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Me había estado concentrando mucho en ese momento. En no derramar el té, en coger un terrón de azúcar de un azucarero flotante. Concentrándome, simplemente, en estar con mi abuela después de tres años. Pero en el fondo de mi mente no dejaba de formularme preguntas. ¿Quién había intentado matarnos en el coche? ¿Había sido Cel? ¿Por qué la reina ansiaba tanto mi regreso? ¿Qué quería de mí? Dicen que las carreras de caballos son el deporte de los reyes, pero no es ése el auténtico deporte real. El verdadero deporte real es la supervivencia y la ambición.

La voz de Gran me devolvió al presente con una sacudida que me hizo saltar. La taza de té levitante se movía un poco, como un barco ajustándose para entrar en el muelle.

– Perdón, Gran, no te he oído.

– Querida, estás demasiado nerviosa.

– No lo puedo evitar.

– No creo que la reina te haya traído sólo para ver cómo te matan tus enemigos.

– Si estuviera gobernada por la lógica, estaría de acuerdo, pero las dos la conocemos demasiado bien para pensar así.

Gran suspiró. Era incluso más baja que yo, unos centímetros por debajo del metro y medio. Me acuerdo de una época en la que me parecía enorme y creía que nada podía hacerme daño cuando estaba en sus brazos. El largo cabello castaño y ondulante de Gran acariciaba su delicado cuerpo como una cortina de seda, pero no escondía su cara. Su piel era marrón como una nuez y un poco arrugada, y no por la edad. Sus ojos eran grandes, y marrones como su cabello, con unas pestañas maravillosas. Pero no tenía nariz y sólo una boca muy pequeña. Era casi como si su cara fuera un cráneo marrón. Se distinguían los dos agujeros donde debería estar la nariz, como si se la hubieran cortado, pero ésta era la cara con la que había nacido. Su madre, mi bisabuela, pensaba que era guapa. Su padre humano, mi bisabuelo, le había repetido de pequeña que por supuesto lo era. Tenía el aspecto de su madre, la mujer que amaba.

Me hubiera gustado conocer a mi bisabuelo, pero era un humano puro y vivió en el siglo XVII. Habría podido conocer a Mi tatarabuela si no la hubieran matado en una de las grandes guerras entre humanos y elfos en Europa. Murió en una guerra en la cual, como brownie, no tenía necesidad de participar. Pero negarse a ir a una guerra se considera traición. Y la traición se paga con la muerte.

Los jefes sidhe te controlan siempre.

El platillo de porcelana me tocó la mano, abrí los dedos delicadamente y lo cogí. Habría sido más fácil poner toda la mano debajo del platillo para sostenerlo, pero no era correcto para una mujer. Había aprendido a tomar el té según unas reglas de etiqueta que llevaban cien años o más en desuso. El siguiente punto delicado con una bebida caliente en levitación es que cuando la persona rechaza la invitación, la taza se vuelve más pesada. Casi todo el mundo derrama un poco de té en las primeras ocasiones. No hay que avergonzarse por ello.

Yo no derramé nada. Gran me invitó a tomar el té por primera vez cuando yo tenía cinco años.

– Me gustaría saber qué decirte acerca de la reina, cariño, pero no lo sé. Lo mejor que puedo hacer es alimentarte. Torna unas pastas, querida. Son un poco pesadas para tomar el té, pero es lo que te gusta.

– ¿Rellenas de cordero? -pregunté.

– Con nabos y patatas, como a ti te gustan.

Sonreí.

– Habrá comida esta noche en el banquete.

– ¿Pero querrás comer? -preguntó.

Era un buen argumento. Cogí una de las pastas rellenas de cordero del platito flotante en el que descansaban.

– ¿Qué piensas del anillo?

– Nada.

– ¿Qué quieres decir con nada?

– Quiero decir, cariño, que no dispongo de suficiente información ni para aventurar una respuesta.

– ¿Era Cel quien intentó matarnos a Galen y a mí? Creo que lo que más me molesta es el hecho de que, quienquiera que pusiera el hechizo en el coche, quería sacrificar a Galen para llegar a mí, como si Galen no tuviera importancia.

El pastelito olía maravillosamente, pero había perdido el apetito de repente. El té me había revuelto el estómago y sentía arcadas. Nunca me sienta bien comer cuando estoy nerviosa. Puse el pastel en el plato, y éste flotó hacia la mesa.

Gran me cogió la mano. Se había pintado las uñas de un granate tan oscuro que casi era del mismo color que su piel.

– No conozco la magia superior, Merry; mi magia es más bien una habilidad innata. Pero si pretendían matarte, ¿por qué utilizaron una cuerda verde? El color de esperanza, de una vida familiar fructífera. ¿Por qué añadir este color?

– Lo único que se me ocurre es que tenían el hechizo para otro propósito y lo usaron contra mí en el último momento. Porque, ¿por qué otro motivo podría haber estado el hechizo allí?

– No lo sé, querida, me gustaría saberlo -dijo Gran.

Levanté la mano para que el anillo brillara a la luz otoñal.

– Quienquiera que pusiera el hechizo en el coche, usó este anillo para aumentar su magia. Sabían que el anillo estaría allí. ¿A quién iba a confiar la reina esta información?

– La lista de aquellos en los que confía es corta, pero la de aquellos demasiado asustados para ir contra sus deseos es larga. Podría haber dado el anillo y la nota a cualquiera, y confiado en que la obedecerían. A la reina no se le pasa por la cabeza que su Guardia pueda desobedecerla. -Me apretó la mano-. Obviamente, no te comerás estos pasteles. Los mandaré al piso de abajo. Les gustarán a mis invitados.

– Lo siento, Gran. No puedo comer cuando estoy nerviosa.

– No me siento ofendida, Merry, sólo soy práctica.

Hizo un gesto y la puerta se abrió al pequeño pasillo. Los platos con comida empezaron a desfilar hacia las escaleras del fondo.

– ¿Para qué serviría ejecutarnos a Galen y a mí? -pregunté.

Los platos todavía salían en danza por la puerta, pero se dirigió a mí sin que nada cayera ni salpicara.

– Quizá deberías preguntarte por las consecuencias de que el anillo de la reina se descubriese envuelto en un hechizo de amor concebido para ti.

– Pero no estaba concebido para mí. Podría haber viajado cualquiera en el asiento trasero del coche.

– No lo creo -dijo Gran. Me cogió la mano y tocó la joya de plata. No respondió a su toque como había respondido al de Galen-. Éste es el anillo de la reina, y tú eres de la sangre de la reina. Pero por azar de orden de nacimiento, Essus podría haber sido rey. Tú ya serías reina, y no Andáis. Sería tu primo Cel el segundo de la línea al trono, y no tú.

– A mi padre nunca le gustó la manera de gobernar la corte de Andáis.

– Sé que había quienes le instaban a matar a su hermana y llegar al trono -dijo Gran.

No intenté esconder mi sorpresa.

– No pensaba que lo supiera todo el mundo.

– ¿Por qué crees que fue asesinado, Merry? Alguien temía que Essus aceptara el consejo y empezara una guerra civil.

Le cogí la mano.

– ¿Sabes quién ordenó matarle? Negó con la cabeza.

– Si lo supiera, cariño, ya te lo habría dicho. Yo no formaba parte de las maquinaciones de ninguna de las cortes. Era tolerada, nada más.

– Mi padre hizo más que tolerarte -dije.

– Sí, lo hizo. Me concedió el placer de verte crecer de niña a mujer. Siempre le estaré agradecida.

Sonreí.

– Yo también.

Gran se sentó con las manos en el regazo, un indicio inequívoco de que se sentía incómoda.

– Si tu madre hubiera podido ver su bondad… Pero la cegó el hecho de formar parte de la corte de la Oscuridad.

– Mi madre quería casarse con un príncipe de la corte de la Luz. Nadie la quería tocar, porque, aunque era alta y guapa, les daba miedo llevársela a la cama. Tenían miedo de mezclar su sangre, tan pura, con la de ella. No querían mancillar su reputación con ella, y menos después de que su hermana gemela, Eluned, se quedara embarazada después de una sola noche con Artagan, y le obligara a casarse.