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– Sólo preguntaba.

Entonces pareció desconcertado, y pude apartar la mano de él. Toqué uno de los grupos de tentáculos más delgados y éstos se encogieron como algas marinas cuando un submarinista las roza en el fondo de un mar de coral.

– Bathar sabía tejer las labores más complicadas con sus dedos. -Moví la mano hacia abajo, sin tocar la última hilera visible de tentáculos-. Éstos son muy sensibles, sirven para los trabajos táctiles más delicados, pero en realidad son un órgano sexual secundario.

Sholto se mostraba atónito.

– Normalmente, no compartimos este tipo de información con extraños.

– Lo sé. -Me puse a reír-. Bathar solía usarlos para acariciar a las mujeres que le visitaban. Muchas veces tenían miedo de decirle que las dejara, por miedo a ofenderle y ofender a mi padre. Cuando finalmente regresé a la corte me di cuenta de que el Huésped solía acariciar a los que no eran sluagh con los tentáculos inferiores. Es una especie de broma privada. Nos tocáis con el equivalente de vuestros pezones, y nosotros sin saberlo.

– Pero tú lo sabes -dijo.

– Me gustan las bromas cuando no son a costa mía. -Moví la mano en un largo movimiento sobre su última línea de órganos. Sholto dejó escapar en un suspiro el aire que había estado conteniendo. Su mirada permanecía desafiante, a la defensiva. No le culpaba por ello. Tenía demasiada mezcla genética en mi sangre para meterme en esta cuestión.

Toqué sus tentáculos inferiores con delicadeza, y empezaron a moverse alrededor de mis dedos. Las puntas eran ligeramente prensiles, no tanto como las de arriba, pero todos ellos mostraban una ligera depresión en una cara. Metí un dedo en una de las depresiones, y esto le hizo estremecer.

– Supongo que esto cumple una misión especial si estás con un ave nocturna hembra.

Asintió, sin pronunciar palabra.

– ¿Qué pueden hacer por mí?

Formulé la pregunta por varias razones. En primer lugar, tenía curiosidad. En segundo lugar, tenía que saber si podía aguantar que me tocara íntimamente con ellos. Le estaba tocando de una manera casi científica. Uno hace x, y sucede y. La objetividad me permitía tocarle, pero no me conduciría al sexo.

Él bajó las manos, pero esto puso los tentáculos más gruesos en una masa que se apoyaba en mi cara. Me causó repulsión y retrocedí. Sholto se enderezó de inmediato. Quizá pensaba apartarse de nuevo, pero le agarré varios tentáculos inferiores. Esto le detuvo, y contuvo el aliento. La reacción me hizo recordar lo que ocurre cuando tocas el pene de un hombre cuando no se lo espera.

Siguió bajando las manos y me sacó la blusa. El movimiento provocó que los gruesos miembros musculosos se colocaran contra mi cara. Esta vez no me aparté, aunque me costó bastante esfuerzo.

Me sacó la camisa por la cabeza, y la dejó caer al suelo. El desafío estaba teñido con algo distinto, algo más oscuro y más real. Utilizaba dos de los tentáculos musculosos para apartar delicadamente mis manos de los órganos inferiores. Entonces, los largos y delgados tentáculos se estiraron, volviéndose aun más largos y más delgados. Las puntas me acariciaban los pechos con movimientos rápidos.

Cuando las puntas se adentraron en mi sujetador fue como si una serpiente reptara por mi piel. Estaba a punto de decirle que no, que no podía hacerlo, cuando aquellas puntas rojizas encontraron mis pezones y descubrí para qué servían las depresiones de la cara inferior. Tenían capacidad de succión, y su toque era experto.

Mis pezones se endurecieron con la sensación de ser chupados y apretados.

Un segundo órgano actuaba en mi vientre, hurgando por la parte de arriba de mis pantalones. Preguntó sin palabras y yo lo aparté delicadamente.

– Basta ya, por favor.

Se apartó de mí, pero esta vez no estaba herido. Su semblante era casi la viva imagen del triunfo.

– Por ahora me basta con ver tu cara. Significa mucho para mí.

Tomé un respiro e intenté pensar.

– Me alegra oír eso, pero hay algo más que tengo que comprobar antes de estar segura.

Me miró.

– Desabróchate el cinturón, por favor.

No tuve que pedírselo dos veces. Se sacó el cinturón, pero dejó los pantalones abrochados. Me gustaba que hubiera hecho exactamente lo que le había pedido, ni más, ni menos.

Le desabroché los pantalones, dejando al descubierto la goma de los calzoncillos. El bulto que cubrían era consistente y firme, y tenía un aspecto muy… humano. Pero después de lo que acababa de ver, tenía que estar segura. Le quité la ropa interior, delicadamente, y le vi desnudo por primera vez.

Estaba tan erguido y perfecto como lo había anunciado su cara, como una escultura de alabastro. Puse mi mano a su alrededor, y él dejo escapar un grito.

Yo no estaba jugando, estaba buscando algo. Bathar tenía una espina casi tan grande como mi mano dentro de su pene. Algo que no resistiría ninguna mujer humana. Sólo los seres reales de su tipo la tenían, y significaba que eran machos fértiles: sin espina, las hembras no ovulaban durante el acto sexual.

Sholto me miró con impaciencia.

– El control de un hombre no es perfecto.

– Por eso llevo las bragas puestas. -Era como un terciopelo duro y musculoso en mis manos, pero allí sólo había carne, ninguna sorpresa desagradable-. ¿Tu padre no era noble?

– Estás buscando la espina. -Su voz era baja, ronca.

– Sí.

– Mi padre no pertenecía a los esclavos reales.

Susurró estas palabras sensatas con una voz que a cada caricia se volvía menos razonable.

– ¿Entonces, cómo conseguiste llegar a ser rey?

Mi voz era tranquila. Ya no estaba excitada después de que los tentáculos dejaran de tocarme. No había durado, porque no estaba excitada con su visión. Que el Señor me perdone, pero para mí los extras eran una especie de deformidad.

– La corona de los sluagh no se hereda, se gana.

– Que se gana -dije-. ¿Cómo se gana?

Negó con la cabeza.

– Ahora mismo me cuesta pensar.

– Me pregunto por qué será.

Lo planteé de forma graciosa, pero no lo era. Me hubiese gustado que lo fuera. Me habría gustado tomarlo tentáculo a tentáculo, pero tenía más de una docena. La idea de apretar mi cuerpo desnudo contra el suyo, de ser abrazada por aquel racimo de tentáculos… Me estremecía de sólo pensarlo.

Sholto no comprendió mi reacción, y uno de sus tentáculos musculares peinó mi pelo igual que habría hecho la mano de un hombre. Cerré los ojos e intenté disfrutar de la caricias, pero no pude. Una noche, quizá, pero no noche tras noche. Simplemente, no podía.

Bajé la cara, y el tentáculo se apartó. Sostuve a Sholto en mi mano, tan sólido y encantador como cualquier hombre con el que había estado, pero por culpa de lo que se retorcía por encima, no obtuve el placer esperado.

Sholto me miraba con expectación, como si ya hubiera dicho que sí. Lo lógico habría sido levantarme y besarle, pero si le besaba la masa de tentáculos me envolvería y Sholto sabría lo que en realidad pensaba. No quería que me viera retrocediendo horrorizada. Quería que su última caricia de carne de sidhe fuera algo agradable, no humillante. Si no resistía subir por su cuerpo, bueno, sólo quedaba una opción: descender.

Bajé de la cama y me arrodillé frente a él. El movimiento le obligó a apartarse de la cama, y dejó mi cara a la altura de aquel largo trozo de carne firme y sedosa. Tomó aire para decir algo, pero lo paré tomándolo en la boca. Subí mis manos por sus muslos hasta clavarle mis uñas en sus nalgas.

Dejó escapar un grito, y su cuerpo avanzó hacia mí para adentrarse en mi boca. Normalmente, me gustaba subir la mirada por el cuerpo de un hombre para disfrutar de su reacción, pero no en esta ocasión. No quería ver nada. Me alimenté de él, chupándole, usando la lengua, la boca, los labios e incluso, delicadamente, los dientes. Su respiración adoptó un cadencioso jadeo que dejaba claro que tendría que detenerme rápidamente si no quería romper el tabú de la reina. El poder también había vuelto, como un sólido zumbido de energía contra mi cuerpo. Allí donde le tocaba, se desprendía energía. Sentía en la boca una especie de vibración, y tuve una visión repentina de lo que podía representar tener entre las piernas aquella cosa caliente y poderosa. La imagen era tan vívida que me tuve que apartar. Abrí los ojos y encontré su piel blanca, casi traslúcida por el poder.