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La arrogancia desapareció, sustituida por algo de entusiasmo y de miedo. No entendía el miedo, pero sí el entusiasmo. Miró a Rhys.

– Júrame que es verdad.

– Lo juro -dijo Rhys-. Déjala pasar, Frost.

Me miró. Todavía no me había tocado -mi caricia había sido como un beso contra unos labios pasivos-, pero se apartó, retirándose del círculo de mis brazos. Me miraba como quien mira a una serpiente enroscada, sin movimientos bruscos, y temeroso de que pueda morderte de todos modos. Tenía miedo de lo que estaba sucediendo en aquella sala.

Pasé junto a él. Sentía a Rhys a mi espalda, pero lo único que podía ver era lo que había en el centro de la habitación: un pequeño jardín en torno a un pequeño lago, con una gran roca decorativa en medio. Una serie de piedras conducían a la roca, en las cuales había unas cadenas incrustadas. Galen estaba encadenado a la roca. Su cuerpo quedaba prácticamente oculto por el lento aleteo de mariposas de los semielfos. Eran como auténticas mariposas al borde de un charco, alas que se movían lentamente al ritmo de la energía que recibían. Pero no estaban bebiendo agua, se estaban bebiendo su sangre.

Volvió a gritar, y yo eché a correr hacia él. Doyle se plantó delante de mí. Seguramente había estado custodiando las otras puertas.

– No puedes detenerlos una vez que han empezado a alimentarse.

– ¿Por qué está gritando? No debería doler tanto.

Intenté pasar junto a él, y me cogió del brazo.

– No, Meredith, no.

Galen lanzó un interminable alarido, y su cuerpo se arqueó hasta estirar al máximo las cadenas. El movimiento desalojó a algunos de los semielfos, y atisbé el motivo de sus gritos. Su entrepierna estaba ensangrentada y los semielfos también se alimentaban de carne, no sólo de sangre.

Rhys silbó.

– Bestias sanguinarias. Doyle me apretó el brazo.

– Lo están mutilando -protesté.

– Ya se curará.

Intenté apartarme, pero sus dedos parecían soldados a mi piel.

– ¡Doyle, por favor!

– Lo siento, princesa.

Galen gritó, y la roca se tensó bajo la presión de su cuerpo, pero las cadenas aguantaron.

– Esto es excesivo y lo sabes.

– El príncipe está en su derecho de castigar a Galen por desobedecerle. -Intentó apartarme, como si eso fuera a solucionar la situación.

– No, Doyle, si Galen tiene que sufrir, no miraré a otro lado. Ahora suéltame.

– ¿Prometes no ser imprudente? -Te doy mi palabra -dije.

Me dejó, y cuando le toqué el hombro, se apartó a un lado para dejarme ver bien. Las alas eran de todos los colores del arco iris, y algunos que el arco iris sólo puede soñar: grandes alas, mayores que mis manos, agitándose lentamente apenas me permitían vislumbrar el cuerpo casi desnudo de Galen. Tenía los pantalones bajados hasta los tobillos, y no llevaba ninguna otra prenda. La escena tenía una belleza terrible, como un hermoso retablo del infierno.

Un juego de alas era mayor que el resto. Correspondía a la propia reina Niceven que se estaba dando un festín justo encima de la entrepierna de Galen. Tuve una idea.

– Reina Niceven -dije-, no es digno de una reina hacer el trabajo sucio de un príncipe.

Levantó su pequeña cara pálida y me miró, con los labios y el mentón rojos por la sangre de Galen, y la parte delantera de su cuerpo manchada de carmesí.

Levanté la mano con el anillo en ella.

– Me nombrarán coheredera esta noche.

– ¿Y qué me importa? -Su voz era como un toque de muerte, dulce y preocupante.

– Una reina se merece más que la sangre de un señor sidhe.

Me miró con ojitos pálidos. Parecía un fantasma.

– ¿Qué me ofreces que sea más tierno que esto?

– Algo no más tierno, pero sí más poderoso. La sangre de una princesa sidhe para la reina de los semielfos.

Me miró, limpiándose la sangre de la boca con la mano. Agitó las alas para volar hacia mí. Los demás continuaron alimentándose. Niceven se quedó flotando ante mí, mientras sus alas provocaban una pequeña corriente de aire junto a mi piel.

– ¿Ocuparías su lugar?

– No, princesa -dijo Doyle.

Le hice callar con un gesto.

– Ofrezco mi sangre a la reina Niceven de los semielfos. La sangre de una princesa sidhe es un premio demasiado importante para ser compartido.

Frost y Rhys se situaron al lado de Doyle. Nos miraban como si nunca antes hubieran visto un espectáculo semejante.

Niceven se lamió los labios con su lengua delgada, igual que el pétalo de una flor.

– ¿Me dejarías beber tu sangre?

Levanté un dedo en dirección a ella.

– Deja que se vaya, y podrás perforarme la piel y beber.

– El príncipe Cel pidió que acabáramos con su hombría.

– Como dijo Doyle, se curará. ¿Por qué iba a pedir el príncipe el favor de los semielfos para causar un daño que no será permanente? Revoloteó en torno a mi dedo, como una mariposa inspeccionando una flor.

– Eso tienes que preguntárselo al príncipe Cel. -Paseó su mirada desde mi dedo a mi cara-. Deberías haber oído lo que quería que hiciéramos en primer lugar. Quería que acabáramos con su hombría para siempre, pero la reina no permite que sus amantes se malogren. -Niceven se acercó a mi cara y me tocaba la punta de la nariz con su delicada mano-. El príncipe Cel me recordó que será rey algún día. -Tocó mis labios ligeramente con aquellos dedos diminutos-. Le recordé que todavía no gobierna aquí y que no me arriesgaría a sufrir la cólera de la reina Andais.

– ¿Qué contestó?

– Aceptó el trato. Probamos sangre y carne reales, las dos preciosas, y por esta noche él será inútil en la cama de la reina. -Frunció el entrecejo, cruzando los brazos encima de su delicado pecho-. No sé por qué tiene celos de éste y no de los demás.

– No estaba apartando a Galen del lecho de la reina -dije.

Niceven ladeó la cabeza, y un largo cabello de telaraña acompañó el movimiento.

– ¿Tú?

Moví el anillo delante de ella.

– Me han ordenado acostarme con un guardia esta noche.

– ¿Y éste iba a ser tu elegido?

Asentí.

Niceven sonrió.

– Cel está celoso de ti.

– No de la manera que te imaginas, reina Niceven. Podemos llegar a un acuerdo, mi sangre para tu dulce boca, y Galen queda libre.

Continuó cerca de mi cara durante unos cuantos segundos más, y a continuación asintió.

– Trato hecho. Extiende el brazo y dame sitio para aterrizar.

– Primero, libera a Galen, y después aliméntate.

– Como quieras.

Voló de nuevo hacia sus súbditos, y lo que les dijo los hizo huir hacia el techo en una nube multicolor. La piel pálida y verde de Galen estaba cubierta de pequeñas mordeduras rojas; unas delgadas líneas de sangre empezaron a dibujarse en su piel, como si un bolígrafo rojo invisible estuviera tratando de unir los puntos.

– Desencadénadlo y curadle las heridas -dije.

Rhys y Frost se movieron para obedecerme. Sólo Doyle se quedó cerca, como si no confiara en alguna de nosotras, o en ninguna de las dos.

Extendí mi brazo, ligeramente levantado. Niceven aterrizó en mi antebrazo. Era más pesada de lo que parecía, pero seguía siendo ligera y extrañamente quebradiza, como si sus pequeños pies desnudos estuvieran hechos de huesos secos. Me puso las dos manos alrededor del índice, a continuación bajó su cara hacia la punta de mi dedo, como si pretendiera besarme. Unos dientecitos muy afilados mordieron mi dedo. El dolor fue profundo e inmediato. Su pequeña lengua de pétalo empezó a lamer la sangre haciéndome cosquillas. Encorvó su cuerpo alrededor de mi mano hasta que se insinuó a mi piel cada centímetro de su pequeño ser. Era un movimiento extrañamente sensual, como si obtuviera algo más que simplemente sangre para alimentarse.