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Galen apoyó su mejilla en mis pechos y la frotó en mi escote. Esto detuvo mi respiración durante un segundo, luego dejé escapar un suspiro.

Bajé mis dedos por su mejilla y le pasé la punta del índice por sus labios gruesos y suaves.

– Galen…

– Shhh -dijo.

Me levantó por la cintura y acabé con las rodillas sobre sus muslos, mirándole. Mi pulso batía tan fuerte en mi garganta que casi me hacía daño.

Bajó sus manos lentamente hasta colocarlas en mis muslos. No pude evitar recordar lo ocurrido con Doyle la noche pasada. Galen movió las manos para separar poco a poco mis piernas, haciéndome resbalar por su cuerpo hasta que quedé a horcajadas sobre él. Me retiré lo justo para no estar en contacto con él. No quería que su cuerpo tocara íntimamente al mío, todavía no.

Sus manos se desplazaron por mi cuello hasta la nuca, me acarició el cabello con sus dedos finos hasta que el increíble calor de sus palmas tomó contacto con mi piel.

Galen era uno de los guardias que creían que tocar un poco de carne era mejor que nada. Siempre habíamos bailado al filo de la navaja.

– Ha pasado mucho tiempo, Galen -dije.

– Diez años desde que te tuve así -dijo.

Siete años con Griffin, tres años fuera, y Galen intentaba retomarlo desde donde lo habíamos dejado, como si no hubiera cambiado nada.

– Galen, no creo que debamos hacerlo.

– No lo pienses -dijo.

Se inclinó hacia mí, con los labios tan cerca que un suspiro lo habría llevado a mí, y el poder brotó de su boca en una línea de calor que robaba el aliento.

– No, Galen. -Mi voz sonaba agitada, pero lo decía en serio-. No uses magia.

Se echó hacia atrás para verme la cara.

– Siempre lo hemos hecho de esta manera.

– Hace diez años -dije.

– ¿Y qué diferencia hay? -preguntó.

Sus manos habían resbalado por debajo de mi chaqueta y masajeaban los músculos de mi espalda.

Quizá diez años no le habían hecho cambiar, pero a mí sí.

– Galen, no.

Me miró, claramente desconcertado.

– ¿Por qué no?

No estaba segura de cómo explicárselo sin lastimarle. Esperaba que la reina me diera permiso para tomar de nuevo a un guardia como consorte, como había hecho cuando autorizó a mi padre para escoger a Griffin. Si dejaba que las cosas con Galen volvieran a ser como antes, supondría que lo elegiría a él. Le quería, seguramente le querría siempre, pero no podía permitir que se convirtiera en mi consorte. Necesitaba a alguien que me ayudara política y mágicamente, y Calen no era esa persona. Mi consorte ya no tendría la protección de la reina cuando abandonara la Guardia. Mi amenaza no bastaba para mantener a Galen fuera de peligro, y todavía menos la suya, porque era menos despiadado que yo. El día en que Galen se convirtiera en mi consorte firmaría su sentencia de muerte. Pero nunca había podido explicarle todo esto a él. No aceptaría nunca lo terriblemente peligroso que era para mí y para él.

Me había hecho mayor y finalmente, era la hija de mi padre. Algunas elecciones se hacen con el corazón, otras con la cabeza, pero en caso de duda, escoger la cabeza antes que el corazón puede salvarte la vida.

Me arrodillé sobre él, empezando a apartarme de su regazo. Sus brazos me sujetaban la espalda. Parecía tan herido, tan perdido.

– Me lo dices en serio.

Asentí. Vi que sus ojos intentaban comprender.

– ¿Por qué? -preguntó al fin.

Le toqué la cara, peiné la punta de sus bucles con mis dedos.

– Oh, Galen.

Sus ojos mostraban pena, con la misma claridad con que mostraban alegría, o asombro, o cualquier emoción que sintiera. Era el peor actor del mundo.

– Un beso, Nlerry, para darte la bienvenida a casa.

– Ya nos besamos en el aeropuerto -dije.

– No, un beso de verdad, sólo una vez más. Por favor, Merry.

Debería haber dicho que no, pedirle que me soltara, pero no pude. No podía decir que no a aquella mirada, y la verdad, si nunca iba a volver a estar con él, quería un último beso.

Levantó su cara hacia la mía, y yo bajé mi boca hacia la suya. Sus labios eran muy delicados. Mis manos encontraron la curva de su cara y le sostuve mientras nos besábamos. Sus manos me acariciaban la espalda con las manos, rozaban mis nalgas, resbalaban por mis muslos. Me apartó las piernas delicadamente de manera que volví a resbalar hasta su cuerpo. Esta vez, se aseguró de que no quedara espacio entre nosotros. Podía sentir su miembro duro apretado contra sus pantalones, contra mí.

La sensación de contacto me hizo apartar mi boca de la suya, me hizo ahogar un grito. Sus manos resbalaban por mi cuerpo, agarrándome las nalgas, apretándome con fuerza contra él.

– ¿Puedes quitarte la pistola? Se me está clavando.

– La única manera de sacar la pistola es desatar el cinturón -dije, y mi voz afirmaba cosas no verbalizadas.

– Lo sé -dijo.

Abrí la boca para decir que no, pero no fue eso lo que salió. La historia se repitió en toda una serie de decisiones: cada vez, debería haber dicho que no, debería haber parado, y nunca paraba. Acabamos echados sobre el largo asiento de piel con casi toda nuestra ropa y todas nuestras armas dispersas por el suelo.

Mis manos se deslizaron por el ancho y suave pecho de Galen. La fina trenza de cabello verde le caía por el hombro y se curvaba hacia la piel oscura de su pezón. Acaricié la línea de vello que bajaba desde el centro de su estómago y se perdía bajo los pantalones. No podía acordarme de cómo habíamos llegado a esta situación. No llevaba nada, excepto sujetador y bragas. No recordaba haberme quitado los pantalones. Era como si hubiera perdido la noción del tiempo durante algunos minutos y luego hubiera despertado para comprobar cuánto habíamos avanzado.

Sus pantalones estaban desabrochados y vislumbré unos calzoncillos verdes. Quería sumergir mi mano ahí, lo deseaba tanto que ya lo sentía en mi mano como si lo estuviera agarrando.

Ninguno de nosotros había usado poder, era únicamente la sensación de piel sobre piel, nuestros cuerpos que se tocaban. Habíamos llegado más lejos hacía unos años, pero algo no iba bien. Simplemente, no podía acordarme de qué.

Galen se inclinó para besar mi abdomen. Su lengua dibujó un sendero húmedo en mi cuerpo. No podía pensar, y necesitaba hacerlo.

Su lengua jugaba por el borde de mis bragas, su cara se hundía en las puntillas, las apartaba con su mentón y su boca, para seguir más abajo.

Le cogí un puñado de cabello y le levanté la cara, separándola de mi cuerpo.

– No, Galen.

Me puso las manos en mi torso y luego forzó sus dedos bajo el aro de mi sujetador. Lo levantó y puso mis pechos al descubierto. -Di que sí, Merry, por favor, di que sí. -Me acarició los pechos y los sostuvo entre sus manos, amasándolos, sopesándolos.