de honor de que le concederían este deseo y no podían echarse atrás. Para convertir a un humano pleno en duende parcial, hay que derramar en él un poco de magia, puro poder, y es la voluntad o el deseo humano lo que determina la forma de esa magia. Ringo tenía unos catorce años cuando esto sucedió. Quizá pretendía mostrarse fiero, aterrador, ser el más grande hijo de puta del barrio, y así la magia le había concedido su deseo. Según los cánones humanos, era un monstruo. Según los de los sidhe, lo mismo. Según las medidas de duende, era simplemente uno más de la pandilla.
No sé por qué motivo Ringo dejó las bandas. Quizá le encandilaron. Quizás alcanzó la sabiduría. Cuando le conocí, ya llevaba muchos años siendo un ciudadano ejemplar. Estaba casado con la novia de siempre y tenía tres hijos. Estaba especializado en el trabajo de guardaespaldas y trabajaba para muchas celebridades que sólo buscaban la compañía de una imagen exótica y musculosa. Un trabajo fácil y sin gran peligro, y con la oportunidad de mantener contacto con las estrellas. No estaba mal para el hijo de una yonki de quince años y de padre desconocido. Ringo guarda en el escritorio una foto de su madre a la edad de trece años. Tiene ojos brillantes y aparece guapa y bien peinada, con toda la vida por delante. Al año siguiente, ya se drogaba y murió de sobredosis a los diecisiete. No tiene fotos de su madre mayor de trece años, ni en su despacho ni en su casa. Es como si, para Ringo, todo fuera irreal después de aquello, como si no fuera su madre.
Su hija mayor, Amira, tiene un aspecto misterioso como en esa foto. No creo que hubiese sobrevivido si la hubiera descubierto drogándose. Ringo dice que drogarse es peor que la muerte, y estoy convencida de que lo cree.
Ninguno de los dos advirtió el arma cuando me la metí en la cintura. Quizás estaban con Jeremy cuando encontró el arma y los papeles.
Jeremy se sentó en el asiento del acompañante.
– Vamos al aeropuerto.
Fue todo lo que dijo. Ringo arrancó el coche y nos fuimos.
9
La parte de atrás de la furgoneta estaba vacía salvo por una moqueta y un cinturón de seguridad adaptado que Jeremy había instalado en un lado. Era el asiento de Uther. Empecé a arrastrarme hasta la fila central, pero Uther me tocó el brazo.
– Jeremy dice que si te sientas conmigo, mi aura servirá para cubrir la tuya y confundirá a tus perseguidores.
Pronunciaba cada palabra con sumo cuidado, porque aunque los colmillos sobresalían de la boca, no eran más que dientes modificados del interior de su cavidad bucal, con lo cual tenía cierta tendencia a no hablar claro. Había trabajado con uno de los logopedas más conocidos de Hollywood, para aprender a hablar como su profesor universitario del Medio Oeste. Esto no cuadraba con un rostro que era más de jabalí que humano. Una vez, se nos desmayó una cliente cuando él le habló por primera vez. Siempre es divertido asustar a los humanos.
Miré a Jeremy, y él asintió.
– Puede que yo sea mejor mago, pero Uther siempre está envuelto en esa energía más vieja que Dios. Creo que eso les despistará.
Era una idea tan sencilla como genial.
– Vaya, Jeremy, sabía que había algún motivo para que fueras el jefe.
Me sonrió, y después se dirigió a Ringo.
– Coge todo recto por Sepúlveda hasta el aeropuerto.
– A1 menos a esta hora no hay tráfico -dijo Ringo.
Me senté en la parte trasera de la furgoneta, al lado de Uther. La furgoneta giró en Sepúlveda demasiado deprisa, y Uther tuvo que cogerme para que no cayera. Sus enormes brazos me apretaban contra él, atrayéndome hacia un pecho casi tan grande como todo mi cuerpo. Incluso con mis escudos en su sitio, era un ser grande, cálido, vibrante. Había conocido a otros elfos que no tenían ningún tipo de magia, sólo el más sencillo de los encantos, pero eran tan viejos y habían vivido con tanta magia alrededor a lo largo de sus vidas que era como si hubieran absorbido el poder en cada poro de su piel. Ni tan siquiera un sidhe podría encontrarme en los brazos de Uther. Le sentirían a él, no a mí. A1 menos al principio.
Me relajé apoyada en el amplio pecho de Uther, en la cálida firmeza de sus brazos. No sé qué había en él, pero siempre me hacía sentir segura. No era sólo su envergadura. Era Uther. Transmitía calma, como un fuego al que uno se arrima en la oscuridad.