Hizo lo que le pedí. Los tentáculos salieron de la camisa, y me recordó un nido de serpientes, o los intestinos que se esparcen cuando se abren las tripas de alguien. Estaba helada, y esta vez no fue la pasión la responsable del nudo que se formó en mi garganta. Sholto empezó a retirarse inmediatamente. Se levantó y me dio la espalda para que no pudiera verle. Tuve que agarrarle el brazo para pararle. Mi reacción había roto la magia existente entre nosotros o, más bien, la había roto su reacción a mi reacción. Su brazo era simplemente un brazo, caliente y vivo bajo mi mano, pero nada más.
Le agarré con las dos manos. Intenté dirigirle nuevamente hacia mí, pero se resistió. Me arrodillé. Dejé una mano sobre su brazo, pero estiré la otra hacia su camisa. No toqué nada, y debería haber tocado muchas cosas. Había convocado nuevamente encanto y yo no sentía lo que realmente estaba ahí.
Le obligué a mirarme. Llevaba la camisa abierta hasta el abdomen. Su pecho y su estómago estaban pálidos, musculosos, limpios, perfectos. Desabroché otro botón y su torso se mostró como en el anuncio de un gimnasio. Sholto me permitió desabrocharle la camisa y dejarla abierta del todo, pero no me miró.
– Supongo que también será agradable si te escondes detrás del encanto.
Entonces me miró, y parecía enfadado:
– Si ésta fuera mi verdadera apariencia, no te apartarías de mí.
– Si ésta fuera tu verdadera apariencia nunca habrías llegado a ser rey del Huésped.
Pasó por sus ojos un sentimiento ilegible, pero este sentimiento era mejor que la anterior angustia teñida de amargura.
– Habría sido un noble en la corte de los sidhe -dijo.
– Un señor, nada más. La línea sanguínea de tu madre no es lo suficientemente noble para adquirir un título mejor.
– Soy un señor -dijo.
Asentí.
– Sí, por méritos propios, por tu poder. La reina no podía dejar que un poder así abandonara nuestra corte sin un título.
Sonrió, pero su sonrisa era amarga, y la angustia asomó de nuevo a sus ojos.
– ¿Estás diciendo que es mejor gobernar en el infierno que servir en el cielo?
Dije que no con la cabeza.
– No, pero digo que tienes todo lo que te hubiera podido dar la sangre de tu madre, y eres un rey.
Me miró, de nuevo con una máscara arrogante. La que había visto tan a menudo en la corte.
– La sangre de mi madre podría haberme proporcionado tus favores.
– No te he rechazado -dije.
– He visto tu mirada, he sentido el desasosiego de tu cuerpo. No tienes que decirlo en voz alta para que sea verdad.
Empecé a sacarle la camisa de los pantalones, pero él me agarró las manos.
– No.
– Si te vas ahora, será el final. Deja caer la ilusión, Sholto, déjame ver.
– Lo hice. -Tiró de su camisa con tanta fuerza que casi me tiró de la cama.
– Hubiera sido fantástico si te hubiera podido abrazar sin vacilar. Siento no haber podido, pero dale otra oportunidad a esta chica. La primera vez asusta un poco.
Sacudió la cabeza.
– Tienes razón, soy el rey de los sluagh. No seré humillado. Me senté al borde de la cama y lo miré. Tenía un aspecto formidable, aunque se le veía un poco enfurruñado. Pero no era real, y yo me había pasado tres años ocultándome y fingiendo. El engaño puede durar mucho tiempo. Aunque lo hubieran rechazado, nadie resumía la corte de la Oscuridad mejor que Sholto. Una combinación de increíble belleza y de horror, no una al lado de la otra, sino entrelazadas. La una no podía existir sin la otra. Sholto era a su manera la combinación perfecta de todas las características de la corte, y lo rechazaban porque temían que fuera en realidad la esencia de un sidhe de la Oscuridad. Dudo que lo pensaran así de claro, con estas palabras, pero esto es lo que les asustaba de Sholto: no que fuera un extraño, sino que no lo fuera.
– No te puedo dar mi palabra de honor de que no te rechazaré por segunda vez, pero te puedo dar mi palabra de que lo intentaré.
Me miró, con arrogancia en los ojos; un escudo más:
– Eso no es suficiente.
– Es lo máximo que te puedo ofrecer. ¿El temor a ser rechazado merece perder el primer contacto con la carne de sidhe?
La duda le invadió la mirada.
– Si no puedes… digerirlo. Entonces convocaré el encanto y… Acabé por él cuando su voz se desvaneció.
– Sí, podemos.
Asintió.
– Esto es lo más cerca que he estado nunca de rogarle a alguien.
Reí.
– iQué suerte tienes!
Pareció desconcertado, y fue casi un alivio ver al verdadero Sholto mostrándose a través de su cuidadosa máscara.
– No lo entiendo.
– Tu magia tiene tanto poder que seguramente no lo entiendas. -Era mi voz la que mostraba amargura ahora. Me la sacudí literalmente agitando la cabeza y el pelo me cayó sobre la cara. Le tendí los brazos-. Ven aquí.
En su cara se observaba desconfianza. Me imagino que no le podía acusar, pero empezaba a cansarme de ser el bastón que sostenía sus emociones. No quería lastimarle y no obstante, no estaba segura de que quisiera vincularme con él para siempre. No se trataba de los tentáculos, sino de su inestabilidad emocional. Los hombres así resultan tan agotadores que normalmente los evito, pero Sholto me podía ofrecer cosas que otros no podían. Podía devolverme a casa, así que valía la pena aguantarlo durante un tiempo. Pero en realidad esto era un estigma casi tan grande como sus extras.
– Quítate la camisa y ven aquí. O no lo hagas si no quieres. Tú eliges.
– Pareces impaciente -dijo.
Me encogí de hombros.
– Un poco. -Lo atraje hacia mí.
Se quitó la camisa de los hombros y la tiró al suelo. Un montón de emociones cruzaron su rostro hasta que finalmente se concretaron en un desafío. Me daba igual, porque sabía que su rostro no reflejaba lo que realmente sentía. Iba a utilizar una máscara hasta estar seguro de que sería bien recibido.
Dejó caer el encanto.
13
Intenté no apartar la mirada mientras caminaba hacia mí. Los tentáculos tenían el mismo blanco brillante que el resto de su cuerpo. Se apreciaba un leve efecto marmóreo en los tentáculos más gruesos, y yo sabía por Bathar que éstos eran sus brazos musculosos, los tentáculos que realizaban el trabajo pesado. Había tentáculos más largos y más delgados agrupados alrededor de sus costillas y su estómago. Eran los dedos, aunque cien veces más sensibles que los de un sidhe. A continuación, justo encima del ombligo se apreciaba una línea de tentáculos más cortos con puntas ligeramente más oscuras. El hecho de que tuviera estos tentáculos hizo que me cuestionara si lo que había debajo de sus pantalones era sidhe o no.
Me senté en la cama y miré hasta que se puso de pie delante de mí. Miraba hacia un lado y mantenía las manos enlazadas detrás de la espalda, como si no quisiera verme ni tocarme. Le alcancé y toqué uno de aquellos delicados tentáculos musculosos; se estremeció. Le acaricié, y sentí la mirada de Sholto antes de levantar la mía para encontrarme con sus ojos.
Volví a tocar la piel del tentáculo.
– Éstos son para el trabajo duro, levantar cosas, capturar presas. -Puse un dedo en la parte inferior del tentáculo, sintiendo una textura ligeramente diferente. No era desagradable, aunque era más grueso que la piel humana, casi elástico, como la piel de un delfín.
– Supongo que Bathar te lo dijo. -Su voz mostraba preocupación.
– Sí.
Toqué la base del tentáculo, donde éste se unía al torso. Lo recorrí con mis dedos, despacio pero con firmeza. Se enredó alrededor de mi mano, sosteniéndola, separándola de su cuerpo.
– No lo hagas -dijo.
– ¿Te ha gustado, verdad? -pregunté.
Me miró, muy enfadado y asustado:
– ¿Cómo sabes lo que le gusta a un ave nocturna?