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Supuse que la rubia era la mujer, y la otra la amante. La rubia parecía la más golpeada de las dos, y los hombres pueden abusar de cualquier mujer de sus vidas, pero normalmente reservan lo mejor, o lo peor, para su familia más inmediata. Mi abuelo siempre había actuado así.

Entré en la habitación riendo, con la mano extendida para saludar, como si fueran otros clientes cualesquiera. Jeremy nos presentó. La rubia bajita era la mujer, Frances Norton; la alta y de pelo castaño era la amante, Naomi Phelps.

Naomi me estrechó la mano con fuerza. Su mano tenía un tacto frío y yo la sostuve demasiado tiempo, deleitándome con el contacto de su piel. Era lo más cercano que había tenido con otra sidhe en tres años. Hay algo en la línea de sangre real que se parece a una droga. Una vez se ha probado, se echa en falta. Ni siquiera el contacto con cualquier otro duende se le puede comparar.

Me miró desconcertada, y era un desconcierto muy humano. Le solté la mano e intenté hacerme pasar por humana. Unos días me salía mejor que otros. Podría haber intentado averiguar sus facultades psíquicas, determinar si tenía algo más que una estructura ósea, pero es de mala educación intentar descubrir los poderes mágicos de una persona la primera vez que la ves. Entre sidhe, se considera un desafío, un insulto, dudar de que el otro pueda protegerse de tu magia más superficial. Probablemente Naomi no lo habría tomado como un insulto, pero su ignorancia no me servía de excusa para se descortés.

Frances Norton me tendió la mano como si temiera que la tocara, con el brazo a medio extender. La traté con la misma educación que a la otra mujer, pero no la había rozado siquiera cuando sentí el hechizo. La línea de energía que nos rodea a todos, el aura, arremetía contra mi piel par evitar que la tocase. La magia de otra persona era tan densa en su cuerpo que había rellenado su aura como agua sucia en un vaso limpio. De alguna manera, aquella mujer ya no era ella misma. No se trataba exactamente de una posesión, pero casi. Sin duda violaba varias leyes humanas, y todas estas violaciones contribuían delitos graves.

Empujé la mano a través de aquel torbellino de energía y tomé la suya. El hechizo intentaba filtrarse a través de mi piel y subirme por el brazo. No era visible, pero, igual que se ven cosas en los sueños, yo podía sentir una tenue oscuridad que trataba de treparme por el brazo. La paré justo debajo del codo y tuve que concentrarme para despegármela del modo en que uno se quita un guante. Había roto mi protección como si tal cosa y hay pocas maneras de lograrlo, y ninguna de ellas es humana.

Frances me miraba fijamente con los ojos muy, muy abiertos.

– ¿Qué… qué le está haciendo?

– No le estoy haciendo nada, señora Norton.

Mi voz sonó un poco impersonal, distante, porque estaba concentrándome en expulsar de mí el hechizo para que al soltarle la mano no se me aferrase nada.

La señora Norton intentó retirar la mano, pero yo no la dejé. Empezó a tirar de ella, débil pero insistentemente. La otra mujer dijo:

– Deje a Frances ahora.

Ya casi me había liberado, estaba prácticamente preparada para soltarla, cuando la otra mujer me tocó el hombro. Se me erizó el vello de la nuca, y perdí la concentración al sentir a Naomi Phelps. El hechizo volvió a caer sobre mi mano y me trepó al hombro antes de que pudiera concentrarme lo suficiente para detenerlo. Pero lo único que podía hacer era pararlo. No podía quitármelo de encima, porque una parte demasiado importante de mi atención se concentraba en la otra mujer.

Nunca tocas a alguien cuando está haciendo magia o realizando actividades psíquicas, a no ser que quieras que suceda algo. Fue esto, más que cualquier otra cosa, lo que me indicó que ninguna de las mujeres era profesional o tenía especiales poderes psíquicos. Nadie con un poco de práctica, aunque fuera mínima, hubiera actuado de este modo. Sentía los efectos de algún ritual adheridos al cuerpo de Naomi. Se trataba de algo complejo y personal. Automáticamente, pensé en la glotonería. Algo se había estado alimentando de su energía y había dejado cicatrices psíquicos.

Se apartó de mí y se llevó la mano al pecho. Había sentido mi energía, de manera que tenía talento. No me sorprendió. Lo sorprendente era que no estaba entrenada, quizás en absoluto. Actualmente van a las guarderías a hacer pruebas para ver quién tiene dotes psíquicas o talento místico, pero en los años sesenta era un programa nuevo. Naomi se las había arreglado para que no la descubrieran, y pasada la treintena todavía nadie se había ocupado de sus poderes. La mayoría de las personas inexpertas con poderes psíquicos son locos, criminales o suicidas cuando alcanzan los treinta. Tenía que ser una persona muy fuerte y lo parecía, pero me miraba con lágrimas en los ojos.

– No hemos venido aquí para que se nos maltrate.

Jeremy se había quedado cerca de nosotros, pero poniendo mucho cuidado en no tocarnos. Sabía lo que se hacía.

– Nadie la está maltratando, señorita Phelps. El hechizo que afecta a la señora Norton trataba de… filtrarse en mi colega. La señora Gentry sólo intentaba apartar el hechizo cuando usted la tocó. No debería tocar a nadie cuando está ejerciendo la magia, señorita Phelps. Los resultados son imprevisibles.

La mujer nos miró con expresión de no dar crédito a nuestras palabras.

– Venga, Frances, larguémonos de aquí.

– No puedo -dijo Frances con un hilo de voz sumisa. Me estaba mirando fijamente, con miedo en los ojos. Y me temía a mí.

Sintió la energía en torno a nuestras manos, apretándonos, pero pensó que era yo quien lo estaba haciendo.

– Le juro, señora Norton, que no soy yo. La magia que han usado en su contra me busca. Necesito sacármela de encima y dejar que fluya de nuevo hacia usted.

– Quiero deshacerme de esto -dijo, elevando la voz y con un ligero toque de histeria.

– Si no me la quito de encima, entonces quien se lo hizo podrá actuar sobre mí. Podrán localizarme. Sabrán que trabajo en una agencia de detectives que está especializada en problemas sobrenaturales y soluciones mágicas. -Era nuestro lema-. Sabrán que usted vino aquí en busca de ayuda. Y no creo que eso le convenga, señora Norton.

Un ligero temblor empezó en sus manos y se extendió por sus brazos hasta que ella se quedó tiritando como si estuviese helada. Quizá tenía frío, pero no del que se te pasa con un jersey grueso. Por más calor que hiciera no se iba a mitigar el frío que sentía en su interior. Tendrían que calentarle desde el centro de su alma herida hasta las puntas de los dedos. Alguien tendría que verter poder mágico sobre ella poco a poco, como par descongelar un cuerpo prehistórico conservado en el hielo. Si se descongelaba demasiado deprisa el daño sería aun mayor. Este uso delicado del poder iba más allá de mis capacidades. Lo único que habría podido hacer era darle cierta tranquilidad, quitarle parte de su miedo, pero aquel que la hechizó también lo sentiría. No podrían descubrir que yo había sido la causante, pero sabrían que había acudido a un profesional, que alguien había intentado ayudarla con poder psíquico. Llámalo corazonada, pero estoy convencida de que a quien había realizado el hechizo no le haría ninguna gracia y quizá decidiera agilizar el proceso.

Sentía la energía arrebatadora del hechizo, que intentaba romper mis defensas y alimentarse también de mí. Era como un cáncer mágico, pero tan fácil de contraer como la gripe. ¿A cuánta gente habría contagiado Frances? ¿Cuánta gente caminaba con aquel hechizo que les robaba poco a poco la energía? Cualquiera con un mínimo de poderes sabría que había ocurrido algo, pero no exactamente qué. Habían evitado a Frances Norton porque les había herido, pero podrían tardar semanas o meses en darse cuenta de que el cansancio, los vagos sentimientos de desesperación y la depresión estaban causados por un hechizo.

Empecé a contarle lo que me disponía a hacer, pero no me molesté en mirarle a los ojos Sólo se pondría tensa y más nerviosa. Lo mejor que podía hacer era conseguir que le resultase indetectable. Intentaría asegurarme de que no sintiera cómo se deslizaba de nuevo en su interior, pero eso era todo lo que estaba en mi mano.