– O sea que así es como conseguiste embarcarme armada en el avión.
Asintió, con los ojos todavía cerrados.
– Les expliqué que con un solo guardaespaldas estarías más segura si tú misma ibas armada. Todo el mundo estuvo de acuerdo. Sholto me había devuelto la LadySmith de nueve milímetros. Llevaba una cartuchera interior en los pantalones, ideal para desenfundar cruzando el brazo. Normalmente, la llevaba a la espalda, cubierta con una chaqueta, pero la policía me había dado carta blanca para llevar armas, con lo cual no tenía que preocuparme por esconderla.
Tenía un cuchillo de treinta centímetros en una funda lateral, cuyo extremo se mantenía atado a mi pierna con una correa de piel, para poder sacarlo con más rapidez, como un pistolero del Oeste. La correa de piel también permitía que la funda se adaptara al movimiento de mi pierna. Sin una funda atada, acababas teniendo que moverla cada vez que cambiabas de postura, de lo contrario se te clavaba al cuerpo o se enganchaba en cualquier lado.
Llevaba también una navaja Spyderco enganchada al aro de mi sujetador. En la corte tenía la norma de llevar siempre dos cuchillos como mínimo. Sólo estaban admitidas en determinados sithen, los promontorios de los elfos. Pero se me había permitido conservar los cuchillos. Antes del banquete que esa noche iba a celebrarse en mi honor, según me había informado Doyle, todavía cogería más cuchillos. Una chica nunca lleva demasiadas joyas… ni demasiadas armas.
Doyle conservaba Temor Mortal en la funda de la espalda y llevaba un petate lleno de armas. Cuando le pregunté por qué no las había utilizado contra los sluagh, dijo:
– Sólo Temor Mortal podía provocarles la muerte, ninguna otra arma. Quería que supieran que iba en serio.
Francamente, siempre he pensado que hacerle a alguien un agujero en la espalda por el que se puede meter un puño indica que uno va en serio. Pero muchos guardias consideran que las pistolas son armas inferiores. Llevan pistola cuando están entre humanos, pero casi nunca las usamos entre nosotros, salvo en tiempos de guerra. El hecho de que Doyle hubiese cogido una significaba que las cosas iban mal, o quizá se había producido un cambio de política durante mi ausencia. Lo sabría en cuanto viera si los otros guardias también iban armados.
El avión cayó tan de repente que incluso yo ahogué un grito. Doyle gemía:
– Háblame, Meredith.
– ¿De qué?
– De lo que quieras.
– Podríamos hablar sobre la noche pasada -dije.
Abrió los ojos lo justo para fulminarme con la mirada. El avión se sacudió de nuevo, y Doyle volvió a cerrar los ojos.
– Cuéntame un cuento -dijo casi en un susurro.
– No soy muy buena contando cuentos.
– Por favor, Meredith.
Me había llamado «Meredith», una mejora.
– Te puedo contar una historia que ya conoces. -Muy bien -dijo.
– Mi abuelo por parte de madre es Uar el Cruel. Además de ser un hijo de puta de la peor calaña, se ganó este nombre porque engendró a tres hijos que eran monstruos, incluso según los criterios de los elfos. Ninguna mujer hada se acostaría con él después del nacimiento de sus hijos. Le habían dicho que quizá engendrara hijos normales si encontraba a alguien con sangre de elfo que quisiera meterse en la cama voluntariamente con él.
Miré los ojos cerrados y el rostro inexpresivo de Doyle.
– Continúa, por favor -dijo.
– Gran es medio brownie y medio humana. Estaba dispuesta a meterse en la cama con él, porque quería ser miembro de la corte de la Luz más que cualquier otra cosa. -En silencio, porque no formaba parte de la historia, disculpé a Gran. Ella, más incluso que yo misma, sabía lo que era pisar dos mundos distintos.
El avión se había enderezado, pero todavía se movía cuando el viento le azotaba. Un vuelo difícil.
– ¿Ya te he aburrido? -pregunté.
– Todo lo que digas será fascinante hasta que aterricemos sanos y salvos.
– Sabes, estás guapo cuando tienes miedo.
Entreabrió un instante los ojos para mirarme y los volvió a cerrar a continuación.
– Sigue, por favor.
– Gran dio a luz a dos niñas gemelas preciosas. La maldición de Uar se había acabado, y Gran se convirtió en una de las mujeres de la corte; la mujer de Uar, en realidad, porque le había dado hijos. Por lo que sé, mi abuelo nunca volvió a tocar a su esposa. Era uno de los caballeros refinados y brillantes. Gran era demasiado vulgar para él, una vez que se había liberado de la maldición.
– Es un guerrero poderoso -dijo Doyle, con los ojos todavía cerrados.
– ¿Quién?
– Uar.
– Es cierto; debes haber luchado contra él en las guerras de Europa.
– Era un digno contrincante.
– ¿Intentas que mejore la consideración que tengo de él?
El avión había estado volando en línea recta y con relativa facilidad durante tres minutos, y eso bastó para que Doyle abriera completamente los ojos.
– Hablas con mucha amargura.
– Mi abuelo maltrató a Gran durante muchos años. Pensaba que si le pegaba lo suficiente conseguiría que abandonara la corte, porque legalmente no se podía divorciar de ella sin su permiso. No la podía repudiar, porque le había dado hijos.
– ¿Y por qué no lo dejó ella?
– Porque sin ser la mujer de Uar, no habría sido bien recibida en la corte y no le habrían permitido llevar a sus hijas consigo. Se quedó para asegurarse de que sus hijas estarían a salvo.
– La reina se quedó perpleja cuando tu padre invitó a la madre de tu madre a que os acompañara a las dos al exilio.
– Gran era la señora de la casa. Supervisaba para él el funcionamiento de la casa.
– Era una sirviente, entonces -dijo Doyle.
Esta vez fui yo quien lo fulminó con la mirada.
– No, era… era su mano derecha. Me educaron juntos durante aquellos diez años.
– Cuando dejaste la corte esta última vez, también lo hizo tu madre. Abrió una pensión.
– He visto los anuncios en las revistas: «Victoria. Buen servicio. Pensión con cama y desayuno de brownie, buena atención y excelente comida a cargo de un ex miembro de la corte real».
– ¿No has hablado con ella desde que te fuiste hace tres años? -preguntó.
– No me he puesto en contacto con nadie, Doyle. Les hubiese puesto en peligro. Simplemente desaparecí. Esto significa que lo dejé todo y a todo el mundo.
– Había joyas, reliquias de familia que te pertenecían por derecho. A la reina le sorprendió que te marcharas sólo con lo puesto.
– Hubiera sido imposible vender las joyas sin regresar a la corte; y lo mismo digo de las reliquias.
– Tenías dinero que tu padre había guardado para ti. -Me miraba, intentando comprender, creo.
– He vivido por mi cuenta durante tres años, un poco más. No he cogido nunca nada de nadie. He sido una mujer autónoma, libre de obligaciones con los elfos.
– Lo cual significa que puedes invocar derechos de virgen cuando regreses a la corte.
Asentí.
– Exactamente.
Virgen, en el antiguo ideal céltico, era una mujer que vivía de forma autónoma, que no debía nada a nadie durante cierto tiempo. Se precisaba un mínimo de tres años para reclamar esta condición en la corte. Ser virgen significaba que se estaba al margen de cualquier disputa o rencilla. No se me podía obligar a manifestar mi opinión sobre algo, porque estaba al margen de todo. Era una manera de estar en la corte, sin ser de la corte.
– Muy bien, princesa, muy bien. Conoces la ley y cómo usarla en tu beneficio. Eres inteligente, además de educada, francamente maravilloso para una soberana de la Oscuridad.
– Ser virgen me permitió hacer reservas de hotel sin arriesgarme a la ira de la reina -dije.
– No comprendía por qué no deseabas alojarte en la corte. Al fin y al cabo, quieres regresar con nosotros, ¿verdad?