Estaba planteando la situación que temía.
– Ya te lo he dicho, Sholto, no me arriesgaría a morir torturada por placer. Nadie, nada, se lo merece. -Creía en lo que decía.
– A la reina le gusta que sus guardias la vean con sus amantes. Algunos se niegan a mirar, pero la mayoría de nosotros estamos allí con la esperanza de que nos invite a entrar. Incluso cuando se realiza con crueldad, el sexo entre dos sidhe es algo maravilloso. Daría mi alma por él.
Oculté mis emociones lo mejor que pude.
– No sé qué hacer con tu alma, Sholto. ¿Qué más me podrías ofrecer, algo por lo que valiera la pena arriesgarse a morir torturada?
– Si eres mi amante sidhe, Meredith, entonces la reina sabrá lo que representas para mí. Me aseguraré de que comprenda que si te pasa algo, perderá la lealtad de los sluagh. Actualmente, no se lo puede permitir.
– ¿Por qué no hacer este trato con otra mujer sidhe más poderosa?
– Las mujeres de la guardia del príncipe Cel cuentan con él para tener relaciones sexuales y a diferencia de la reina, Cel las mantiene ocupadas.
– Cuando me fui, algunas mujeres estaban empezando a rechazar la cama de Cel.
Sholto sonrió con satisfacción:
– Ese acto ha adquirido bastante popularidad. Arqueé las cejas.
– ¿Estás diciendo que el pequeño harén de Cel le da calabazas?
– Cada vez más.
Sholto todavía parecía contento.
– Entonces, ¿por qué no haces esta oferta a una de ellas? Todas ellas son más poderosas que yo.
– Quizás es lo que dijiste antes, Meredith. Ninguna de ellas me comprendería tan bien como tú.
– Creo que las subestimas. Pero ¿qué les puede hacer Cel para que le abandonen? La propia reina es una sádica sexual, pero sus guardias se arrastrarían sobre cristales rotos para acostarse con ella. ¿Qué ofrece Cel que sea peor que esto?
No esperaba una respuesta, pero ni tan siquiera podía empezar a pensar en algo tan malo.
En la cara de Sholto se desvaneció la sonrisa.
– La reina lo hizo una vez -dijo.
– ¿El qué? -pregunté, torciendo el gesto.
– Hizo que uno de nosotros se desnudara y se arrastrara sobre cristales rotos. Si lo hacía sin mostrar dolor, entonces se lo follaría. Le miré. Había escuchado cosas peores, incluso había visto cosas peores. Pero una parte de mí quería saber de quién se trataba, de modo que lo pregunté:
– ¿Quién era?
Negó con la cabeza.
– Los miembros de la guardia hemos jurado no revelar las humillaciones. Nuestro orgullo y nuestros cuerpos sobreviven mejor así. -Su mirada volvía a estar perdida.
De nuevo, me pregunté qué podía hacer Cel peor que los juegos de la reina.
– ¿Por qué no hacer esta oferta a una mujer sidhe más poderosa que no sea miembro de la guardia del príncipe? -pregunté.
Mostró una leve sonrisa.
– Hay mujeres en la corte que no son miembros de la guardia del príncipe, Meredith. No me hubieran tocado antes de entrar en la guardia. Tienen miedo de traer al mundo más criaturas perversas. -Emitió una risa salvaje, casi como un grito. Hacía daño oírlo-. Así es como me llama la reina, su «criatura perversa»: a veces, simplemente «criatura». Dentro de unos siglos seré simplemente su criatura -Emitió de nuevo aquella risa dolorosa-. Estoy dispuesto a arriesgarme para impedir que esto suceda.
– ¿Realmente necesita tanto el apoyo de los sluagh, tanto que abandonaría la idea de matarme y dejaría de castigarnos por ir contra su más estricto tabú? -Sacudí la cabeza-. No, Sholto, no lo va a permitir. Si encontramos una manera de romper su tabú del celibato, entonces otros lo intentarán. Será como la primera grieta de un embalse. A1 final se rompe.
– La reina está perdiendo el control, Meredith, está perdiendo el mando sobre la corte. Estos tres años no han sido buenos para ella. La corte se está disgregando bajo el peso de su conducta errática y además, el príncipe Cel…
Parecía no encontrar las palabras
– Cuando llegue al poder -dijo por fin-, Cel hará que Andáis parezca cuerdo. Será como Calígula después de Tiberio.
– ¿Estás diciendo que si pensamos que ahora la situación es mala, es que todavía no hemos visto nada? -Intenté hacerle sonreír, sin conseguirlo.
Me miró con desesperación.
– La reina no se puede permitir perder el apoyo de los sluagh. Créeme, Meredith, yo tampoco quiero acabar a merced de la reina. A merced de la reina se había convertido en una expresión entre nosotros; si tenías miedo de algo, decías «preferiría estar a merced de la reina que hacer esto». Significaba que no había nada que te asustara más.
– ¿Qué quieres de mí, Sholto?
– Te quiero a ti -dijo, con una mirada muy directa.
Tuve que sonreír.
– Tú no me quieres, lo que quieres es una sidhe en la cama. Recuerda que Griffin me repudió porque no era suficiente sidhe para él.
– Griffin estaba loco.
Me eché a reír, y esto me hizo pensar en las palabras de Uther de esa misma noche, cuando había dicho que Roane estaba loco. Si todo el mundo estaba loco por dejarme, ¿por qué no paraban de hacerlo? Le miré e intenté ser igual de directa.
– No he estado nunca con un ave nocturna.
– Se considera perverso incluso entre los que consideran que nada es perverso -dijo Sholto, y su voz era amarga-. No espero que tengas ninguna experiencia con nosotros.
Nosotros. Un pronombre interesante. Si se me preguntaba qué era, era sidhe, ni humana ni brownie. Era sidhe y si me apretaban, pertenecía a la corte de la Oscuridad, para bien o para mal, aunque podía reclamar tener sangre de ambas cortes. Pero jamás hubiera dicho «nosotros» para referirme a algo que no fuera una sidhe de la Oscuridad.
– Después de que mi tía, nuestra querida reina, intentase ahogarme cuando tenía seis años, mi padre se aseguró de que tuviera mis propios guardaespaldas sidhe. Uno de ellos era un ave nocturna, Bathar.
Sholto asintió.
– Perdió un ala en la última batalla que libramos en suelo americano. Nosotros podemos volver a hacer crecer la mayoría de las partes de nuestro cuerpo, de manera que no era una herida mortal.
– Bhatar dormía en mi habitación por la noche. Nunca se apartó de mi lado cuando era pequeña. Mi padre me enseñó a jugar al ajedrez, pero Bhatar me enseñó cómo ganar a mi padre. -El recuerdo me hizo sonreír.
– Todavía habla bien de ti -dijo Sholto.
Me dispuse a formular una pregunta, pero después sacudí la cabeza.
– No, él nunca te hubiera propuesto que hicieras algo semejante. Nunca habría puesto en peligro mi seguridad o la tuya. Ya ves, él también hablaba bien de ti, rey Sholto. El mejor rey que los sluagh habían tenido en doscientos años, es lo que solía decir.
– Me siento halagado.
– Ya sabes lo que tu pueblo opina de ti. -Intenté interpretar su rostro. Había en él necesidad, sin duda, pero la necesidad puede enmascarar muchas cosas-. ¿Qué ocurrirá con las arpías de tu pequeño harén?
– ¿A qué te refieres? -preguntó, pero había en sus ojos una mirada que no dejaba creer sus palabras.
– Quieren hacerme daño para mantenerme alejada de ti. ¿Qué crees que harán si me acuesto contigo?
– Soy su rey. Harán lo que les diga.
Entonces, me eché a reír, pero no era una risa amarga, sólo irónica:
– Eres el rey de un pueblo de elfos, Sholto, nunca hacen exactamente lo que les dices, o exactamente lo que piensas que harán. Desde las sidhe a las pixies, son seres libres. Si confías en su obediencia eres tú quien quiere correr el riesgo.
– ¿Igual que ha hecho la reina durante un milenio? -dijo a medio camino entre la pregunta y la afirmación.
Sonreí.
– O igual que ha hecho desde hace aún más tiempo el rey de la corte de la Luz.
– Comparado con ellos, soy un rey nuevo y no tan arrogante.
– Entonces explícame con sinceridad qué harán tus amantes arpías si las abandonas por mí.