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Gran asintió.

– Tu madre siempre pensó que Eluned había echado por tierra sus posibilidades de una boda en la corte de la Luz.

– Así es -dije-. Especialmente después de que naciera su hija, y… -Miré la cara de Gran-. La hija era igual que tú. -Estiré el brazo hacia ella al decir esto.

Me cogió la mano.

– Sé lo que piensan los de la Luz de mi aspecto, cariño. Sé lo que piensa mi otra nieta sobre el parecido familiar.

– Mi madre se fue con mi padre porque el rey Taranis le prometió un amante real al regresar. Tres años en la sucia e impura corte de la Oscuridad, y podría regresar y reclamar un amante de la Luz. No creo que pensara quedarse embarazada durante el primer año.

– Lo cual convirtió el arreglo temporal en permanente -dijo Gran.

Asentí.

– Por eso soy la Pesadilla de Besaba en la corte de la Luz. Mi nacimiento la vinculó a la corte de la Oscuridad, y siempre estuvo resentida conmigo por este motivo.

Gran negó con la cabeza.

– Tu madre es mi hija y la quiero, pero tiene muchas… dudas a veces sobre a quién quiere y por qué.

Estaba pensando que quizá mamá no quería a nadie, sino a su propia ambición, pero no lo dije en voz alta. A1 fin y al cabo, Gran era su madre.

El sol de la tarde estaba bajo.

– Necesito ir al hotel y vestirme para la fiesta.

Gran me cogió el brazo.

– Deberías quedarte aquí.

– No, y ya sabes por qué.

– He colocado protecciones en mi casa y mis propiedades.

– ¿Protecciones capaces de resistir a la Reina del Aire y la Oscuridad? ¿O a quienquiera que desee matarme? No lo creo.

Abracé a Gran, y sus delgados brazos me sostuvieron, apretándome contra ella con una fuerza impropia de un cuerpo tan delicado.

– Ten cuidado esta noche, Merry. No soportaría perderte.

Pasé una mano por su cabello maravilloso y vi una fotografía por encima de su hombro. Era una fotografía de ella y Uar el Cruel, que había sido su marido. Era alto y musculoso. Él estaba sentado en una silla y ella de pie a su lado. Gran tenía una mano sobre el hombro de Uar, cuyo cabello se derramaba como olas de oro. Su traje era negro con una camisa blanca, nada de particular. Nada especial, excepto su cara. Era muy… agradable de cara. Sus ojos eran como círculos de azul dentro de azul. Aparentemente, era todo lo que una mujer podría desear. Pero no lo llamaban «el Cruel» sólo por haber engendrado a tres hijos monstruosos.

Había apaleado a mi abuela porque era fea. Porque no tenía sangre real. Porque dio a luz dos hijas gemelas, y eso significaba que, a no ser que ella estuviera de acuerdo con él, su matrimonio era para siempre. Con Gran y Uar, no iban a hacer bromas.

Ella sólo le había concedido la versión sidhe del divorcio hacía tres años, cuando yo abandoné la corte. En su momento, me preguntaba si Gran le había concedido a Uar el divorcio a cambio de que éste intercediera por mí ante Andais. Era poderoso, y Andais respetaba su poder. No digo que Andais la amenazara. No, esto hubiese sido poco inteligente. Pero pudo haber sugerido que me dejaran recorrer mi camino durante cierto tiempo.

No pregunté nunca. Me aparté de ella y miré aquellos grandes ojos castaños, tan parecidos a los de mi madre.

– ¿Por qué le concediste el divorcio hace tres años? ¿Por qué entonces?

– Porque tocaba, niña, era el momento de que se fuera.

– No intercedió por mí ante Andáis, ¿verdad? ¿Fue ése el precio que pagó por librarse de ti?

Se carcajeó durante un buen rato.

– Cariño, cariño, ¿realmente crees que ese viejo tonel iba a hablarle a la Reina del Aire y la Oscuridad? Todavía no está recuperado del desengaño de que sus tres hijos fuesen expulsados de su corte y obligados a convertirse en súbditos de Andáis.

Asentí.

– Mis primos no son realmente tan malos. Los guantes quirúrgicos modernos son tan delgados que casi es como no llevar nada. Ya no envenenan a la gente por el simple contacto.

Gran volvió a abrazarme.

– Pero el veneno que se desprende de tus manos te impide ser un guardia con sangre real, ¿verdad?

– Bueno…, sí. Pero dejando la sangre real, hay mujeres que quieren.

– En la corte de la Oscuridad lo podría creer.

La miré. Tenía la gracia de parecer preocupada.

– Lo siento, Merry. Ha sido bastante inoportuno por mi parte. Te pido disculpas. Debería saber mejor que la mayoría que no hay tanto para escoger en ninguna de las dos cortes.

– Necesito ir al hotel, Gran.

Me condujo hacia la puerta, con su brazo en torno a mi cintura.

– Ve con cuidado esta noche, cariño, con mucho cuidado.

– Así lo haré. -Nos quedamos de pie, mirándonos mutuamente durante un segundo o dos, pero qué podíamos decir, ¿qué se puede decir?-. Te quiero, Gran.

– Y yo a ti, cariño.

Había lágrimas en aquellos fantásticos ojos marrones. Me besó con sus finos labios que siempre me habían acariciado con más cariño y amor que la hermosa cara de mi madre o sus manos como lirios blancos. Sentí el calor de las lágrimas de Gran en mis mejillas. Sus manos se aferraron a mí cuando empecé a bajar la escalera. Nos separamos una de la otra, y las puntas de los dedos temblaban cuando nos tocamos por última vez.

Miré varias veces hacia atrás para observar aquella pequeña figura marrón en lo alto de la escalera. Se dice que no hay que mirar atrás, pero si uno no está seguro de lo que hay delante, ¿qué queda sino mirar hacia atrás?

23

El hotel tenía escaso encanto. Funcional, en cierto modo decorativo, pero continuaba siendo un hotel con toda la monotonía que ello implica.

Franqueamos las puertas del vestíbulo. Barinthus y Galen me llevaban las maletas; yo cargaba con el bolso de mano. Prefiero acarrear yo misma mis armas, no es que crea que llegaré a tiempo de sacarlas si me fallan la pistola y el cuchillo, pero me sentaba bien tenerlas cerca. Llevaba sólo unas horas en San Luis, y ya se había producido un atentado contra mi vida y contra la de Galen. No era una tónica agradable y mi estado de ánimo no mejoró en absoluto cuando vi quién estaba esperando en la sala de estar.

Barry Jenkins había llegado antes que nosotros al hotel. Había hecho reservas a nombre de Merry Gentry, un alias que no había utilizado nunca en San Luis. Y esto significaba que Jenkins sabía que era yo. Mierda.

Se aseguraría de que me encontraran los demás cazanoticias. Y nada de lo que dijera me iba a ayudar. Si le pedía que mantuviera el secreto, todavía disfrutaría más.

Galen me tocó delicadamente el brazo: también había visto a Jenkins. Me condujo al mostrador como si temiera mi reacción, porque había algo muy personal en la cara de Jenkins cuando se levantó de la cómoda silla. Me haría daño si pudiera. Oh, no creo que mc pegara un tiro o que me apuñalara, pero si podía escribir algo capaz de herirme, le gustaría llevarlo a la imprenta.

La mujer que había detrás del mostrador sonreía a Barinthus. Tenía una bonita sonrisa y la estaba explotando al máximo, pero Barinthus sólo pensaba en el trabajo. Nunca le había visto en otra faceta. Nunca provocaba ni tanteaba los límites de las restricciones que la reina le había impuesto. Parecía limitarse a aceptarlas.

La mano de la mujer rozó las mías cuando cogí las llaves. Tuve una vívida impresión de lo que estaba pensando: Barinthus descansando en sábanas blancas, con todo su cabello multicolor esparcido por su cuerpo desnudo como un lecho de seda.

Mi puño se cerró no sólo ante esta imagen, sino también ante la fuerza del deseo de la conserje. Sentía su cuerpo tan tenso como mi puño. Miraba a Barinthus con ojos anhelantes, y hablé sin pensar para romper la conexión con la chica.