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Se echó hacia atrás en la silla, y sus manos enguantadas en cuero acariciaron los brazos de madera tallada del mueble.

– Porque quería que continuara mi línea sanguínea, no la suya.

Hubo una época en la que habría preferido que murieses antes de que heredaras mi trono.

Busqué sus ojos pálidos.

– Sí, tía Andais.

– Sí, ¿qué?

– Sí, lo sé.

– Vi que los mestizos se apoderaban de toda la corte. Los humanos no sólo nos habían conminado bajo tierra, sino que su sangre estaba corrompiendo nuestra corte.

– Estoy de acuerdo, tía, creo que los humanos siempre nos han engendrado. Tiene algo que ver con el hecho de que son mortales.

– Essus me dijo que eras su hija. Que te quería. También me dijo que serías una reina excelente algún día. Me reí de él. -Me miró a la cara-. Ahora no estoy riendo, sobrina.

Parpadeé.

– No lo entiendo, tía.

– Tienes sangre de Essus en tus venas. La sangre de mi familia. Es mejor que continué un poco de mi sangre que nada. Quiero que continúe nuestra línea sanguínea, Meredith.

– No estoy segura de lo que quieres decir con «nuestra», tía. -Aunque me asustaba pensar que sí lo sabía.

– Nuestra, nuestra, Meredith, la tuya, la mía, la de Cel.

El añadido de mi primo en la lista hizo que se me formara un nudo en el estómago. No era desconocido entre elfos casarse con familiares próximos. Si era eso lo que tenía en mente, estaba en un buen lío. El sexo no es un destino peor que la muerte. El sexo con mi primo Cel podía serlo.

Miré las piezas de ajedrez porque no confiaba en mi expresión. No iba a acostarme con Cel.

– Quiero que continúe nuestra línea sanguínea, Meredith, a cualquier precio.

Finalmente levanté la cabeza, con rostro inexpresivo.

– ¿Cuál puede ser ese precio, tía Andais?

– Nada tan desagradable como lo que parece que estás pensando. De verdad, Meredith, no soy tu enemiga.

– Si me permites la osadía, tía, tampoco eres mi amiga.

Asintió.

– Es totalmente cierto. No significas nada para mí aparte de la posibilidad de continuar nuestra línea.

No pude evitar sonreír.

– ¿Tiene gracia lo que acabo de decirte? -preguntó.

– No, tía Andais, sin duda no tiene ninguna gracia.

– Muy bien, déjame hablar francamente. Saqué de mi mano el anillo que llevas en la tuya.

La miré. No parecía albergar malas intenciones. En realidad, no parecía saber nada del intento de asesinato en el coche.

– Es un obsequio que aprecio sinceramente -dije, pero no me convencí ni a mi misma.

O bien no lo oyó o bien no hizo caso.

– Galen y Barinthus me contaron que el anillo vuelve a revivir en tu mano. Estoy más contenta de lo que te puedas imaginar, Meredith.

– ¿Por qué? -pregunté.

– Porque si el anillo hubiese permanecido apagado en tu mano, esto significaría que eres estéril. El hecho de que el anillo viva es prueba de tu fertilidad.

– ¿Por qué reacciona ante cualquiera que lo toque?

– ¿Ante quién más ha reaccionado, además de Galen y Barinthus? -preguntó.

– Ante Doyle y Frost.

– ¿Y ante Rhys no? -preguntó.

Negué con la cabeza.

– No.

– ¿Tocaste la plata con su piel desnuda?

Empecé a decir que sí, y a continuación pensé sobre ello.

– Me parece que no, creo que sólo le toqué la ropa.

– Tiene que ser piel al desnudo -dijo Andais-. Hasta la más fina tela puede pararlo.

Se inclinó hacia adelante, colocando sus manos encima de la mesa, cogiendo una torre de ajedrez capturada, dándole la vuelta con sus manos con guantes. Si hubiese sido cualquier otro, habría pensado que estaba nerviosa.

– Voy a rescindir la orden de celibato para mi Guardia.

– Mi señora -dije, con la voz dulce por la respiración que había tomado-. Es una noticia maravillosa. -Tenía mejores adjetivos, pero me quedé en maravilloso. Nunca era bueno mostrarse demasiado complacido ante la reina. Aunque no dejaba de preguntarme por qué me lo contaba a mí en primer lugar.

– El compromiso quedará levantado para ti y sólo para ti, Meredith. -Se concentró en la pieza de ajedrez, sin mirarme a los ojos.

– Perdón, señora. -Ni tan siquiera intenté disimular la sorpresa.

Levantó la mirada.

– Quiero que continúe nuestra línea de sangre, Meredith. El anillo reacciona ante los guardias que todavía pueden engendrar hijos. Si el anillo se queda quieto, no te preocupes por ellos. Pero si el anillo reacciona, entonces puedes acostarte con ellos. Quiero que elijas a varios guardias para acostarte con ellos. No me importa quiénes, pero dentro de tres años quiero un niño tuyo, un hijo de tu sangre. -Dejó la pieza de ajedrez y me miró.

Me lamí los labios e intenté pensar en una manera educada de plantear preguntas.

– Ésta es una oferta muy generosa, mi reina, pero cuando dices varios, ¿qué quieres decir exactamente?

– Quiero decir que deberías elegir a más de dos; tres o más a la vez.

Me quedé parada durante algunos segundos, porque nuevamente me faltaba información y no quería mostrarme grosera.

– Tres a la vez, ¿de qué manera, señora?

Frunció el entrecejo.

– Oh, por Dios, ¡no hagas estas preguntas, ¡Meredith!

– De acuerdo -dije-, cuando dices tres o más a la vez, ¿quieres decir literalmente en la cama conmigo a la vez, o sólo salir con tres de ellos a la vez?

– Como quieras interpretarlo -dijo-. Llévatelos a la cama uno por uno, o todos a la vez, mientras te los lleves.

– ¿Por qué tienen que ser tres o más a la vez?

– ¿Es una perspectiva tan horrible elegir entre algunos de los hombres más bellos de la tierra? ¿Concebir un niño de uno de ellos y continuar la línea? ¿Es eso tan terrible?

La miré, intentando descifrar aquel bello rostro, pero sin éxito.

– Apruebo liberar a los hombres del celibato, pero, queridísima tía, no hagas de mí su única posibilidad. Te lo ruego. Se tirarán uno encima del otro como lobos hambrientos, y no porque yo sea un premio fantástico, sino porque siempre es mejor alguien que nadie.

– Ésta es la razón por la que insisto en que te acuestes con más de uno a la vez. Tienes que acostarte con la mayoría de ellos antes de hacer tu elección. Para que todos sientan que han tenido una oportunidad. Por lo demás, tienes razón. Habrá duelos hasta que no quede nadie en pie. Haz que se esfuercen en seducirte a ti en lugar de en matarse los unos a los otros.

– Me gusta el sexo, mi reina, y no tengo intenciones de ser monógama, pero hay algunos de tu Guardia a los que no puedo dirigir la palabra, y el sexo es algo más que una conversación educada.

– Te haré mi heredera -dijo, con una voz muy tranquila.

Miré su rostro impenetrable. No daba crédito a mis oídos.

– ¿Lo podrías repetir, por favor, mi reina?

– Te haré mi heredera -dijo. La miré.

– ¿Y qué piensa de ello mi primo Cel?

– Aquel de entre vosotros que me dé un niño en primer lugar, heredará el trono. ¿No es esto agradable de oír?

Me levanté, demasiado abruptamente, y el taburete cayó al suelo. La miré durante unas décimas de segundo. No estaba segura de qué decir, porque lo sucedido no me parecía real.

– Voy a puntualizar humildemente, tía Andais, que yo soy mortal y tú no. Seguramente me sobrevivirás algunas centurias. Incluso si pariera un hijo, nunca ocuparía el trono.

– Te cederé mi puesto -dijo.

Supe que estaba jugando conmigo. Todo era una especie de juego. Tenía que serlo.

– Una vez contaste a mi padre que ser reina era toda tu existencia. Que te gustaba ser reina más que cualquier cosa o cualquier persona.

– Querida, tienes una gran memoria para conversaciones escuchadas a escondidas.

– Siempre has hablado sin tapujos ante mí, tía, como si fuera uno de tus perros. Casi me ahogaste cuando tenía seis años. Ahora me dices que abdicarías por mí. ¿Qué cosa del reino de los bienaventurados puede haberte hecho cambiar de opinión tan completamente?