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Sin embargo, la magia de Siobhan no era natural, y no podía pasar. Entenderlo podía darme la clave de su destrucción. Pero se necesitaría a alguien con más experiencia en hechizos ofensivos para descifrar la clave.

Se produjo un movimiento más allá de nuestro grupito. Cel y Siobhan se volvieron para ver su última amenaza, y cuando advirtieron que se trataba de Doyle, sus cuerpos no se relajaron. El príncipe y heredero al trono y su guardia personal tenían miedo de la Oscuridad de la Reina. Me resultó interesante. Tres años atrás, Cel no tenía miedo de Doyle. No temía a nadie, excepto a su madre. Y ni siquiera ante ella temía la muerte, porque él era lo único que tenía para transmitir su sangre. Su único hijo. Su único heredero. Nadie retó a Cel a duelo, nunca, porque no osaban ganar, y perder podría significar la muerte. Había vivido durante los tres últimos siglos intacto, sin desafíos, sin temor, hasta entonces.

Entonces vi, casi percibí, la incomodidad de Cel. Tenía miedo. ¿Por qué?

Doyle iba vestido con una capa negra, con capucha, que le caía hasta los tobillos y lo cubría por completo. Su cara era tan oscura que el blanco de sus ojos parecía flotar en el negro círculo de su capucha.

– ¿Qué está ocurriendo aquí, príncipe Cel?

Cel se apartó del camino para poder controlar a Doyle y al resto de nosotros. Siobhan lo acompañó. Keelin se quedó en el camino, pero el poder se estaba retirando, como si se moviera con el viento y pasara a nuestro lado para viajar a otro sitio. Me dio una última caricia fría, picante, y se escurrió.

Nuevamente había solidez bajo mi piel. Había un precio para toda magia, pero no para ésta. Se me había ofrecido sin que yo la pidiera. Quizás ése fuera el motivo por el que no me sentía cansada, sino fuerte y entera.

Keelin avanzó por el camino hacia mí, y me tendió sus manos primitivas. Sin duda, se sentía tan renovada como yo, porque sonreía y aquel miedo atroz había desaparecido, barrido por el dulce viento.

Tomé sus manos entre las mías. Nos besamos las dos, en las dos mejillas, y luego la atraje hacia mí y ella me rodeó los hombros con sus brazos superiores, y por la cintura con los inferiores. Nos apretamos con tanta fuerza que sentí la presión de sus pequeños pechos, los cuatro. Me asaltó un pensamiento: ¿le habría gustado a Cel estar con alguien que tenía tantos pechos? En mi cabeza se formó una imagen y me froté los ojos, como si así fuera a conseguir liberarme de ella.

Le recorrí la espalda con la mano hasta su cabello espeso, como una piel, y me di cuenta de que yo ya estaba llorando.

La voz de Keelin, dulce y casi como la de un pájaro, me consolaba.

– Todo va bien, Merry. Todo va bien.

Negué con la cabeza y me eché hacia atrás para poder verle la cara.

– No va todo bien.

Me tocó la cara, cogiendo mis lágrimas con los dedos. Ella no tenía lagrimales, una mala jugada de la genética la había dejado sin ellos.

– Siempre has llorado por mí, pero no llores ahora.

– ¿Cómo puedo evitarlo?

Volví a mirar a Cel, que susurraba algo a Doyle. Siobhan me estaba observando. Podía sentir su mirada muerta a través del casco que llevaba, aunque no le viera los ojos. No iba a olvidar fácilmente que había utilizado magia contra ella y había ganado o, mejor dicho, no había perdido. Ni lo olvidaría ni me perdonaría. Pero éste era un problema para otra noche. Volví a centrarme en Keelin: los desastres de uno en uno, por favor. Mis manos se dirigieron al duro collar de piel que le ceñía el cuello. Me tocó las muñecas.

– ¿Qué haces, Merry?

– Te estoy quitando esto.

Delicadamente, retiró mis manos.

– No.

Negué con la cabeza.

– ¿Cómo puedes…? ¿Cómo has podido?

– No vuelvas a llorar -dijo Keelin-. Sabes por qué lo hice. Sólo me quedan algunas semanas, sólo hasta Samhain. Tres años en total. Si no estoy embarazada, quedaré libre de él. Si quedo embarazada, deberá tratarme como a una esposa, o no tocarme en absoluto. Mantenía la calma al respecto, una calma terrible, sólida, como si se tratara de una situación… habitual.

– No lo entiendo -dije.

– Lo sé, pero tú siempre has tenido sangre real, Merry. -Me puso una mano en los labios antes de que pudiera protestar, y sus otras manos todavía sostenían las mías-. Sé que te han tratado como un pariente pobre, Merry, pero eres una de ellos. Su sangre fluye en tus venas, y… -Levantó la cabeza, quitando su mano de mi boca, pero me apretó las manos con más fuerza todavía-. Eres un miembro del club, Merry. Estás dentro de la casa grande, mientras que nosotros esperamos fuera bajo el frío y la nieve con nuestras caras contra el cristal.

Me aparté de aquellos tiernos ojos marrones.

– Utilizas mi propia metáfora contra mí.

Me tocó la cara con la mano superior izquierda, su mano dominante.

– Te la he oído decir muchas veces.

– Si te lo hubiera pedido, ¿habrías venido conmigo?

Se puso a reír, pero incluso al claro de luna, era una sonrisa amarga.

– A no ser que estuvieras conmigo a todas horas del día y de la noche, no podrías usar tu encanto para protegerme. -Agitó la cabeza-. Soy demasiado espantosa para los ojos humanos.

– No lo eres…

Esta vez, me detuvo con sólo una mirada.

– Soy como tú, Merry. No soy ni durig ni brownie.

– ¿Y Kurag? Cuidó de ti.

Bajó la cabeza.

– Es cierto que entre cierto tipo de trasgos, se me considera bastante peculiar. Tener miembros y pechos adicionales es una marca de gran belleza entre ellos.

Sonreí.

– Me acuerdo del año en que me llevaste al Baile de los Trasgos. Me veían fea.

Keelin se echó a reír pero sacudió la cabeza.

– Pero todos intentaron bailar contigo, fea o no. -Me miró, conduciendo mi mirada hacia la suya-. Todos querían tocar la piel de una princesa con sangre real, porque sabían que a no ser que te violaran no podrían tocar nunca tu dulce cuerpo.

No sabía cómo reaccionar ante la amargura de su voz.

– No eres responsable de tu aspecto, ni yo del mío. No es culpa de nadie. Nosotros somos lo que somos. A través de ti vi la corte y la multitud brillante. No podía regresar a Kurag y a sus duendes después de la vida que me habías mostrado. Hubiera estado contenta de estar detrás de tu silla en los banquetes durante el resto de mis días, pero ver que desaparecías de golpe… -Me soltó las manos y se apartó de mí-. No podía resistir perderlo todo cuando te fuiste. -Rió; la risa era todavía como la de un pájaro, pero ahora era burlona, y oí en ella el eco de Cel-. Además, a Cel le gusta una mujer de cuatro pechos y dice que nunca se ha acostado con nadie que pudiera colocar dos juegos de piernas alrededor de su cuerpo blanco.

Keelin hizo un pequeño sonido de succión, y supe que estaba llorando. Que no tuviera lágrimas no significaba que no pudiera llorar.

Se volvió hacia Cel, y yo la dejé marchar. Me acusaba de mostrarle la luna cuando no la podría tener. Quizá Keelin tenía razón. Quizá le había hecho daño, pero no era mi intención. Por supuesto, que lo hiciera sin querer no suponía que le doliera menos.

Tomé aire varias veces en aquella noche otoñal, intentando no volver a llorar. El aire era todavía tan dulce como antes, pero se le había ido una parte del placer.

– Lo siento, Meredith -dijo Barinthus.