– ¿Te acuerdas de lo que Essus me respondió aquella noche? -preguntó.
Negué con la cabeza.
– No, mi reina.
– Essus dijo: «Incluso si Merry no llega nunca al trono, será más reina ella que Cel rey».
– Aquella noche le golpeaste -dije-. Nunca recuerdo por qué.
Andais asintió.
– Éste era el motivo.
– Así pues, no estás contenta con tu hijo.
– Eso es asunto mío -dijo.
– Si dejo que me asciendas a coheredera con Cel, será el mío. Tenía el gemelo en el bolso. Pensé en enseñárselo a ella, pero no lo hice. Andais había vivido negando lo que era Cel y de qué era capaz durante siglos. Hablar a la reina en contra de Cel era arriesgado. Por lo demás, el gemelo podía pertenecer a uno de los guardias, aunque no se me ocurría ningún motivo por el cuál, sin que lo pidiera Cel, algún guardia pudiera desear mi muerte.
– ¿Qué quieres, Meredith? ¿Qué quieres que te pueda dar y que merecería que hicieras lo que te pido?
Me estaba ofreciendo el trono. Barinthus estaría complacido. ¿Lo estaba yo?
– ¿Estás segura de que la corte me aceptará como reina?
– Te anunciaré como Princesa de la Carne esta noche. Se quedarán impresionados.
– Si se lo creen -dije.
– Lo harán si yo lo ordeno -dijo.
La miré, estudié su cara. Creía en sus palabras. Andais se sobrestimaba. Pero una arrogancia tan absoluta era típica de las sidhe.
– Ven a casa, Meredith, no perteneces a los humanos.
– Como me has recordado muchas veces, tía, soy humana en parte.
– Hace tres años estabas contenta y feliz. No tenías intenciones de abandonarnos. -Se acomodó en su silla, mirándome, permitiéndome estar de pie ante ella-. Sé lo que hizo Griffin.
Busqué sus ojos pálidos, pero no pude sostener su mirada. No había piedad en ella, sólo frialdad, como si quisiera simplemente observar mi reacción, nada más.
– ¿De veras crees que me fui de la corte a causa de Griffin?
No oculté mi sorpresa. Ella no podía creer honestamente que me hubiera ido de la corte porque alguien me había roto el corazón.
– La última disputa que tuvisteis los dos fue muy aireada. -Recuerdo la disputa, queridísima tía, pero no es ése el motivo por el que me fui de la corte. Me fui porque no iba a sobrevivir al próximo duelo.
Hizo caso omiso de mi afirmación. En ese momento, me di cuenta de que nunca creería de lo que era capaz su hijo, a no ser que se lo mostrara más allá de toda duda. No disponía de una prueba irrebatible, y sin ella no le podía comunicar mis sospechas, no sin arriesgar mi vida.
Andais continuó hablando de Griffin como si él fuera el verdadero motivo de mi partida.
– Pero fue Griffin quien empezó la disputa. Fue él quien quería saber por qué no estaba en tu cama y en tu corazón como antes. Lo habías estado persiguiendo por la corte durante noches, y de pronto era él quien te iba detrás. ¿Qué hiciste para que cambiara de opinión tan deprisa?
– Lo rechacé en mi cama.-La miré a los ojos, pero no había diversión en ellos, sólo una intensidad constante.
– ¿Y eso bastó para hacer que te persiguiera en público como una verdulera enfadada?
– Creo que estaba convencido de que lo perdonaría, de que lo castigaría durante una temporada y después volvería a aceptarlo. Esa última noche se convenció por fin de que no hablaba por hablar.
– ¿Qué le dijiste? -preguntó.
– Que no volvería a estar nunca más conmigo a este lado de la tumba.
Andais clavó su mirada en mí.
– ¿Todavía le quieres?
– No.
– Pero todavía sientes algo por él. -No era una pregunta.
Negué con la cabeza.
– Siento algo sí, pero nada bueno.
– Si todavía quieres a Griffin, puedes tenerlo un año más. Si por entonces todavía no estás encinta, te pediré que elijas a otro.
– No quiero a Griffin, ya no le amo.
– Percibo un lamento en tu voz, Meredith. ¿Estás segura de que no es él a quien quieres?
Suspiré, y apoyé las manos en el tablero de la mesa. Me sentía incómoda y cansada. Me había esforzado mucho por no pensar en Griffin y en el hecho de que lo vería esa noche.
– Si él pudiera sentir por mí lo que yo sentía por él, si pudiera estar tan enamorado de mí como yo lo estuve yo de él, entonces le querría, pero no puede. No puede ser de otra forma de como es, ni yo tampoco. -La miré a través de la mesita.
– Puedes incluirle en la contienda por tu corazón, o puedes excluirle de la competición. Tú decides.
Asentí y me enderecé.
– Gracias, queridísima tía.
– ¿Por qué estas palabras salen de tus labios como el más vil de los insultos?
– No pretendía insultar.
Me hizo callar.
– No te molestes, Meredith. Se ha perdido el afecto entre nosotras. Las dos lo sabemos. -Me miró de pies a cabeza-. Tu vestimenta es aceptable, aunque no es la que hubiera elegido yo.
Sonreí, pero no era una sonrisa alegre.
– Si hubiera sabido que me iban a nombrar heredera esta noche, me habría puesto un Tommy Hilfiger original.
La reina rió y se puso en pie entre un susurro de faldas.
– Puedes comprarte todo un guardarropa nuevo, si quieres. O podemos hacer que los modistos de la corte diseñen uno para ti.
– Estoy bien así -dije-, pero gracias por la oferta.
– Eres independiente, Meredith. Nunca me ha gustado ese rasgo tuyo.
– Lo sé -dije.
– Si Doyle te hubiera dicho en las tierras del oeste lo que había reservado para ti esta noche, ¿habrías venido voluntariamente o habrías intentado huir?
La miré.
– Me estás nombrando heredera. Me permites citarme con toda la Guardia. No es un destino peor que la muerte, tía Andais. ¿O acaso hay algo de lo que no me hayas hablado todavía?
– Coge el taburete, Meredith. Vamos a dejar la habitación como estaba, ¿de acuerdo?
Bajó los peldaños de piedra hacia la puerta que se abría en la contraria.
Yo cogí el taburete, pero no me gustaba que no hubiera contestado a mi pregunta. Aún no me lo había dicho todo.
La llamé antes de que abriera la pequeña puerta.
– Tía Andais.
Se volvió.
– Sí, sobrina.
Su expresión era vagamente divertida, de condescendencia.
– Si el hechizo de lujuria que colocaste en el coche hubiese funcionado y Galen y yo hubiésemos hecho el amor, ¿nos habrías matado a los dos?
Parpadeó, y la leve sonrisa que había mostrado desapareció.
– ¿Hechizo de lujuria? ¿De qué me hablas?
Se lo conté.
Hizo un gesto de negación con la cabeza.
– No era mi hechizo.
Levanté la mano y el anillo brilló.
– Pero el hechizo utilizó tu anillo para alimentar su poder.
– Te doy mi palabra, Meredith. No puse ningún tipo de hechizo en la Carroza Negra. Me limité a dejar el anillo allí para que lo encontraras, eso es todo.
– ¿Dejaste el anillo o se lo diste a alguien para que lo pusiera en la carroza? -pregunté.
Rehusó mi mirada.
– Lo puse allí.
Sabía que estaba mintiendo.
– ¿Conoce alguien más tu plan de rescindir la orden de celibato en lo que a mí concierne?
Negó con la cabeza, y un rizo negro y largo resbaló por su hombro.
– Eamon lo sabe, nadie más, y sabe reservarse la opinión.
Asentí.
– Sí, es cierto. -Mi tía y yo nos miramos mutuamente, una a cada extremo de la habitación, y vi cómo se formaba la idea en sus ojos y se extendía por su rostro.
– Alguien intentó asesinarte -dijo.
Asentí.
– Si Galen y yo hubiésemos hecho el amor, habrías podido matarme por ello. El destino de Galen parece un accidente en todo esto.