Выбрать главу

Jeremy se volvió en su asiento, todo lo que le permitía el cinturón. El movimiento le arrugó el traje, lo cual significaba que se disponía a decir algo serio.

– ¿Por qué protegiste mi espalda, Merry?

– ¿Qué? -dijo Uther.

Jeremy se deshizo rápidamente de la pregunta.

– Tenía una antigua herida de sidhe en la espalda. Merry puso una protección en ella y quiero saber por qué.

– Eres insistente -dije.

– Dímelo.

Suspiré, colocando los brazos de Uther a mi alrededor como una manta.

– Es posible que el sidhe que te hirió invoque al dragón de tu espalda o te obligue a convertirte en uno.

Los ojos de Jeremy se abrieron.

– ¿Puedes hacerlo?

– Yo no, pero no soy una sidhe de pura sangre. He visto hacer cosas similares.

– ¿Aguantará la protección?

Me hubiera gustado poder decir que sí, pero habría sido una mentira.

– Aguantará un tiempo, pero si está aquí el sidhe que hizo el hechizo puede ser lo suficientemente poderoso para romper mi magia, o simplemente golpear la protección con su propio poder hasta quebrarla. Las posibilidades de que el mismo sidhe me esté persiguiendo ahora son muy escasas, Jeremy, pero no podía permitir que me ayudaras sin protegerte.

– Sólo por si acaso -dijo.

Asentí.

– Eso es.

– Era muy joven cuando me hicieron esto, Merry. Ahora podría cuidarme solo.

– Eres un mago poderoso, pero no un sidhe.

– ¿De verdad es algo tan diferente? -preguntó.

– Sí.

Jeremy se calló y se volvió para ayudar a Ringo a encontrar el camino más rápido hacia el aeropuerto.

– Estás tensa -comentó Uther.

Le sonreí.

– ¿Y te sorprende?

Sonrió, con aquella boca tan humana debajo del hueso curvado de los colmillos, el hocico de cerdo. Era como si una parte de su cara fuera una máscara, y debajo hubiera sólo un hombre, un gran hombre, pero nada más.

Puso sus gruesos dedos sobre mi cabello, todavía mojado.

– Supongo que las Lágrimas de Branwyn todavía estaban activas cuando subió Jeremy.

De lo contrario no me habría entretenido duchándome, y Uther lo sabía.

– Eso me dijo Jeremy -Me senté para no humedecerle la camisa con mi pelo-. No quería mojarte la ropa, perdona.

Me atrajo delicadamente la cabeza de nuevo hacia su pecho con su enorme mano.

– No me quejo, era una simple observación.

Apoyé mi mejilla en su antebrazo.

– Roane se fue justo después de que llegásemos nosotros. ¿Fue a buscar ayuda?

Expliqué lo de Roane y su nueva piel.

– ¿No sabías que podías curarle? -preguntó Uther.

– No.

– Interesante -dijo-. Muy interesante.

Lo miré.

– ¿Sabes algo que yo no sepa sobre lo que sucedió?

Me observó, con unos ojos pequeños casi perdidos en la cara.

– Sé que Roane está loco.

Esto me obligó a mirarle, buscando su cara, tratando de interpretar qué se ocultaba detrás de aquellos ojos.

– Es un roano, y lo he devuelto al océano. El océano lo llama en lo más profundo de su corazón.

– ¿No estás enfadada con él?

Torcí el gesto y me encogí de hombros.

– Es un roano. No puedo culparlo por eso. Sería como acusar a la lluvia por mojarte. Es así.

– ¿Entonces no te preocupa en absoluto?

Volví a encogerme de hombros, y él me abrazo y me acunó casi como a un bebé. Lo miré con más comodidad.

– Admito estar decepcionada, pero no sorprendida.

– Muy comprensiva.

– No es eso, Uther, es que no puedo cambiar la realidad.

Froté mi mejilla en su cálido brazo y reparé en el encanto de Uther. Era tan alto y yo tan pequeña… Era como volver a ser una niña, la sensación de que si alguien puede sostenerte completamente en sus brazos, nada podrá hacerte daño. No era verdad cuando lo creía siendo una niña pequeña, y ciertamente no lo era entonces, pero no por eso dejaba de resultar agradable. En ocasiones, una falsa sensación de seguridad es mejor que nada.

– Maldita sea -exclamó Jeremy, alzando la voz para nosotros-. Ha habido un choque ahí delante. Creo que Sepúlveda está completamente bloqueada. Intentaremos ir por calles secundarias.

Incliné mi cabeza en el brazo de Uther para ver a Jeremy . -Déjame adivinar, todo el mundo intenta salir por aquí.

– Por supuesto -dijo-. Cálmate. Tardaremos un rato.

Levanté la cabeza para volver a mirar a Uther.

– ¿Te han contado algún chiste bueno, últimamente?

Sonrió un poco.

– No, pero se me van a dormir las piernas si tengo que aguantarlas plegadas de esta manera durante mucho tiempo.

– Perdón. -Empecé a moverme para que se pudiera colocar bien.

– No hace falta que te muevas.

Me puso un brazo debajo de los muslos, me colocó el otro brazo detrás de la espalda, y me levantó. Me alzó como a un niño pequeño, sin esfuerzo, mientras estiraba las piernas. Me sentó en su regazo, con un brazo detrás de mi espalda, y el otro descansando a lo largo de mis piernas y de las suyas.

Reí.

– A veces me pregunto cómo sería si fuera… más grande.

– Y yo me pregunto cómo sería si fuera pequeño.

– Pero fuiste niño alguna vez. Te acordarás de cómo era.

Miró a lo lejos.

– Mi infancia pasó hace mucho tiempo, pero sí, lo recuerdo. Pero no me refería a ese tipo de pequeñez. -Me miró, y sentí en sus ojos un poco de soledad y de necesidad, algo que rompía aquella tranquilidad que yo tanto valoraba.

– ¿Qué te pasa, Uther?

Mi voz era suave. Disfrutábamos de gran intimidad allí atrás al no haber nadie en los asientos de en medio.

Su mano descansaba tranquila en mi muslo, y finalmente interpreté la mirada de sus ojos. No era una mirada que no hubiera visto antes en la cara de Uther. Recordé su comentario cuando me estaban poniendo el micrófono, cuando dijo que esperaría en la otra habitación porque hacía mucho tiempo que no había visto a una mujer desnuda.

Debí mostrar sorpresa, porque desvió la mirada.

– Lo siento, Merry. Si he estado inoportuno, dímelo, y no volveré a mencionarlo nunca más.

No sabía qué decir, pero lo intenté.

– No es eso, Uther. Estoy a punto de coger un avión e ir a Dios sabe dónde. Quizá no nos volvamos a ver nunca más.

Eso era parcialmente cierto. Quiero decir que abandonaba la ciudad y no se me ocurría ninguna manera de acabar con eso en el corto trayecto sin herir sus sentimientos o mentirle. Quería evitar ambas cosas.

Habló sin mirarme.

– Creía que eras humana con algo de sangre de duende. Nunca habría sugerido algo parecido a alguien que hubiese sido educado como humano. Pero tu reacción ante la deserción de Roane prueba que no piensas como un humano.

Se volvió hacia mí casi con timidez. La mirada de sus ojos era tan abierta, tan confiada. No era que pensase que iba a decirle que sí, eso no lo sabía, pero confiaba en que no reaccionaría mal.

El día anterior había pensado por primera vez en lo solo que debía sentirse Uther en la costa. Cuántas veces me había acurrucado en su cuerpo de esa manera, pensando en él como una especie de hermano mayor, como un sustituto del padre. Demasiadas. Yo había actuado mal, y él siempre había sido el perfecto caballero porque pensaba que yo era humana. Ahora él conocía la verdad, y eso había cambiado las cosas. Incluso si decía que no, y él se lo tomaba a bien, no podría volver a tratarle de aquella manera. No podría acurrucarme en sus brazos con la misma inocencia. Eso había pasado y por más que me doliera no había vuelta atrás. Lo único que podía hacer en ese momento era tratar de no herir a Uther. El problema era que no sabía cómo hacerlo porque no tenía ni idea de qué decir.