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– ¿Quién? -pregunté.

Sonrió, y eso convirtió su hermoso rostro en algo casi agradable.

– Tenemos muchas cosas que discutir, princesa. Tengo habitación en uno de los mejores hoteles. ¿Quieres acompañarme para discutir sobre el futuro?

Me molestaba un poco la manera en que lo decía, pero era la mejor oferta que podía recibir aquella noche. Bajé el arma.

– Jura por tu honor y por la oscuridad que todo lo devora que es cierto todo lo que acabas de decir.

– Juro por mi honor y por la oscuridad que todo lo devora que todas las palabras que he pronunciado en esta calle son la verdad. Puse el seguro del arma y me la coloqué en la espalda. Cogí la chaqueta del suelo, la sacudí y me la puse. Estaba un poco arrugada, pero serviría.

– ¿Está muy lejos tu hotel?

Esta vez la sonrisa fue más abierta y lo hizo parecer menos perfecto, pero más… humano. Más real.

– Deberías sonreír más a menudo, señor Sholto. Te sienta bien.

– Espero tener motivos para sonreír más a menudo en el futuro próximo.

Me ofreció su brazo, aunque estaba muy lejos. Me acerqué porque había prestado el juramento más solemne de la corte de la Oscuridad y no podía romperlo sin arriesgarse a una maldición.

Le enlacé el brazo. Él tensó los músculos: un hombre es siempre un hombre.

– ¿En qué hotel estás?

Le sonreí. Nunca viene mal ser agradable. Siempre podría ser desagradable más tarde si tenía que serlo.

Me lo dijo. Era un hotel muy bonito.

– Está un poco lejos para ir caminando -dije.

– Si quieres, podemos pedir un taxi.

Levanté las cejas ante esta propuesta, porque una vez dentro del metal de un coche ya no podría producir magia mayor. Demasiado metal provocaba interferencias. Yo podía producir hechizos mayores dentro de plomo sólido si me hacía falta. Mi sangre humana servía para unas cuantas cosas.

– ¿No te sentirás a disgusto? -pregunté.

– No está tan lejos, y busco la comodidad de los dos.

Otra vez sentí que me estaba perdiendo algunos dobles sentidos.

– Un taxi sería fantástico.

Agnes llamó a Sholto.

– ¿Qué tenemos que hacer con Nerys?

Sholto se volvió a mirarlas y su cara era otra vez fría, con esa belleza esculpida que le hacía parecer distante.

– Volved a vuestras habitaciones como podáis. Si Nerys no hubiera intentado atacar a la princesa, no habría resultado herida.

– Te hemos estado sirviendo durante más siglos de los que verá nunca ese trozo de carne blanca y éste es el trato que nos dispensas -dijo Agnes.

– Recibes el trato que te mereces, Agnes. Recuérdalo.

Sholto se dio la vuelta y me acarició la mano, sonriéndome, pero sus ojos tres veces dorados todavía mantenían un rastro de frialdad.

Gethin apareció al lado de Sholto e hizo una reverencia desde la acera. Tenía unas orejas tremendamente largas, como las de un burro.

– ¿Qué precisas de mí, maestro?

– Ayúdales a llevar a Nerys a las habitaciones.

– Será un placer.

Gethin dibujó otra sonrisa con sus dientes, mientras sus orejas le caían enmarcando su cara casi como la de un perro o como la de un conejo de orejas puntiagudas. Se dio la vuelta y se alejó en dirección a las brujas.

– Creo que me estoy perdiendo algo -dije.

Me envolvió la mano con la suya, que estaba caliente, mientras sus robustos dedos se deslizaban entre los míos.

– Te lo explicaré todo cuando lleguemos al hotel.

Había una mirada en sus ojos que había conocido en otros hombres, pero no podía significar lo mismo. Sholto era uno de los guardias de la reina, lo cual significaba que no podía acostarse con ninguna sidhe excepto con ella. Ella no compartía sus hombres con nadie. El castigo por romper el tabú era la muerte por tortura. Incluso si Sholto quisiera arriesgarse a ello, yo no. Mi tía pretendía ejecutarme, pero lo haría deprisa. Si yo rompía su más estricto tabú, también me mataría, pero no sería rápido. Ya me habían torturado antes, es difícil evitarlo en la corte de la Oscuridad. Pero nunca había sido torturada por la mano de la propia reina. Había visto su obra, sin embargo. Era creativa, muy, muy, muy creativa.

Me prometí hace años a mí misma que nunca le daría una excusa para serlo conmigo.

– Ya tengo una sentencia de muerte, Sholto. No me arriesgaré a sufrir tortura, además.

– Si te pudiera mantener viva y segura, ¿qué riesgo tendrías?

– ¿Viva y segura? ¿Cómo?

Se puso a reír, levantó la mano, y gritó:

– ¡Taxi!

En un momento aparecieron tres taxis en la calle vacía. Sholto sólo pretendía llamar un taxi. No tenía ni idea de lo impresionante que era que en Los Ángeles acudieran tres taxis a una calle vacía. También podía reanimar cadáveres que todavía no se hubieran enfriado, y esto era sobrecogedor. Pero llevaba tres años en la ciudad, y un taxi cuando lo necesitabas me impresionaba más que ver a un cadáver caminando. A1 fin y al cabo, había visto a cadáveres caminando antes. Un taxi adecuado era algo completamente nuevo.

11

Una hora más tarde Sholto y yo estábamos sentados en torno a una mesita blanca en dos encantadoras aunque incómodas sillas. La habitación era elegante, aunque para mi gusto se habían excedido un poco con el rosa y el dorado. Había un carrito con entrantes esperándonos en la mesa y un vino de postre muy dulce, ideal para acompañar el queso, aunque chocaba con el caviar. Claro que todavía no había probado nada que pudiera hacer agradable el caviar. Por muy caro que fuera seguía teniendo gusto a huevas de pescado.

Parecía que a Sholto le gustaban el caviar y el vino.

– El champán habría sido más adecuado, pero nunca me ha gustado -dijo.

– ¿Estamos celebrando algo? -pregunté.

– Una alianza, espero.

Me tomé mi tiempo para catar el vino dulce y le miré.

– ¿Qué tipo de alianza?

– Entre nosotros dos.

– Eso ya me lo imaginaba. La gran pregunta, Sholto, es por qué quieres hacer una alianza conmigo.

– Eres la tercera en la línea sucesoria al trono.

Su semblante se había vuelto muy cerrado, muy cuidadoso, como si no quisiera ocultarme lo que estaba pensando.

– ¿Y? -dije.

Me miró con sus ojos dorados.

– ¿Por qué no querría un sidhe unirse a una mujer que está a sólo dos pasos del trono?

– Normalmente, esto sería un razonamiento correcto, pero tú y yo sabemos que el único motivo por el que todavía soy la tercera en la línea sucesoria es que antes de morir mi padre se lo hizo jurar a la reina. De no haber sido por esto, me habría desheredado sólo por mi mortalidad. No tengo derechos sobre la corte, Sholto. Soy la primera princesa de la línea que no tiene magia.

Sholto dejó cuidadosamente la copa de vino sobre la mesa.

– Eres una de las mejores en cuestión de encanto personal -dijo.

– Cierto, pero ése es el mayor de mis poderes. Por la Diosa, todavía me llamo NicEssus, hija de Essus. Un título que debería haber perdido después de la infancia, cuando alcancé mi poder. Claro que no alcancé mi poder. Quizá no lo alcance nunca, Sholto. Esto solo bastaría para apartarme de la línea sucesoria.

– Si no fuera por el juramento que la reina hizo a tu padre -dijo Sholto.

– Sí.

– Soy consciente de lo mucho que te aborrece tu tía, Meredith. A mí me detesta de igual modo.

Bajé la copa de vino, cansada de fingir disfrutar con él.

– Tienes suficiente magia para tener un título en la corte. No eres mortal.

Me miró, y era una mirada larga, dura, casi áspera.

– No seas tímida, Meredith, sabes exactamente por qué la reina no puede verme.

Le sostuve aquella mirada dura, pero era… desagradable. Lo sabía, toda la corte lo sabía.

– Dilo, Meredith, dilo en voz alta.

– A la reina no le gusta tu sangre mezclada. Asintió.