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El resto de los semielfos pululaban por el aire a mi alrededor formando un viento de color que soplaba suavemente. Sus delicadas bocas presentaban manchas de sangre, manos de miniatura rojas con la sangre de Galen. Niceven me acarició la mano con sus manos, sus pies desnudos; una minúscula rodilla golpeó la palma de mi mano.

Levantó la cabeza y respiró.

– Estoy llena de carne y sangre de tu amante. Ya no puedo más. -Se sentó en mi mano, y recostó la cabeza en mi dedo-. Daría lo que fuera por poder beber más algún día, princesa Meredith. Sabes a magia superior y sexo.

Se incorporó y se alzó lentamente de mi mano con suaves movimientos de sus alas. Se quedó mirándome cerca de la cara, como si viera algo que yo no veía, o estuviera intentando encontrar algo en mí que no estaba allí. Finalmente, asintió, y dijo:

– Te veremos en el banquete, princesa.

Dicho esto, se elevó en el aire, y los demás la siguieron en una nube multicolor. Las enormes puertas del final de la sala se abrieron sin que nadie las tocara, y una vez que la multitud voladora se hubo desvanecido, las puertas se cerraron lentamente…

Un pequeño sonido centró de nuevo mi atención en la sala. Galen estaba apoyado contra la pared, con los pantalones en su sitio, aunque sin abrochar. Rhys le aplicó un líquido claro en las pequeñas mordeduras, hasta que el cuerpo desnudo de Galen brilló en las luces.

Me miró.

– ¿Es cierto que el celibato será abolido?

– Lo es -dije, al tiempo que me acercaba a él.

Rió, pero esto llenó sus ojos de dolor.

– No te seré de mucha utilidad esta noche.

– Habrá otras noches -dije.

La sonrisa se amplió, pero hizo una mueca de dolor cuando Rhys le limpió otra herida.

– ¿Por qué le preocupa a Cel que sea yo el que vaya a tu cama?

– Creo que Cel piensa que si yo no puedo acostarme contigo esta noche, dormiré sola.

Galen me miró.

No esperé a que dijera algo que hiciera la situación todavía más desagradable.

– No sé si has oído lo que he dicho antes a los demás, pero si no tengo una relación sexual esta noche con alguien de mi elección, mañana entretendré a la corte con un grupo a elección de la reina.

– Tendrás que llevarte a alguien a la cama esta noche, Merry.

– Lo sé.

Toqué su cara y la encontré fría y ligeramente impregnada de sudor. Había perdido mucha sangre, nada fatal para un sidhe, pero esa noche estaría débil para muchas cosas, no sólo para el sexo.

– Si éste ha sido tu castigo por desobedecer a Cel, ¿cuál fue el castigo de Barinthus?

– Se le prohibió asistir al banquete de esta noche -dijo Frost. Al oír esto, arqueé las cejas.

– ¿Galen es desmenuzado y Barinthus se pierde simplemente la cena?

– Cel tiene miedo de Barinthus, pero no teme a Galen -dijo Frost.

– Soy un chico demasiado agradable.

– Así es -dijo Frost-, lo eres.

– Pretendía ser una broma -dijo Galen.

– Desgraciadamente -dijo Doyle-, no tiene gracia.

– No podemos permitir que la reina continúe esperando -dijo Rhys-. ¿Puedes caminar?

– Ponme de pie y caminaré.

Doyle y Frost lo ayudaron a levantarse.

Se movió con lentitud, artríticamente, como si las articulaciones le dolieran, pero después de que lo acompañaran a las puertas más lejanas, se puso a andar por sus propios medios. Se estaba curando ante nuestros ojos, y su piel absorbía los mordiscos. Era como mirar una película en moviola de las flores abriéndose en primavera.

El aceite contribuyó a acelerar el proceso, pero sobre todo era su propio cuerpo. La sorprendente máquina de carne de un guerrero sidhe. Horas después, los mordiscos estarían curados; dentro de pocos días, el resto del daño habría desaparecido también. A1 cabo de unos días, Galen y yo sofocaríamos el calor existente entre nosotros. Pero tenía que buscar a algún otro para esa noche. Miré a los otros tres guardias como quien mira sus pertenencias, era como ir a tu cocina y comprobar que la alacena está llena de tus galletas favoritas. Ninguno de ellos era un destino peor que la tortura. Sólo era cuestión de elegir cuál. ¿ Cómo decidir entre dos flores perfectas cuando no se trata de amor? No tenía la menor idea. Quizá terminaría lanzando una moneda al aire.

30

Las puertas que se abrían desde la fuente de dolor conducían a una gran antecámara, un cuarto oscuro. La luz blanca que no surgía de ninguna parte parecía muy pálida y muy gris ahí. Algo se movía bajo mis pies. Bajé la cabeza y encontré hojas, hojas secas por doquier. Al levantar la mirada observé que las hojas del emparrado que cubría nuestras cabezas estaban secas y sin vida. Las hojas se habían mustiado o habían caído al suelo.

Toqué las ramas que había cerca de la puerta y no había sensación de vida en ellas. Me dirigí a Doyle.

– Las rosas están muertas -murmuré, como si fuera un gran secreto.

Él asintió.

– Hace años que se están muriendo, Meredith -dijo Frost.

– Muriendo, Frost, pero no muertas.

Las rosas constituían una última defensa para la corte. Si los enemigos penetraban hasta ese punto, las rosas cobrarían vida y les matarían, o lo intentarían, ya fuera estrangulándoles o con las espinas. La vegetación inferior, más joven, tenía espinas como cualquier rosa trepadora, pero había otras, perdidas en el emparrado, que mantenían espinas del tamaño de pequeñas dagas. Pero no eran simplemente una defensa. Eran un símbolo de que en un tiempo había habido jardines mágicos bajo el suelo. Las parras y árboles frutales habían muerto en primer lugar, según me contaron, después lo hicieron las hierbas, y finalmente, lo hacían las flores.

Busqué un signo de vida entre los tallos, pero estaban secos. Envié un halo de poder a las rosas y sentí una respuesta de poder, todavía constante, pero débil, no la presión cálida que debería haber percibido. Toqué delicadamente los tallos más cercanos con los dedos. Sus espinas eran pequeñas, pero secas, como alfileres erguidos.

– Olvídate de las rosas -dijo Frost-. Tenemos problemas más acuciantes.

Me volví hacia él, con una mano todavía en las rosas.

– Si las rosas mueren, si mueren de verdad, ¿entiendes lo que significa eso?

– Muy probablemente, mejor que tú -dijo-, pero también comprendo que no podemos hacer nada por las rosas o por el hecho de que el poder sidhe se esté apagando. Pero si tenemos cuidado, quizá podamos salvarnos esta noche.

– Sin nuestra magia no somos sidhe -dije.

Retiré la mano sin mirar y me pinché un dedo. La pequeña espina oscura era fácil de ver y fácil de quitar con la punta de la uña. Tampoco dolía tanto, no era más que una pequeña gota carmesí en mi dedo.

– ¿Te duele? -preguntó Rhys.

– No -dije.

Un silbido recorrió la habitación como una gran serpiente reptando por la oscuridad. El sonido procedía de encima de nuestras cabezas, y todos miramos hacia arriba. Un estremecimiento recorrió el rosal, y unas cuantas hojas secas cayeron al suelo como una lluvia, sobre nuestro pelo y nuestra ropa.

– ¿Qué ocurre? -pregunté.

– No lo sé -contestó Doyle.

– ¿No deberíamos ir a la otra sala? -dijo Rhys.

Su mano derecha fue a buscar una espada que no estaba allí, pero su izquierda me agarró del brazo, y me tiró hacia la puerta más cercana, de nuevo hacia el pasillo. Ninguno de ellos estaba armado, a no ser que Doyle todavía conservara mi pistola. Y, por algún motivo, no pensé que fuera un arma lo que necesitaba.

Los demás se colocaron en torno a mí como una barrera de carne. La mano de Rhys tocó el pomo de la puerta, y el rosal se derramó por ésta como una lluvia seca. Rhys se echó hacia atrás, apartándome de la puerta y de las ramas. Doyle cogió mi otro brazo, y echamos a correr hacia la puerta más alejada. Los guardias iban demasiado rápido para que pudiera seguirles con tacones altos. Tropecé, pero sus manos me aguantaron de pie y en movimiento, aunque mis pies apenas tocaban el suelo. Frost iba delante de nosotros, en pos de las puertas.