– ¿Tienes que acostarte con todos nosotros?
– No lo dijo así, pero insistirá en que me acueste con su espía, sea quien sea éste.
– Odias a algunos de los guardias, Merry, y ellos también te odian. No puede pretender que te los lleves a la cama. Dios mío, si uno de los que odias te dejara embarazada… -no acabó el pensamiento.
– Quedaría obligada a casarme con un hombre que desprecio, y sería rey.
Rhys pestañeó, y su ojo cerrado se iluminó a medida que movía la cabeza.
– No había pensado en ello. Sinceramente, sólo pensaba en el sexo, pero tienes razón, uno de nosotros será rey.
Miré al gris montón de telarañas. Estaban vacías, pero…
– Preferiría no hablar de esto con esas telarañas encima. Rhys levantó la cabeza.
– Tienes razón. -Me ofreció el brazo-. ¿Te puedo acompañar al banquete, señora?
Desplacé la mano por su brazo.
– Será un placer.
Me dio una palmadita en la mano.
– Así lo espero, Merry. Ciertamente, así lo espero.
Reí, y el sonido provocó un extraño eco en el pasillo. Fue casi como si el techo se alejara en una vasta oscuridad que sólo las telarañas nos ocultaban. Mi risa se desvaneció, mucho antes de salir de debajo de las telarañas.
– Gracias, Rhys, por comprender por qué tengo miedo, en lugar de sólo concentrarte en el hecho de que puedes estar a punto de poner fin a varios siglos de abstinencia.
Apretó mi mano izquierda contra sus labios.
– Sólo vivo para servir debajo ti, o encima de ti, o de cualquier manera que tú quieras.
Le toqué en el hombro.
– Para.
Sonrió.
– Rhys no es el nombre de ningún dios de la muerte conocido. Lo investigué en la universidad, y no te encontré.
De repente, le vi muy ocupado mirando el pasillo que se estrechaba cada vez más.
– Rhys es mi nombre ahora, Merry. Ya no importa quién era antes.
– Por supuesto que importa -dije.
– ¿Por qué? -preguntó, y de golpe se puso muy serio, como si hubiera formulado una pregunta de adulto.
Viéndole brillar en blanco, recortado en una luz gris, yo no me sentía adulta. Me sentía cansada. Pero había un peso en su mirada, una pregunta en su cara, que tenía que responder.
– Sólo quería saber con quién estaba tratando, Rhys.
– Me conoces desde siempre, Merry.
– Entonces, dímelo -dije.
– No quiero hablar de los años pasados, Merry.
– ¿Y si te invito a mi cama? ¿Me contarías todos tus secretos entonces?
Me estudió la cara.
– Me estás provocando.
Toqué sus cicatrices, pasando las puntas de los dedos sobre su piel áspera hasta llegar a sus labios.
– No te estoy provocando, Rhys. Eres guapo. Has sido mi amigo durante muchos años. Me protegiste cuando era más joven. Sería una egoísta si te dejara célibe, cuando puedo poner fin a eso; además, recorrer con mi boca tu estómago liso ha sido una de mis fantasías sexuales recurrentes.
– Qué gracia, yo he tenido la misma fantasía -dijo, y levantó las cejas en una mala imitación de Groucho Marx-. Quizá puedas subir a mi casa para que te enseñé mi colección de sellos.
Sonreí y sacudí la cabeza.
– ¿Ya no ves películas desde que son en color?
– Casi nunca.
Me tendió la mano y se la cogí. Caminamos por el pasillo de la mano, y era agradable. De todos los guardias que me gustaban, pensaba que Rhys sería el más insistente en cuanto a la posibilidad de tener una relación sexual con él. Pero se había comportado como el caballero perfecto. Otra prueba evidente de que yo no entendía a los hombres.
29
Las puertas del fondo del pasillo eran pequeñas esta noche: de la altura de una persona. A veces las puertas eran lo suficientemente grandes para que pasara un elefante por ellas. Eran de un gris pálido con ribetes dorados, muy al estilo Luis algo. No era mi intención preguntar a Rhys si la reina las había redecorado. Los sithen, igual que la Carroza Negra, cuidaban de su propia redecoración.
Rhys abrió las elegantes puertas dobles, pero no llegó a entrar en la habitación porque Frost nos detuvo. No es que estuviera bloqueando físicamente la puerta, aunque lo estaba. Se había puesto el conjunto que quería la reina, y la visión de él de esta manera me dejó patidifusa. Creo que Rhys se detuvo porque yo también lo hice.
La camisa era completamente transparente y se ceñía a su pecho como una segunda piel, pero las mangas eran abombadas, con tela transparente, cortadas justo por encima de su codo con un ancho apliqué de plata brillante. El resto de la manga caía en forma de tubo. El hilo que mantenía la camisa unida era de plata y brillaba en todas las costuras. Los pantalones estaban hechos de satén plateado, tan caídos que dejaban a la vista los huesos de la cadera a través de la tela transparente de la camisa. Si se hubiese puesto ropa interior, se habría visto por encima de los pantalones. Éstos sólo se mantenían subidos porque ajustaban de un modo increíble. Una serie de cuerdas blancas en la entrepierna, con ganchitos como los de un corpiño, hacía las veces de cremallera.
Su cabello había sido dividido en tres secciones. La parte superior estaba levantada mediante una pieza de hueso labrado, con lo cual el cabello de plata le caía por la cabeza como el agua de una fuente. La segunda sección de cabello estaba simplemente echada hacia atrás a cada lado y aguantada en su sitio con pasadores de hueso. La sección inferior colgaba libremente, pero quedaba tan poco pelo que era como un delicado velo de plata que realzaba su cuerpo, en lugar de esconderlo.
– Frost, casi eres demasiado bello para ser real.
– Nos trata como muñecas que han de ser vestidas a su antojo.
Era lo más cercano a una crítica abierta de la reina que le había oído pronunciar.
– Me gusta, Frost -dijo Rhys-. Eres tú.
Rectificó a Rhys.
– No soy yo.
Nunca había visto al guardia alto tan enfadado por algo tan insignificante.
– Es sólo ropa, Frost. No te hará daño llevarla con gracia. Mostrar tu desagrado sí podría hacerte daño, y mucho.
– He obedecido a mi reina.
– Si sabe lo mucho que odias esta ropa, encargará más de lo mismo para ti. Ya lo sabes.
Siguió frunciendo el ceño hasta que se le dibujaron arrugas a lo largo de aquella cara perfecta. Entonces se oyó un grito desde la habitación de atrás. Aun sin palabras, reconocí aquella voz. Era Galen. Di un paso hacia adelante. Frost no se movió.
– Déjame pasar, Frost -dije.
– El príncipe ha ordenado este castigo, pero ha permitido graciosamente que tuviésemos intimidad. Nadie puede entrar hasta que haya terminado.
Miré a Frost. No podía abrirme paso, y no lo iba a matar. No me quedaban opciones.
– Nombrarán coheredera a Merry esta noche -dijo Rhys.
Los ojos de Frost se pasearon entre Rhys y yo.
– No me lo creo.
Galen volvió a gritar. El sonido me puso la carne de gallina y me hizo cerrar los puños.
– Seré coheredera esta noche, Frost.
Sacudió la cabeza.
– Eso no cambia nada.
– ¿Qué pasaría si ella te dijera que nuestro celibato será levantado para Merry, y sólo para Merry? -preguntó Rhys.
Frost se las arregló para parecer arrogante e incrédulo.
– No tengo ganas de jugar al «¿qué pasaría si…?».
Galen lanzó otro grito agudo. Los cuervos de la reina no gritan fácilmente. Me dirigí a Frost, y se puso tenso. Creo que esperaba una lucha.
Pase mis dedos por su camisa, y saltó como si le hubiese hecho daño.
– La reina anunciará esta noche que tengo que elegir entre los guardias. Me ha ordenado acostarme con uno de vosotros esta noche. Si no lo hago, mañana tendré un papel protagonista en una de sus pequeñas orgías. -Puse mis brazos alrededor de su cintura, apretando ligeramente mi cuerpo contra el suyo-. Créeme, Frost, tendré a uno de vosotros esta noche, y mañana, y pasado mañana. Sería una lástima que no estuvieras en la lista de invitados a mi cama.