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– ¿Lo prometes? -pregunté.

– Lo prometo -respondió, sonriendo.

Le cogí la mano, y me llevó hacia la puerta abierta.

– Por supuesto, no te he prometido que no vaya a morderte yo. Me metió en el coche, riendo los dos. Estaba bien, encontrarse de nuevo casa.

21

La piel de la tapicería hizo un ruido similar a un suspiro humano cuando me senté. Un panel de cristal negro nos impedía ver a Barinthus. Era como estar en una cápsula espacial negra. En un pequeño compartimiento situado delante de nosotros había un cubo de plata que contenía una botella de vino y un trapo para servir. Dos copas de cristal esperaban a ser llenadas, y había también una bandejita con crackers y algo con aspecto de caviar detrás del vino.

– ¿Es cosa tuya?-pregunté.

Galen negó con la cabeza.

– Ya me gustaría, aunque habría omitido el caviar. Gustos de campesino.

– A ti tampoco te gusta -dije.

– Pero también soy un campesino.

– Eso nunca.

Me sonrió con esa sonrisa que me calentaba de la cabeza a los pies. A continuación, la sonrisa se desvaneció.

– Eché un vistazo en el coche antes. Estoy de acuerdo en que la reina está actuando de forma extraña, y quería asegurarme de que no habría sorpresas detrás de todo este cristal negro.

– ¿Y? -pregunté.

Levantó el vino.

– Y esto no estaba aquí.

– ¿Estás seguro?

Asintió, apartando el trapo para ver la etiqueta de la botella. Dejó escapar un silbido.

– Es de su reserva privada. ¿Te importaría degustar un Borgoña de mil años de antigüedad?

Hice un gesto de negación con la cabeza.

– No comeré ni beberé nada de lo que nos pueda ofrecer este coche. Gracias de todas formas. -Pasé la mano por la piel del asiento del coche-. Sin ánimo de ofender.

– Podría ser un regalo de la reina -dijo Calen.

– Razón de más para no beberlo -dije-. No hasta que descubra qué pretende.

Calen me miró, asintiendo, y volvió a colocar el vino en su sitio.

– Es un buen argumento.

Nos acomodamos en los asientos. El silencio parecía más duro de lo que debería, como si alguien estuviera escuchando. Siempre pensé que era el coche el que nos escuchaba.

La Carroza Negra es uno de los objetos que, entre los elfos, tiene energía y vida propia. No fue creado por ningún elfo o antiguo dios del que tengamos conocimiento. Simplemente, ha existido desde hace más tiempo del que ninguno de nosotros pueda recordar. Más de seis mil años. Por supuesto, antes era un carro negro tirado por cuatro caballos negros. Los caballos no eran de raza sidhe. No eran visibles hasta que caía la noche. Entonces aparecían criaturas de oscuridad con órbitas vacías que llameaban cuando se les ataba al carro.

Un día, nadie sabe exactamente cuándo, el carro se desvaneció y apareció una amplia carroza negra. Sólo los caballos seguían siendo los mismos. La carroza cambió cuando dejaron de utilizarse carros. Se había actualizado.

Entonces, una noche, no hace ni veinte años, la Carroza Negra se desvaneció y apareció una limusina. Los caballos no regresaron nunca, pero he visto el tipo de mecanismo que hay debajo de la carrocería de este ingenio. Juro que quema con el mismo fuego enfermizo que llenaba los ojos de aquellos caballos. El coche no consume gasolina, así que no tengo ni idea de lo que arde allí, pero sé que el carro o carroza o coche a veces lo desvanece todo. La Carroza Negra era un presagio de muerte, el aviso de un cataclismo inminente. Ya había empezado a circular la leyenda de un siniestro coche negro que pasaba por delante de una casa a todo gas y con fuego verde danzando por su superficie, y luego una desgracia se abatía sobre el dueño de la casa. Así pues, perdonadme si estaba un poco nerviosa encima de aquellos asientos de piel tan delicada.

Miré a Galen y le tendí la mano. Él sonrió y la tomó entre las suyas.

– Te echaba de menos -dijo.

– Yo también.

Levantó mi mano hacia sus labios y me dio un beso suave en los nudillos. Me atrajo hacia él, y yo no me resistí. Me moví por los asientos de piel hasta situarme entre sus brazos. Adoraba la sensación de su brazo alrededor de mis hombros, envolviéndome contra su cuerpo. Mi cabeza acabó reposando en la suavidad de su suéter, sobre su firme pecho hinchado, debajo del cual escuchaba el latido de su corazón como un reloj.

Suspiré y me acurruqué contra su cuerpo, poniendo mi pierna alrededor de la suya hasta quedar enlazados.

– Siempre me has abrazado mejor que nadie -dije.

– Soy así, simplemente un osito de peluche grande y adorable. -Había algo en su voz que me hizo levantar la mirada.

– ¿Qué ocurre?

– Nunca me dijiste que te ibas a marchar.

Me senté, con su brazo todavía sobre mis hombros, pero se había estropeado la perfecta comodidad de un segundo antes. Estropeado con acusaciones, y seguramente habría más.

– No podía arriesgarme a contárselo a nadie, Galen, ya lo sabes. Si alguien hubiera sospechado que iba a huir de la corte, me habrían detenido, o algo peor.

– Tres años, Merry. He pasado tres años sin saber si estabas viva o muerta.

Empecé a escurrirme de debajo de su brazo, pero me apretó con más fuerza y me atrajo hacia sí.

– Por favor, Merry, deja que te abrace, sólo esto, déjame saber que eres real.

Le dejé abrazarme, pero la sensación de comodidad se había perdido. Ningún otro me habría preguntado por qué no se lo había dicho a nadie, por qué no había contactado con nadie. Ni Barinthus ni Gran, nadie, nadie excepto Galen. Había momentos en los que entendía por qué mi padre no había elegido a Galen como esposo para mí. Galen se dejaba gobernar por la emoción, y eso era algo muy peligroso.

Finalmente, me aparté.

– Galen, ya sabes por qué no me puse en contacto contigo.

No me miraba. Toqué su mentón y le moví la cabeza para que me mirara. Aquellos ojos verdes estaban heridos, todas sus emociones se reflejaban en ellos como en un lago cristalino. Era pésimo para la política de la corte.

– Si la reina hubiese sospechado que sabías dónde estaba, o tenías alguna noticia de mí, te habría torturado.

Me cogió la mano, sosteniéndola contra su cara.

– Nunca te habría traicionado.

– Lo sé, y ¿crees que hubiera podido vivir sabiendo que tú estabas siendo torturado indefinidamente mientras yo me mantenía a salvo en otro sitio? No tenías que saber nada, así ella no tendría ningún motivo para hacerte preguntas.

– No necesito que me protejas, Merry.

Esto me hizo sonreír.

– Nos protegemos mutuamente.

Él también sonrió, porque nunca pasaba mucho tiempo serio.

– Tú eres el cerebro, y yo el músculo.

Me levanté y lo besé en la frente.

– ¿Cómo has evitado los problemas sin mis consejos?

Puso sus brazos alrededor de mi cintura y atrajo hacia sí.

– Con dificultad. -Me miró, frunciendo el entrecejo-. ¿Qué me dices de ese suéter de cuello de cisne? Pensé que habíamos acordado no vestir nunca de negro.

– Queda bien con estos pantalones grises y la chaqueta a juego -dije.

Apoyó su mentón justo encima de mis pechos, y aquellos ojos verdes honestos no me dejarían evitar la pregunta.

– Estoy aquí para quedarme, si puedo, Galen. Si eso significa vestir de negro como la mayor parte de la corte, entonces puedo hacerlo. -Lo miré-. Además, el negro me sienta bien.

– Sin duda.

Aquellos ojos honestos removieron en mi interior viejas sensaciones. Había habido tensión entre nosotros desde que fui lo bastante mayor para darme cuenta de lo que era aquella extraña sensación. Pero independientemente del calor que hubiera, nunca podría haber nada entre nosotros. No físicamente, como mínimo. Él, igual que muchos otros, era uno de los Cuervos de la Reina, y eso significaba que le pertenecía y estaba a sus órdenes. Entrar en la Guardia de la Reina había sido la única jugada política acertada que había hecho Galen. No tenía poderes mágicos y no se manejaba bien entre bastidores, sólo contaba con un cuerpo fuerte, unos buenos brazos y la habilidad de hacer sonreír a la gente. Su cuerpo exudaba gracia igual que algunas mujeres dejan un rastro de perfume tras de sí. Era una habilidad fantástica, pero igual que muchas de las que yo poseía, no muy útil en una batalla. Como miembro de los Cuervos de la Reina, disfrutaba de cierta seguridad. Uno no los retaba fácilmente a duelo, porque nunca se sabía si la reina se lo tomaría como un insulto personal. Si Galen no hubiese sido un guardia, probablemente habría muerto mucho antes de que yo naciera; sin embargo, el hecho de que fuera un guardia nos mantuvo eternamente separados, sin cumplir nunca nuestros deseos. Me había enfadado con mi padre por no dejarme estar con Galen. Fue el único desacuerdo importante que tuvimos. Me costó años ver lo que había visto mi padre: que la mayoría de los puntos fuertes de Galen eran también sus puntos débiles.