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Miré hacia la multitud, pero no vi nada extraño. Utilicé mi otro sentido. Había estado limitada por la energía de Uther, pero no completamente indefensa. Podría determinar lo cerca que estaban antes de revelarme.

El aire vibraba dos coches delante de nosotros, como una onda de calor, con la diferencia de que no era calor y nunca tienes una sensación de este tipo después del anochecer. Algo grande avanzaba entre los coches, algo que no quería dejarse ver. Extendí mi poder y detecté otras tres ondas:

– Hay cuatro formas que se mueven, todas ellas más grandes que un humano. La más cercana está sólo dos coches más adelante.

– ¿Puedes ver formas? -preguntó Jeremy.

– No, sólo ondas.

– Retener el encanto en su sitio estando entre coches es más de lo que pueden hacer la mayoría de duendes -dijo Jeremy.

Aparentemente, ninguno de nosotros creía que el primer coche hubiese volcado por sí solo.

– La mayoría de sidhe no pueden hacerlo, pero algunos sí.

– Así pues, cuatro más grandes que humanos, y como mínimo un sidhe en las proximidades -dijo Uther.

– Sí.

– ¿Cuál es el plan? -preguntó Ringo.

Una buena pregunta, ésta. Desgraciadamente, no disponía de una respuesta adecuada.

– Tenemos cuatro policías en el cruce. ¿Serán una ayuda o un estorbo?

– Si pudiésemos romper su encanto, hacerlos visibles a la policía, y ellos no lo descubrieran inmediatamente… -dijo Jeremy.

– Si hicieran algo mal a plena vista de la policía… -dije.

– Merry, cariño, creo que has comprendido mi plan.

Ringo me volvió a mirar.

– No sé demasiado de magia de sidhe, pero si Merry no es una sidhe de pura sangre, ¿tendrá suficiente poder para romper su encanto?

Todos me miraron.

– ¿Y bien? -dijo Jeremy.

– No tenemos que romper el hechizo. Lo único que tenemos que hacer es sobrecargarlo -dije.

– Te escuchamos -dijo Jeremy.

– El primer coche ha volcado, pero los demás simplemente han chocado. Están mirando en los coches, buscándome a mí pero sin tocar a nadie. Si salimos y les combatimos, los sidhe no podrán ocultarse.

– Creía que queríamos evitar la lucha directa en la medida de lo posible -dijo Ringo.

La onda ya casi estaba allí.

– Si alguien tiene una idea mejor, tenéis unos sesenta segundos para ponerla en común. Ya están aquí.

– Esconderse -propuso Uther.

– ¿Qué?

– Que Merry se esconda -dijo.

Era una buena idea. Pasé atrás y Uther se apartó lo suficiente de la pared para que pudiera arrastrarme como un gusano detrás de él. No creía que fuese a funcionar, pero era mejor que no hacer nada. Podíamos luchar más tarde si me encontraban, pero si pudiese esconderme… Me apreté entre la fría pared metálica y la espalda caliente de Uther e intenté no pensar demasiado. Algunos sidhe te pueden oír pensar si estás lo bastante agitado. Estaba completamente fuera de su campo visual. Aunque abriesen la gran puerta corredera, y no pensaba que se arriesgasen a ello, no me verían. Pero en realidad no eran sus ojos lo que me preocupaba. Hay muchos tipos de elfos, y no todos tienen una vista fiable como la de un humano. Y eso sin contar con el sidhe que estaba produciendo el encanto. Si éramos el único coche con ocupantes no humanos, los sidhe vendrían a investigarnos antes de abandonar el área. Él, o ella, tendrían que ocuparse.

Ansiaba mirar aquella onda que se asomaba a todas las ventanas. Pero una mirada hubiese acabado con mi intención de esconderme, así que me agaché detrás de Uther e intenté quedarme muy quieta. Oía y sentía que algo hacía ruido contra la pared metálica de mi espalda. Algo muy grande presionaba contra el metal. Entonces oí un ruido nasal, como el de un hipopótamo gigante.

Tuve la corazonada de pensar que iba a olerme y a continuación, algo traspasó el metal a pocos centímetros de mí. Chillé y salté desde mi posición antes de que mi mente registrara el puño, largo como mi cabeza, incrustado en el lateral de la furgoneta.

Oí un sonido de cristal que se hacía añicos. Algo con un brazo grande como el tronco de un árbol y un pecho más ancho que la ventana de la furgoneta estaba apoyado del lado del conductor. Ringo le golpeó el brazo, pero éste le agarró por la camisa y empezó a tirar de él a través de la ventana rota.

Yo empuñaba el arma, pero no podía disparar. Jeremy se movió entre los asientos, y vi el brillo de una espada en su mano.

Se oyeron ruidos metálicos cuando los puños del gigante destrozaban el lateral de la furgoneta, y entonces una cara inmensa miró por el agujero. Miró más allá de Uther, como si no estuviera allí, y clavó en mí sus ojos amarillos.

– Princesa -dijo el ogro-, te hemos estado buscando.

Uther le dio un puñetazo en la cara. El ogro sangró por la nariz y retrocedió. Se oían chillidos fuera, chillidos humanos. El encanto se había desvanecido bajo los efectos de la violencia. Los ogros aparecieron ante los humanos como por arte de magia. Oí un grito.

– ¡Alto, policía!

La policía se acercaba. Sí. Me guardé el arma para ahorrarme explicaciones.

Me volví hacia la parte delantera. Ringo continuaba en el asiento del conductor. Jeremy estaba inclinado sobre él y tenía sangre en las manos. Pasé la fila de asientos de en medio hasta ellos. Empecé a preguntar si Ringo estaba herido, pero en cuanto vi su pecho obtuve la respuesta. Su camisa estaba empapada de sangre y tenía un trozo de cristal grande como mi mano clavado en el pecho.

– Ringo -pronuncié su nombre delicadamente.

– Perdón -dijo-, no te seré de mucha ayuda. Tosió, y vi que le dolía.

Le toqué la cara.

– No hables.

Oía a la policía hablando con los ogros, diciéndoles cosas como:

«¡Las manos encima de la cabeza! ¡De rodillas! ¡No te muevas!». A continuación, oí la voz de otro hombre, una voz suave y masculina, con un pequeño deje. Conocía aquella voz.

Me lancé a la puerta corredera, mientras Jeremy todavía decía:

– ¿Qué? ¿Qué pasa?

– Sholto -dije.

La cara de Jeremy mostraba desconcierto. El nombre no significaba nada para él.

Lo intenté de nuevo.

– Sholto, señor de aquello que pasa por en medio, señor de las sombras, rey de los sluagh.

Fue el último título el que le hizo abrir los ojos e hizo que el miedo asomara a su rostro.

– ¡Oh, Dios mío! -dijo.

Uther dijo:

– ¿Está aquí Shadowspawn?

Lo miré.

– Nunca le digas eso a la cara.

A través de la ventana rota escuchaba las voces con claridad. Me sentía como si me estuviera moviendo en cámara lenta. La puerta no se quería abrir, o yo estaba torpe por el miedo.

La voz decía:

– Muchas gracias, agentes.

– Esperaremos a que llegue el transporte para los ogros -dijo el policía.

La puerta se abrió y apenas tuve un momento para verlo todo. Tres de los ogros estaban arrodillados en la acera, con las manos sobre sus cabezas. Dos policías los apuntaban con sus armas. Un agente estaba en la acera frente a los ogros; el otro, al otro lado de la fila de coches aparcados. Entre los coches y este policía había una figura alta, aunque de una altura solamente humana. La figura iba vestida con una gabardina gris y lucía una larga melena blanca. La última vez que había visto a Sholto llevaba una capa gris, pero el efecto fue sorprendentemente similar cuando se volvió, como si hubiera percibido mi presencia. Incluso a varios metros de distancia y en la oscuridad observé en sus ojos tres tonos distintos de dorado: dorado metálico alrededor de la pupila, después ámbar y finalmente un círculo del color de las hojas en otoño. Tenía miedo de Sholto, siempre le había temido, pero cuando vi aquellos ojos, me di cuenta de lo mucho que añoraba a los sidhe, porque durante un segundo me alegré de ver a otro ser con un triple iris. Luego la mirada de aquellos ojos familiares me hizo estremecer.