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– No sé cuántas amantes ha tenido -dijo Naomi-, una docena, dos docenas, centenares. -Se encogió de hombros-. Lo único que sé seguro es que soy la última de una larga lista de amantes.

– Señora Norton -dijo Jeremy.

Frances lo miró asustada, como si no se hubiera esperado que solicitasen su contribución a la historia.

– ¿Tiene alguna noticia de todas estas mujeres?

Tragó saliva y dijo en un tono que era casi un murmullo:

– Guarda polaroids. -Bajó la cabeza y murmuró-: dice que son sus trofeos.

Tuve que preguntar:

– ¿Le enseñó él estas fotos o las encontró usted misma?

Miró hacia arriba, y sus ojos estaban vacíos: sin preocupación ni vergüenza, simplemente vacíos.

– me las enseñó. Le gusta…, le gusta explicarme lo que hace con ellas. En qué es buena cada una, lo que hacen mejor que yo.

Abrí la boca, pero volvía a cerrarla, porque no se me ocurrió nada que pudiera servirle de consuelo. Sentía vergüenza ajena, pero era Frances Norton quien tenía que estar enfadada. Mi enfado podría ayudarnos a resolver el problema inmediato, pero no le devolvería la fuerza. Aunque lográramos librarnos del marido no curaríamos todo el daño que éste había causado. Había muchas cosas que iban mal con Frances aparte de un hechizo.

Naomi le tocó el brazo, consolándola.

– Así es como me conoció. Vio mi foto, y un día nos encontramos. La pillé mirándome en un restaurante. Él la había despertado cuando llegó a casa y le contó lo que me había hecho. -Esta vez fue Naomi quien miró en su regazo y apoyó los brazos en las piernas-. Yo tenía moretones. -Levantó la mirada hacia mí-. Frances se acercó a mi mesa. Se arremangó y me enseñó los suyos. Entonces, dijo únicamente: “soy su mujer”. Fue así como nos conocimos.

Al final mostró una sonrisa tímida, el tipo de sonrisa que se dibuja en tu rostro cuando explicas cómo has conocido a tu amado. Una tierna historia para contar a los demás.

La miré con los ojos en blanco, pero me pregunté si la relación entre ellas iba más allá del maltrato y del marido. Si eran amantes, esto podía cambiar el método de curación. En cuestiones místicas no hay que olvidar las emociones. Dado que el amor y el odio tienen distintas energías, te enfrentas a ellos de forma diferente. Así pues, era preciso determinar con exactitud el vínculo entre las dos mujeres antes de empezar un trabajo de curación serio, aunque no aquel día. Para empezar escucharíamos lo que nos querían contar.

– Fue muy valiente por su parte -dijo Teresa.

Su voz, al igual que todo en ella, era de alguna manera suave y femenina, con una fuerza subyacente, como acero cubierto con seda. Siempre había pensado que Teresa, aunque no había viajado más allá de México, sería una extraordinaria belleza sureña.

Los ojos de Frances se detuvieron en ella, titubeó un instante, pero luego su boca se abrió en algo parecido a una sonrisa. Aquel pequeño movimiento me hizo sentir mejor en relación con esa mujer. Si podía empezar a sonreír, a enorgullecerse de la fuerza que había mostrado, quizá se recuperaría totalmente con el tiempo.

Naomi le apretó el brazo y le sonrió con afecto y orgullo. De nuevo, tuve la impresión de que estaban muy unidas.

– Eso fue mi salvación. Desde el momento en que conocí a Frances, empecé a intentar romper con él. No sé cómo le permití que me hiciera daño. No soy así. Quiero decir que nunca antes había permitido que un hombre me maltratase.

Su semblante mostraba la vergüenza que sentía por no haberse salvado a sí misma.

Frances colocó su mano sobre la mano de la otra mujer, para ofrecerle consuelo y al mismo tiempo recibirlo. Naomi le sonrió y, a continuación, nos miró desconcertada.

– Él es como una droga. Una vez te ha tocado, suplicas su contacto. Es como si despertara tu sexualidad, y tu cuerpo sufre porque quiere ser tocado. -Volvió a bajar la mirada-. Nunca dependí tanto de los demás sexualmente. Al principio era molesto y estimulante. Después empezó a hacerme daño. Primero eran sólo pequeñas cosas, me ataba, después… me pegaba.

Se obligó a alzar la vista y a mirarnos. Había en sus ojos una gran ansiedad, como si nos estuviera desafiando a pensar lo peor de ella, pero también mostraba una gran fuerza. ¿Cómo había conseguido domesticarla aquel hombre?

– Convirtió el dolor en parte del placer -continuó-, pero luego empezó a hacer cosas peores. Cosas que sólo dolían. Intenté que abandonara aquellas perversiones y fue entonces cuando empezó a golpearme de verdad, sin fingir que era parte del sexo. -Su boca temblaba, pero su mirada se mantenía desafiante-. Pero pegarme le excitaba de verdad. El hecho de que yo no me excitar, de que me diera miedo, también le gustaba.

– Fantasías de violación -dije.

Noemí asintió, abriendo mucho los ojos para contener las lágrimas. Se mostraba tranquila y traba de ocultar el dolor en su interior.

– Al final no fueron sólo fantasías.

– Le gusta tomarte a la fuerza -aseguró la mujer.

Miré a ambas y contuve el deseo de sacudir la cabeza. Había pasado mi vida desde los dieciséis hasta los treinta en la corte de la Oscuridad, los años de mi despertar sexual, de manera que sabía cómo combinar placer con dolor. Pero el dolor era compartido, y nunca se ejercía sin el consentimiento del otro. Si la otra persona no consideraba que el dolor le aportaba placer, no era sexo. Era tortura. Hay una gran diferencia entre tortura y sexo un poco duro. Pero para los sádicos, no hay diferencia. En las formas extremas, son incapaces de mantener relaciones sexuales sin violencia o, como mínimo, sin que su víctima les tema. Sin embargo, la mayoría de sádicos son capaces de tener unas relaciones sexuales más normales. Usan esto para engañarte, pero con el tiempo no pueden mantener una relación normal. Al fina, afloran sus verdaderos deseos y deben satisfacerlos.

¿Cómo me había convertido en una experta en estos temas? Como dije, pasé mi despertar sexual en la corte de la Oscuridad. Entiéndeme bien. La corte de la Luz tiene su propia gama de prácticas no habituales, pero comparten el punto de vista humano más generalizado de dominio y sumisión. La corte de la Oscuridad ve estas cosas con mejores ojos o, por decirlo de otro modo, tiene una postura más abierta. También puede deberse a que la reina del Aire y la Oscuridad, mi tía, gobernadora absoluta de la corte en ls últimos mil años, siglo más o menos, es muy dominante y está rozando el sadismo sexual. Ha formado la corte a su imagen, igual que mi tío, el rey de la Luz y la Ilusión de la corte de la Luz, la forjó según su propia imagen. Extrañamente, uno puede intrigar y mentir más fácilmente en la corte de la Luz. Se vive en una ilusión. Si algo parece bueno en el exterior, tiene que se bueno. La corte de la Oscuridad es más honesta, en la mayoría de ocasiones.

– Naomi -intervino Teresa-, ¿fue ésta su primera relación con maltratos?

La mujer asintió.

– Todavía no comprendo cómo permití que llegara a tal extremo -contestó.

Miré a Teresa, y ella inclinó fugazmente la cabeza para darme a entender que había escuchado la respuesta y que la mujer estaba contando la verdad. Como he dicho, Teresa es una de las personas con poderes psíquicos más capacitadas del país. No sólo hay que vigilar sus manos. En la mayoría de ocasiones, puede decirte si estás mintiendo o no. He tenido que ir con mucho cuidado con ella en estos tres años que llevamos trabajando juntas.

– ¿Cómo le conoció? -le pregunté.

No utilizaba su nombre ni decía señor Norton porque las dos mujeres habían evitado mencionarlo, como si no existiera ningún otro hombre y se supiera de quién se estaba hablando.

– No, en ocasiones nos citábamos en un hotel.

Esto me sorprendió.

– ¿Hace algo dentro del círculo del apartamento que no haga en ningún otro lugar?

Se sonrojó completamente.

– Es el único sitio al que lleva otros hombres.