Выбрать главу

Abre su cajón y saca los papeles del retiro voluntario. Tal vez sea el momento. Tal vez sea lo que tiene que hacer de una vez por todas: agarrar la guita e irse. Si fuera inteligente lo haría, se dice, pero yo siempre fui medio nabo. O nabo entero. Brena trabaja en El Tribuno desde los 18 años. Aprendió a trabajar ahí. Aunque se imagina leyendo otro diario cada mañana, de hecho lo hace, no se ve trabajando en otra redacción. A pesar de que mirarle la cara todos los días a Lorenzo Rinaldi lo tiene atravesado. Muy atravesado. No sabe cuánto tiempo va a pasar antes de que lo mande a la mierda. Pero que lo va a mandar, lo va a mandar. Es cuestión de tiempo. Y de espacio. Porque uno no puede mandar a la mierda a un fulano en cualquier lugar. En un ascensor lleno de gente, por ejemplo, uno no puede. Brena, me gustaría que cubrieras la Fiesta Nacional del Cordero Patagónico, en Puerto Madryn. Te vas dos, tres días. Salís de la ciudad, ¿fuiste alguna vez al avistaje de ballenas? Andá, te va a encantar. Y Jaime Brena que -Rinaldi lo sabe- detesta salir de la ciudad, y que las ballenas le importan muy poco y el cordero patagónico menos, le habría contestado con todo gusto, por qué no me chupás un huevo, Rinaldi, pero no había espacio suficiente. Porque después de una contestación de ese tipo, uno tiene que estar listo para la piña. Además eso habría sido el final, eso habría sido lo mismo que vaciar los cajones e irse. Y él, si se va, no se va a ir con lo poco que quede en los cajones de su escritorio. Gustavo Quiroz, de Internacionales, se llevó una torta, y Ana Horozki, de Viajes, otra. Hasta Chela Guerti, que desde hacía tres años estaba desterrada a la última página, dicen que se llevó una fortuna. Se sacan de encima empleados con sueldos que fueron ganando aumento a lo largo de años y los reemplazan con periodistas recién recibidos que contratan por la mitad. Por eso pagan, para que se vayan. No importa que los nuevos conjuguen mal los verbos, que no sepan cuándo tienen que escribir concejo y cuándo consejo, o que confundan a Tracy Austin con Jane Austen. Ya lo corregirá alguien en el camino. Y si no, mala suerte. Lo importante es que los viejos y caros se vayan, sin prisa pero sin pausa. Aunque Brena se juega doble contra sencillo que Rinaldi, a él, no le va a aprobar tanta guita, ni siquiera le va a dar una sombra de lo que les aprobó a los otros. Le va a dar el retiro, sí, pero con lo justo, o con menos de lo justo, con lo que diga la ley. Jaime Brena descuelga el auricular y llama a Personal, ¿hasta cuándo se puede firmar esta cosa del retiro voluntario, nena? Te podés acoger hasta fin de año, Brena, le contesta la mujer. No, yo acoger no me acojo ni me dejo acoger, la religión no me lo permite, pero a lo mejor me retiro voluntariamente eso sí, le dice él y ella le festeja el chiste desde el otro lado del teléfono: Vos siempre igual, Brena. Ojalá, le contesta él. Y lo dice en serio. Ojalá estuviera igual que siempre, pero desde hace un tiempo sabe que está más viejo. O que ya no puede hacerse el tonto como hasta hace unos años y fingir que tiene diez menos de los que tiene. Mejor que eso, fingir que no tiene edad. Él nunca tuvo edad. Raro, entonces, pero empezó a sentirse viejo. Viejo para todo: para el laburo, para viajar, hasta para las minas. No es sólo un sentimiento; su cuerpo, en el último año, envejeció. Lo nota en el abdomen que le sale justo debajo del pecho y se le hunde en el bajo vientre, ¿por qué, si él nunca fue gordo? Y en el pelo que todavía no se le cae en cantidad pero que se nota ralo donde algún día va a ser, irremediablemente, pelado. Y en los cachetes del culo, que aunque trata de mirarlos poco en el espejo, sabe caídos como dos peras. O dos lágrimas. Qué querés, tenés más de sesenta años, se dice a sí mismo para consolarse, pero inmediatamente se da cuenta de que el consuelo resulta todo lo contrario: no quiere tener más de sesenta años. Guarda otra vez los formularios en el cajón y se queda mirando, por encima del tabique que separa su escritorio del siguiente, al pibe que pusieron para reemplazarlo en las noticias que siempre fueron suyas: crímenes y asaltos violentos. Buen pibe, aunque muy pichón, piensa. Muy tierno. Generación Google: sin calle, todo teclado y pantalla, todo Internet. Ni birome usan. El pibe se esfuerza, eso hay que reconocérselo, llega primero, se va último, y Rinaldi le da cuerda para demostrar que la sección Policiales funciona bien sin él, sin Jaime Brena. Esas cosas a veces pasan, uno cae en un lugar a cumplir una función que va más allá del trabajo para el que fue contratado, una función con un objetivo final que desconoce. Uno cae a hacerle de títere a otro y eso, Brena cree, es lo que le está pasando al pibe de Policiales: que Lorenzo Rinaldi lo está usando para pisotearlo a él. Pero a pesar del aval del que manda, y a pesar de que el pibe ni sospecha los manejos que hay detrás de su nombramiento y del lugar que le dieron, parece muy asustado, casi aturdido, se le pasan cosas importantes, y aunque no comete los errores burdos de otros principiantes, en la redacción de las notas se le cuela una inseguridad, un titubeo, que a Brena no le pasa inadvertido. Por primera vez, en la competencia aparecen algunas noticias de crímenes y asaltos importantes antes que en El Tribuno. Preferí no sacarla, la fuente no era confiable, dicen que dice el pibe. O no me pareció relevante, o tenía poco espacio y mucha nota así que tuve que elegir. Pero él no le cree, Jaime Brena sospecha que el problema es que el pibe no tiene buenos contactos. Y un buen periodista de Policiales se apoya en eso, en los contactos que le pasan los datos que, tarde o temprano, se van a convertir en noticia. Y si ese dato es una primicia, mejor. Porque si tenés que esperar a que se levante el secreto de sumario, estás frito. No importa si los contactos son policías, fiscales, chorros, jueces o presos, sino que den el dato justo. Por momentos siente que lo tendría que ayudar. Al pibe. Pero al rato se pregunta por qué, si no lo pusieron a su cargo. Que lo entrene Rinaldi, que sin decirlo ni figurar como editor de Policiales, está funcionando como la cabeza de esa sección acéfala. Aunque Rinaldi, más que entrenarlo, Brena lo sabe, en cualquier momento le va a meter una patada en el culo. Cuando no le sirva más. Una patada que va a doler. Lo peor de todo es que aunque a Jaime Brena no le gusta reconocerlo, el pibe le genera una gran contradicción. No le termina de caer mal. Le hace acordar a cuando él daba los primeros pasos en la redacción hace más de cuarenta años. Cuarenta y cuatro años, una eternidad. Cómo no va a ser caro, cómo no le van a ofrecer el retiro voluntario. Pero la diferencia es que él entonces tenía maestros, en la redacción y en la calle, y como no estudió más que el bachillerato se salvó de la virgen petulancia de algunos que hoy vienen directo de la Universidad. Al pibe le sobra Google y Universidad, y le falta calle, piensa Brena. Trabajó en Policiales en otro diario, con Zippo, colega y amigo/enemigo íntimo de Jaime Brena. Trabajar con Zippo es hacerle de secretaria, Brena lo sabe, no mucho más que eso, porque no confía ni en la madre. En ese momento, cuando Brena piensa, “no confía ni en la madre”, el pibe levanta la vista y lo descubre mirándolo, lo saluda de lejos con un movimiento de cabeza y él le devuelve el saludo haciendo un gesto que imita a quien se saca un sombrero, aunque Jaime Brena no lleva nada sobre la cabeza. Desde su escritorio, Brena le dice: ¿Tenés algo para mañana? Nada de peso, le contesta el pibe. Nada de peso, repite él, averiguá qué hay en el resto de la redacción, le aconseja, ¿sabés qué es lo importante para definir si un hecho policial puede o no ser noticia? Al pibe le sorprende la pregunta y aunque Brena le está preguntando de qué color es el caballo blanco de San Martín, se abatata y no sabe qué contestar. Y si bien preferiría no hacerlo, como si el otro le estuviera tomando un examen sorpresa en el que él tuviese miedo de ser reprobado, el pibe de Policiales está a punto de contestarle cuando Brena le advierte: Y no me recites, “el lugar donde se comete un crimen, quién está involucrado, o la gravedad del hecho”, que no estás más en la Universidad. Jaime Brena espera. El pibe piensa. O intenta pensar. Brena no lo dice, pero sabe que si a pesar de la advertencia se abatata y para demostrar que sabe termina recitando “las 5 w, who, what, when, where, and how” -que estrictamente tiene una w al final y no al principio-, tendría que controlarse para no cachetearlo, por su error y por decirlo en inglés. ¿Por qué algunos agregan una sexta “w”, why, y otros no? Tal vez porque es la pregunta más difícil de responder, la más subjetiva, aquella que implica meterse en la cabeza del que comete un crimen: ¿por qué? Y dale, insiste Brena. No, no sé, no se me ocurre qué más, dice el pibe rendido. Brena se sonríe y luego sentencia: Las otras noticias que andan dando vueltas en la redacción ese día. Nunca te olvides, en épocas de calma puede salir un loco a último momento a pedirte lo que sea que pueda ir en tapa, y vos se lo vas a tener que dar. Me parece que la tapa de mañana está, le dice el pibe, las declaraciones juradas y el crecimiento patrimonial de un funcionario importante del área de Finanzas del Ministerio de Economía. Brena lo interrumpe: Ah, qué notición, dice sin ocultar la ironía, ¿eso no lo publicaron la semana pasada? Sí, pero ahora se confirmaron algunos datos más. Ah, mirá, y así esperan que no se les pianten más lectores, después le echan la culpa a Internet y los diarios on line. Si en este país, con Banelco o sin Banelco, afanaron todos, ¿desde cuándo el incremento patrimonial de un alto funcionario es una noticia tan destacada? Y menos noticia dos semanas seguidas. Jaime Brena mueve la cabeza y se calla, el tema lo tiene cansado, aburrido, no sabe por qué termina siempre enganchado despotricando acerca de en qué se convirtió el periodismo hoy. ¿Acaso él no es responsable también, por acción o por omisión?, se pregunta aunque no tiene una respuesta definitiva. Intenta cambiar de tema pero nada se le ocurre. Todavía se queda allí, mirando al pibe de Policiales unos instantes más, como si quisiera decirle algo, como si quisiera orientarlo. Pero su rapto de bonhomía pasa de largo y Jaime Brena vuelve a su encuesta de cómo duermen hombres y mujeres de raza blanca.