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– Pero yo me he escondido de él. Me he cambiado de apartamento.

– Me sorprende que no la persiguiera -dije.

– El edificio está protegido -dijo.

Abrí los ojos al opreso. Que un edificio entero estuviera protegido, no sólo un apartamento sino todo el edificio, significaba que los hechizos protectores tenían que colocarse en los cimientos del edificio. Había que aplicarlos al cemento y también a las vigas de acero. Esto implicaba un aquelarre de brujas, o varios. Ningún profesional podría hacerlo de manera individual. Era un proceso muy caro. Sólo las casas o edificios más lujosos podían presumir de ello.

– ¿A qué se dedica, señorita Phelps? -preguntó Jeremy.

Él, igual que yo, no había contado con que las dos mujeres fueran capaces de poder pagar nuestra tarifa. Teníamos suficiente dinero en el banco a nombre de la agencia y en nuestras cuentas particulares, de manera que incluso podíamos hacer caridad de vez en cuando. No es nuestra costumbre, pero en algunos casos no se trabaja por dinero sino simplemente porque no se puede decir que no. Los dos pensamos que éste sería uno de esos casos.

– Tengo un fideicomiso que venció el año pasado. Tengo acceso a la totalidad, ahora. Confíe en mí, señor Grey, podré pagar su minuta.

– Está muy bien saberlo, señorita Phelps, pero, a decir verdad, no era esto lo que me preocupaba. No lo difunda, pero si alguien está en una situación lo suficientemente grave, no nos lo sacamos de encima porque no pueda pagar nuestros honorarios.

Naomi estaba atónita.

– No quería decir que ustedes eran… lo siento. -Se mordió la lengua.

– Naomi no tenía intención de insultarla -dijo Frances-. Ha sido rica toda su vida, y mucha gente ha intentado sacar partido de eso.

– No me ha ofendido -dijo Jeremuy.

Aunque yo sabía que probablemente sí se había ofendido, Jeremy era un empresario que sabía ponerse en su sitio. Uno no pierde los estribos con un cliente, al menos si piensa aceptar el caso. O, como mínimo, no hasta que no hacen algo verdaderamente horrible.

– ¿Ha intentado en alguna ocasión apoderarse de su dinero? -preguntó Teresa.

Naomi la miró con cara de sorpresa.

– No, no.

– ¿Sabe él que es rica? -pregunté.

– Sí, lo sabía, pero nunca me dejaba pagar nada. Decía que estaba un poco anticuado. No se preocupaba en absoluto por el dinero. Era una de las cosas que más me gustaron de él al principio.

– O sea que no busca dinero -dije.

– No le interesa el dinero -dijo Frances.

Miré aquellos grandes ojos azules, que ya no mostraban miedo. Continuaba estando de pie detrás de Naomi, reconfortándola, y parecía cobrar fuerzas de esta situación.

– ¿Qué le interesa? -pregunté.

– El poder -dijo.

Asentí. Estaba en lo cierto. El abuso siempre tiene que ver con el poder, de una manera u otra.

– Cuando decía que los desentrenados se cansaban fácilmente, no creo que estuviera pensando en su habilidad sexual.

Naomi cogía las manos de Frances, apretándolas contra sus hombros.

– ¿Entonces, qué quería decir?

– Está desentrenada en las artes místicas.

Puso cara de no entender.

– Entonces, ¿qué es aquello de lo que me cansaba tan fácilmente, si no era del sexo?

Fue Frances quien contestó:

– Del poder.

– Sí, señora Norton, del poder.

Naomi torció el gesto una vez más.

– ¿Qué quiere decir, del poder? Yo no tengo ningún poder.

– Su magia, señorita Phelps Ha estado absorbiendo su magia.

Tenía un aspecto todavía más estupefacto, con la boca abierta en una pequeña “o” de sorpresa.

– No conozco ningún tipo de magia. En ocasiones, tengo presentimientos, pero no se trata de magia.

Y ésta, por supuesto, era la razón por la que él había podido hacerlo. Me pregunto si todas las mujeres eran místicas desentrenadas. Si estaban desentrenadas, íbamos a tener problemas para infiltrarnos en su pequeño mundo. Pero si lo único que tenían que ser era parte hada y con dotes mágicas… bueno, ya había servido de señuelo antes.

4

Tres días más tarde estaba de pie en medio del despacho de Jeremy con sólo un sujetador de encaje negro, bragas a juego y botas altas también negras. Un individuo al que no había visto nunca antes me inspeccionaba el sujetador. Normalmente, tengo que planear acostarme con un hombre antes de dejar que me acaricie los pechos, pero en esta ocasión no se trataba de nada personal, sólo de negocios. Maury Klein era un técnico de sonido, e intentaba colocar un micrófono diminuto debajo de mi pecho derecho, donde el aro del sujetador impediría que Alistair Norton lo notara si movía su mano entre mis costillas o mi pecho. Debió de pasarse casi treinta minutos con el micrófono, quince de los cuales los dedicó a encontrar el mejor escondite en mi escote.

Estaba arrodillado frente a mí, moviéndose la punta de la lengua y mirándose fijamente las manos desde detrás de unas gafas con montura de alambre. La derecha la tenía prácticamente escondida dentro de una de las copas del sujetador, y con la izquierda separaba la prenda de mi cuerpo para poder trabajar mejor. Al tirar del sostén, puso al descubierto mi pezón y la mayor parte del resto de mi pecho derecho.

Si Maury no hubiese permanecido tan claramente ajeno tanto a mis encantos como a nuestra audiencia, le habría acusado de entretenerse porque estaba disfrutando, pero su mirada fija no dejaba margen para la duda: no veía nada aparte de su trabajo. Entendí por qué había tenido quejas de mujeres que se preparaban para operaciones secretas. Las detectives se quejaban porque no trabajaba en privado, quería testigos de que no había sobrepasado los límites. Pensándolo bien, si todos los testigos hubieran sido humanos, podrían haber estado de mi parte de todos modos. Había jugado, levantado y manipulado de cualquier forma mi pecho como si no perteneciera a nadie. Lo que estaba haciendo era muy íntimo, sin embargo, él no lo consideraba así. Era el típico profesor despistado. Tenía una única obsesión y eran sus micros escondidos, sus cámaras ocultas. En Los Ángeles, si quieres lo mejor, vas a ver a Maury Klein. Instalaba sistemas de seguridad para estrellas de Hollywood, pero su verdadera pasión eran las infiltraciones: cómo conseguir un equipo cada vez más pequeño y mejor disimulado.

En una ocasión, sugirió que el micrófono estaría mejor escondido dentro de mi cuerpo. No soy tímida, pero me opuse a esta idea. Maury había negado con la cabeza y había murmurado.

– No sé cómo sería la calidad del sonido, pero me gustaría que alguien me lo dejara probar.

Tenía un ayudante, es decir, un vigilante y, quizá, diplomático de emergencia. Chris (si tenía apellido, no lo había oído nunca) había pedido a Maury que no fuera tan grosero y poco delicado. Permaneció inmóvil hasta que le aseguré que me encontraba bien. En ese momento estaba al lado de Maury como una enfermera de quirófano, dispuesto a entregarle cualquier pieza que pudiera necesitar.

Jeremy contemplaba el espectáculo con una sonrisa divertida, sentado ante su escritorio. Me observó con una mirada entre picante y educada cuando me quité el vestido y me quedé en ropa interior, pero después se limitó a contener la risa ante la absoluta frialdad de Maury Klein. Jeremy había halagado el asombroso contraste ente el blanco níveo de mi piel y el negro de la lencería. Uno siempre tiene que decir algo agradable la primera vez que ve a una persona desnuda.

Roane Finn estaba sentado en la esquina del escritorio de Jeremy, dando patadas en el aire en un movimiento inconsciente mientras también él disfrutaba del espectáculo. No necesitaba piropearme. Me había visto desnuda la última noche y muchas noches antes de ésa. Sus ojos son lo primero que llama la atención de éclass="underline" grandes y castaños, dominan su rostro igual que la luna domina el cielo nocturno. A continuación, uno tanto puede fijarse en su cabello oscuro y en la manera en la que le cae hacia la cara y se le enrolla detrás de la nuca, como en la perfecta curva de sus labios rojos: Muchos creen que usa carmín para conseguir ese color, pero se equivocan. Todo es natural. Su piel se ve blanca, pero no lo es realmente, al menos no por completo. Es como si alguien cogiera mi propia tez pálida y le añadiera una gota del castaño rojizo de su pelo. Cuando se viste en tonos marrones o colores de otoño, su piel parece oscurecerse.