Выбрать главу

– La reina hizo fabricar gemelos para todos los guardias hace aproximadamente un año. Llevan grabadas nuestras iniciales.

– Estás diciendo pues que un guardia puso el hechizo en el coche e intentó enterrar la carta y el bolso en los asientos.

Galen asintió.

– Y el coche guardó los gemelos hasta que te los mostró a ti.

– Gr… gracias, coche -murmuré.

Por suerte, el coche no dio muestras de entender el cumplido. Mis nervios se lo agradecieron. No obstante, sabía que me había escuchado. Podía sentir que me observaba, era como la sensación de que alguien te está mirando y cuando te vuelves lo ves detrás de ti.

– Cuando dijiste «todos los guardias», ¿querías decir los guardias del príncipe, también? -pregunté.

Galen asintió.

– A la reina le gustaba el aspecto de las guardias mujeres con camisa de hombre, dijo que era estético.

– ¿Y esto añade cuántos, cinco, seis más, a la lista de sospechosos?

– Seis.

– ¿Desde cuánto tiempo se sabe que la reina iba a enviar la Carroza Negra para irme a buscar al aeropuerto?

– Barinthus y yo nos enteramos hace sólo dos horas.

– Tenían que actuar rápidamente. Quizás el hechizo de amor no estaba destinado a mí. Tal vez lo habían dejado ahí con algún otro propósito.

– Tenemos suerte de que no estuviera destinado a nosotros. Podríamos no haber reaccionado a tiempo si lo hubiese estado.

Volví a poner el anillo en el bolsito de terciopelo y levanté mi suéter de cuello de cisne. Por algún motivo que no sabía precisar, quería estar vestida antes de ponerme el anillo. Miré al techo negro del coche.

– ¿Es esto lo único que tienes que mostrarme, coche?

Se apagó la luz del techo. No pude evitar dar otro brinco, aunque ya me lo esperaba.

– Mierda -dijo Galen. Se apartó de mí o de la luz apagada. Me miró, con los ojos muy abiertos-. No he viajado nunca en el coche con la reina, pero he oído que…

– Este coche, si responde a alguien -dije-, es a ella.

– Y ahora a ti -dijo con delicadeza.

Negué con la cabeza.

– La Carroza Negra es magia salvaje; no soy tan pretenciosa para pretender que la controlo. El coche oye mi voz. Si hay algo más… -Me encogí de hombros-. El tiempo lo dirá.

– No hace ni una hora que has aterrizado en San Luis, Merry, y ya ha habido un atentado contra tu vida. Es peor que cuando te fuiste.

– ¿Cuándo te volviste pesimista, Galen?

– Cuando te fuiste de la corte -contestó.

Tenía una expresión apenada. Le acaricié el mentón.

– Oh, Galen, te he echado de menos.

– Pero has echado más en falta a la corte. -Apretó mi mano contra su mentón-. Lo veo en tus ojos, Merry. La antigua ambición que se despierta.

Aparté mi mano de él.

– No soy ambiciosa de la manera en que lo es Cel. Sólo quiero poder caminar por la corte con relativa seguridad, y desgraciadamente esto requerirá algunas maniobras políticas.

Coloqué el bolsito de terciopelo en mi regazo y me puse el suéter. Acto seguido, me enfundé los pantalones y volví a colocar la pistola y los cuchillos en su sitio. Por último me puse la chaqueta. -Se te ha ido la pintura de labios -dijo Galen.

– En realidad, parece que tú te has quedado la mayor parte -dije.

Volvimos a aplicar mi pintalabios utilizando el espejo de mi bolso y limpié la de la boca de Galen con un pañuelo de papel. Me peiné: ya estaba vestida. Ya no podía demorarlo más.

Cogí el anillo en la penumbra. Era demasiado grande para mi dedo anular, de modo que me lo puse en el pulgar. Lo había puesto en mi mano derecha sin pensarlo. El anillo proporcionaba una agradable calidez, como si fuera una forma de recordarme que estaba allí, esperando a que descubriera qué hacer con él. O, quizá, para que él descubriera qué hacer conmigo. No obstante, confiaba en mi propio sentido de la magia. El anillo no era activamente malvado, lo cual no significaba que no pudieran suceder accidentes. La magia es como cualquier herramienta: tiene que ser tratada con respeto, o se puede volver contra ti. La magia no suele ser más peligrosa de lo que lo es una sierra circular, pero ambas herramientas te pueden matar.

Intenté quitarme el anillo, pero no pude. El corazón me latió un poco más deprisa; se me hizo un nudo en la garganta. Empecé a sacarlo de una manera casi desesperada, y después me detuve. Respiré profundamente y con calma. El anillo era un regalo de la reina, con sólo verlo en mi mano muchos me tratarían con más respeto. El anillo, como el coche, tenía su propio programa. Quería quedarse en mi dedo, y se quedaría allí hasta que desease marcharse, o hasta que se me ocurriera cómo sacarlo. No me hacía daño. No había necesidad de alarmarse.

Le tendí la mano a Galen.

– No saldrá.

– Pasó lo mismo con la mano de la reina una vez -dijo, y sabía que trataba de mostrarse tranquilizador.

Se llevó mi mano a la cara y la besó delicadamente. Cuando sus manos acariciaron el anillo, se produjo una especie de descarga eléctrica, pero no se trataba de eso, sino de magia.

Galen me soltó y se escabulló hacia el otro extremo del asiento.

– Me gustaría saber si el anillo salta de esta manera si lo toca Barinthus.

– A mí también -dije.

La voz de Barinthus llegó por el interfono.

– Estaremos en casa de tu abuela dentro de unos cinco minutos.

– Gracias, Barinthus -dije.

Me pregunté qué diría cuando viera el anillo. Barinthus había sido el consejero más cercano de mi padre, su amigo. Era Barinthus el Influyente y al morir mi padre, se convirtió en mi amigo y asesor. Algunos miembros de la corte se burlaban de que sirviera a una mujer, pero sólo a sus espaldas. Barinthus era uno de los pocos miembros de la corte capaces de vencer con magia a quienes intentaron asesinarme. Pero si hubiese destruido a mis enemigos, yo habría perdido la escasa credibilidad que tenía entre los sidhe. Barinthus había tenido que observar sin poder hacer nada mientras yo me defendía, aunque me había aconsejado ser despiadada. A veces, no se trataba de cuánto poder desprendes, sino de qué quieres hacer con él. «Haz que tus enemigos te teman, Meredith», había dicho, y yo había hecho todo lo que estaba a mi alcance. Pero yo nunca causaría tanto terror como Barinthus. Él podía destruir ejércitos enteros con un pensamiento. Lo cual significaba que sus enemigos evitaban encontrarse con él.

También significaba que si ibas a nadar con tiburones, un ex dios de seis mil años de edad era una buena compañía. Amaba a Galen, pero no me gustaba tenerlo como aliado. Me preocupaba que tuviese que morir por ser mi amigo. No me preocupaba por Barinthus. Me imaginé que si alguien iba a enterrar al otro, sería él quien me enterrara a mí.

22

Gran se había reservado para ella las habitaciones del piso superior. En tiempos antiguos, cuando esta monstruosidad victoriana era nueva, esas habitaciones eran las dependencias del servicio, frías en invierno y tórridas en verano. Pero el aire acondicionado y la calefacción central son cosas maravillosas. Mi abuela había tirado algunas de las paredes para crear un acogedor salón con un cuarto de baño completo a un lado, un pequeño excusado sin uso alguno junto a él y un dormitorio grande para ella al otro lado del salón.

El salón estaba decorado en blanco, crema y varios tonos de rosa. Nos sentamos en un confidente estampado de respaldo duro, con tantas almohadas con puntillas que no sabía qué hacer con ellas. Había apilado unas cuantas a un lado, formando una improvisada montaña de flores y puntillas.

Estábamos tomando el té en un juego de tazas decoradas con flores. Mi segunda taza de té, junto con un platillo delicado, flotaba desde la mesita de café hacia mí. El truco para coger algo que levita es mantenerte quieto. Si vas a cogerlo, lo derramas. Hay que esperar, y si la persona que realiza la levitación lo hace bien, la taza o lo que sea tocará tu mano: es entonces cuando tienes que agarrarla. A veces, pienso que la mayor lección de paciencia es aguardar que una taza flote hasta tu mano.