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Subí lentamente la mirada. Cada centímetro de su cuerpo resplandecía. Las puntas de los tentáculos más pequeños brillaban como ascuas rojas, y los tentáculos superiores mostraban una gama de tonos marmóreos. Era hermoso contemplar la combinación de rojo delicado, violeta tenue y tiras de oro del color de sus pupilas en contraste con la blanca luz de su piel.

Le miré, y en ese momento todo lo que veía era bello. Era como se suponía que tenía que ser: un objeto moldeado con luz y rellenado con color y magia. El poder se desprendía de él con una vibración que me acariciaba la piel y me hacía vibrar, abrazándome como una manta invisible y de seda. Quería entrar en su interior, sentir cómo me penetraba.

– Suéltate el pelo. -Mi voz sonó extraña, como si estuviera hablando otra persona.

Sholto hizo lo que le pedí. El cabello le cayó hasta debajo de las rodillas de una forma deslumbrante, como nieve reciente. Me llené las dos manos con él y lo acaricié tiernamente. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de una melena cayendo en cascada sobre mi cuerpo… Era como satén vivo y pesado. Me bajé el sujetador para peinar su cabello con mis pechos. El contacto me hizo estremecer, y esta vez era pasión.

Le miré, todavía de rodillas.

– ¿Piensas que nos podríamos contener si pusieras toda esta masa de cabello sobre mi cuerpo desnudo?

Todos los colores de sus iris brillaban; sus anillos parecían arremolinarse como el ojo de un huracán. El deseo que mostraba su rostro se transformó en risa.

– ¿Tengo que mentir y decir que sí?

Levanté una mano brillante, casi traslúcida, que tocó su cuerpo.

– Sí, miénteme, si eso nos impide parar.

– Esta conversación es peligrosa -dijo, en voz baja.

– Son momentos peligrosos -dije, y le lamí, haciendo que su cuerpo reaccionara desde las piernas hasta los hombros, mientras la cabeza se echaba hacia atrás, y su respiración se convertía en un jadeo.

– Meredith -dijo con aquel tono que un hombre reserva sólo para las ocasiones más íntimas. A1 oírlo mi cuerpo se endureció en sitios que él no había visto, y mucho menos tocado.

La puerta se abrió de golpe con un crujido de madera y un aura de poder nos golpeó como la mano de un gigante. Sholto se tambaleó, pero se mantuvo en pie. Yo capté la imagen de una figura negra que se movía de forma borrosa y a continuación, Sholto había saltado por encima de la cama y se había arrojado al suelo.

Nerys la Gris estaba de pie, enmarcada en el dintel, un instante después se movía a toda velocidad hacia mí. Salté hacia la cama, en pos del arma que había debajo de la almohada, pero me di cuenta de que no llegaría a tiempo.

14

Tuve que darle la espalda a la arpía para contar con alguna oportunidad de alcanzar el arma. Ya había metido la mano debajo de la almohada, cuando sus garras se clavaron en mi espalda desnuda. Grité, todavía en pos de la pistola. Sus zarpas me agarraron por los brazos y me tiraron de la cama. Golpeé el suelo al caer, desarmada, y antes de que pudiera recobrar el aliento ya tenía a Nerys encima.

Le di una patada, y ella me rasgó los pantalones. Continué soltándole patadas mientras trataba de levantarme, pero no me dio oportunidad. Me atacaba, soltaba zarpazos a mis pantalones, me arañaba la carne. Yo me arrastré hasta la pared, pero una vez allí ya no había ningún sitio al que escapar.

No paraba de chillar: «¡Es nuestro! ¡Nuestro! ¡Nuestro!». Cada palabra la puntuaba con un zarpazo. Me protegía el cuerpo con los brazos, pero ella estaba dispuesta a dejármelos en carne viva, así que eso no iba a detenerla.

Esperaba que el terror y el dolor atenuaran mi brillo, pero seguía siendo un objeto resplandeciente. La sangre se derramaba de mis brazos con un brillo carmesí; mi propia sangre brillaba. Sentí que el poder trepaba por mi cuerpo y se extendía, pero no como ninguna otra magia que hubiera conocido antes. El poder llameaba en mi interior y mi cuerpo brillaba con tanta intensidad que la arpía vaciló.

– Ya veremos si brillas cuando te arranque la piel -dijo.

Me rasguñó los brazos hasta hacerme chillar, y vi aquella garra negra acercándose a mis ojos.

Golpeé su pecho huesudo, y el poder me subió por el brazo y se esparció por mi mano. Sentí que aplastaba a la arpía. Ella dejó de darme zarpazos y se quedó paralizada, de rodillas ante mí. El poder que fluía por mi interior me dolía como si todas las fibras de mi cuerpo se quemaran a la vez. Grité e intenté pararlo, pero el dolor no cesó de aumentar hasta que miré a Nerys con una visión nublada. Estaba a punto de desmayarme de dolor pero, si lo hacía, Nerys me mataría.

Me sentía como si me estuvieran descuartizando con cuchillos al rojo vivo. Finalmente, conseguí volver a gritar y Nerys se unió al chillido. Se apartó de mí y se arrastró hasta el lateral de la cama. Me miró con los ojos muy abiertos, con una expresión de incredulidad en su rostro crispado. Su piel empezó a… crecer, es la mejor palabra que se me ocurre para describirlo. Empezó a levantarse como leche hirviendo, derramándose sobre su garra.

Nerys estaba gritando:

– ¡No, no!

Su cuerpo comenzó a plegarse sobre sí mismo, los huesos se deslizaban de su sitio, los músculos afloraban a la superficie como troncos flotando en un río. La sangre se derramó por la alfombra y a continuación, fluidos más espesos y oscuros manaron de sus vísceras en un chapoteo acre. Observé cómo su corazón salía a la luz y arrastraba el resto de sus órganos internos. Dejó escapar un chillido interminable, e incluso cuando quedó reducida a una gran bola de carne, se oían sus chillidos, distantes y lejanos, pero vivos. Nerys era inmortal, y sacarle las tripas no cambiaría eso.

Mi dolor empezó entonces a disiparse, como un miembro amputado que continúa doliendo. Había visto a mi padre hacer cosas similares con una de sus manos de poder, la que le valió el título de Príncipe de la Carne.

Empecé a arrastrarme hacia la puerta, contemplando aquella masa de carne vibrante que acababa de crear. Cuando levanté la sábana vi a Agnes la Negra a horcajadas encima de Sholto. Había tomado aquella parte brillante de él entre la pálida oscuridad de su cuerpo. Sholto se debatía, pero ella le mantenía los brazos sujetos, inmovilizándole el cuerpo mientras lo montaba. Entre los elfos hay seres físicamente más fuertes que los sidhe, y las arpías son uno de ellos.

Me lancé hacia la puerta, hecha añicos, y oí la voz de Agnes a mi espalda.

– Nerys, mata a esa puta blanca.

Lo último que oí fue en tono quejumbroso:

– ¿ Nerys?

Antes de que empezara la siguiente tanda de gritos, ya había alcanzado los ascensores. Si Agnes la Negra me quería muerta antes, lo que le había hecho a su hermana no iba a hacerle cambiar de opinión. Tardaba mucho en llegar al vestíbulo. Yo estaba temblando de frío. Me miré los brazos ensangrentados: me dolían con ese dolor agudo que sólo te dan los zarpazos. El izquierdo se había llevado la peor parte. La herida del antebrazo dejaba el hueso a la vista y la sangre brotaba en un incesante flujo carmesí desde mi codo hasta el suelo del ascensor. Mis pantalones estaban empapados de sangre, casi púrpura.

Las heridas eran lo bastante importantes para sufrir un shock, pero no creo que ésa fuera la causa. Era la magia. Había hecho lo que sólo podía hacer una mano de poder, algo que podría haber hecho mi padre con su poder más terrible, un poder que incluso él utilizaba con pesar, porque ellos no mueren. Nerys no moriría. Quedaría eternamente atrapada en la cárcel de su propia carne y sus propios fluidos. Se quedaría ciega, incapaz de alimentarse ni de respirar, pero no moriría nunca. Nunca.