Bill cerró sus propios ojos hasta que no fueron más que rendijas y lentamente alzó su brazo izquierdo/derecho, flexionando el bíceps. El músculo de Tembo se hinchó y partió la delgada manga de la chaqueta de presidiario con un sonido rasgante. Luego, Bill señaló la cinta del Dardo Púrpura que llevaba clavada en el pecho.
— ¿Sabe como me gané esto? — preguntó con una cortante voz átona —. La obtuve matando con mis propias manos trece chingers en el interior de una casamata contra la que me habían mandado. Y estoy ahora aquí porque después de matar a los chingers regresé a matar al sargento que me había enviado contra ella. Así que… ¿de qué problemas hablaba, sargento?
— Si no me buscas problemas, yo no te los buscaré a ti — chirrió el Sargento de Guardia mientras se alejaba —. Estás en la celda 13, justo ahí arriba… — se detuvo repentinamente y comenzó a comerse todas las uñas de una mano al mismo tiempo, con un sonido masticante. Bill le lanzó una buena mirada asesina, para acabar de redondear la cosa, y luego se giró y subió arriba.
La puerta del número 13 estaba abierta, y Bill contempló la estrecha celda, mal iluminada por la luz que se filtraba a través de las paredes translúcidas de plástico. La litera de dos pisos casi ocupaba todo el espacio, dejando tan solo un estrecho pasadizo a un lado. En la parte opuesta habían dos maltrechas taquillas atornilladas a la pared, que, junto con el pintado mensaje: SED LIMPIOS, NO OBSCENOS: LA PALABRA SOEZ AYUDA AL ENEMIGO, completaban el mobiliario. Un hombrecillo de rostro puntiagudo y ojos saltones yacía en la litera inferior, mirando fijamente a Bill. Este le devolvió la mirada y frunció el ceño.
— Adelante, sargento — le dijo el hombrecillo, mientras se subía por el soporte hasta la litera de arriba —. Te he estado guardando la litera de abajo, seguro que sí. Mi nombre es Negrillo y estoy cumpliendo una condena de diez meses por decirle a un segundo teniente que se fuera a…
Terminó la frase con un tono interrogativo que Bill ignoró. Le dolían los pies. Se sacó a tirones las botas púrpura y se tendió sobre la colchoneta. La cabeza de Negrillo apareció por el borde de la litera, semejante a un roedor contemplando el paisaje.
— Falta aún mucho para el rancho… ¿qué te parecería una Trotamburguesa? — al lado de la cabeza apareció una mano que le pasó un brillante paquete a Bill.
Tras contemplarlo con recelo, Bill tiró de la cinta selladora en el extremo del envoltorio de plástico. Tan pronto como el aire se introdujo y entró en contacto con el forro combustible, la hamburguesa comenzó a humear, y al cabo de tres segundos estaba en su punto. Alzando el pan, Bill le puso catchup de un pequeño bolsillo situado al otro extremo del envoltorio, y le dio un dubitativo bocado. Era estupenda y jugosa carne de caballo.
— Esta vieja yegua gris sigue sabiendo tan bien como siempre — dijo Bill con la boca llena —. ¿Cómo consigues meterlas aquí dentro?
Negrillo sonrió e hizo un guiño teatral.
— Contactos — dijo —. Me las traen, todo lo que tengo que hacer es pedirlas. No entendí bien tu nombre…
— Bill — la comida había apaciguado su pésimo humor. — Un año y un día por dormirme estando de servicio. Me iban a fusilar por desertor, pero tenía un buen abogado. Y esa era una buena hamburguesa. Lástima no tener nada con que pasarla.
Negrillo sacó una botellita marcada JARABE PARA LA TOS Y se la pasó a Bilclass="underline"
— Especialmente preparado para mí por un amigo enfermero. Mitad alcohol de quemar y mitad éter.
— ¡Gulppp! — dijo Bill, limpiándose las lágrimas tras haberse tragado media botella. Se sentía casi en paz con el mundo —. Eres un buen compañero, Negrillo.
— Puedes estar seguro — le dijo Negrillo ansiosamente —. Y nunca es malo tener compañeros en el Ejército, la Marina o las Fuerzas Espaciales, en cualquier parte. Eso lo sabe bien el viejo Negrillo, seguro. ¿Tienes buenos músculos, Bill?
Bill flexionó lentamente los músculos de Tembo.
— Eso es algo que a mí me gusta ver — dijo admirado Negrillo —. Con tus músculos y mi cerebro podremos apañárnoslas de maravilla…
— ¡Yo también tengo cerebro!
— ¡Relájalo! Dale un respiro, mientras yo pienso por los dos. He servido en más ejércitos que días hayas pasado tú en este. Obtuve mi primera medalla a las órdenes de Aníbal, por la herida de aquí — señaló una blanca cicatriz del dorso de su mano —. Pero me di cuenta de que llevaba las de perder y me pasé a los chicos de Rómulo y Remo mientras era tiempo. He estado aprendiendo desde entonces, y siempre logro salir con bien. Vi de donde soplaba el viento y comí un trozo del jabón de la lavandería y así estuve malo la mañana de Waterloo, y te aseguro que no me supo mal perderme aquello. Vi como se estaba preparando algo similar en el Somme… ¿o era Ypres?; me olvido de algunos de los antiguos nombres; así que masqué un cigarrillo, y me lo puse en el sobaco, y así logré tener fiebre y también me perdí aquel espectáculo. Siempre hay una forma en que escaparse, ese es mi lema.
— Nunca he oído hablar de esas batallas. ¿Fueron contra los chingers?
— No, mucho antes, muchísimo antes. Guerras y guerras antes.
— Eso significaría que eres muy viejo, Negrillo. Y no pareces muy viejo.
— Soy realmente viejo, pero normalmente no se lo digo a la gente porque se ríen de mí. Pero me acuerdo de haber visto construir las pirámides, y aún recuerdo el repugnante rancho que nos daban en el ejército asirio, y la vez que le ganamos a la tribu de Wug cuando trataron de entrar en nuestra caverna, a base de echarles piedras encima.
— Eso suena a una sarta de trolas — dijo cansinamente Bill, vaciando la botella.
— Ajá, eso es lo que me dicen todos, y por eso ya no cuento las viejas historias. No me creen ni cuando les muestro mi amuleto — le mostró un pequeño triángulo blanco con un borde irregular —. El diente de un pterodactilo. Se lo volé con una pedrada de una honda que acababa de inventar…
— Parece un trozo de plástico.
— ¿Entiendes ahora? Es por eso por lo que ya no cuento las viejas historias. Simplemente, me voy reenganchando y sigo la corriente…
Bill se sentó y se quedó con la boca abierta.
— ¡Reengancharse! Pero eso es un suicidio…
— Ni hablar. En una guerra, el sitio más seguro es el Ejército. A los imbéciles de primera línea les vuelan los culos a tiros y a los civiles de retaguardia se los vuelan a bombazos, pero los tíos de enmedio viven completamente seguros. Se necesitan 30, 50 o quizá hasta 70 tipos en medio para suministrar a cada uno de los de primera línea. Una vez aprendes a ser un buen archivero ya estás a salvo. ¿Quién ha oído hablar de que disparen contra un archivero? Yo soy un excelente archivero. Pero eso solo en tiempo de guerra. En tiempo de paz, cuando se equivocan y hay paz por un tiempo, es mejor estar con las tropas de combate. Tienen mejor comida, permisos más largos, y bien poco más que hacer. Viajan mucho.
— ¿Y qué pasa cuando comienza una guerra?
— Conozco 735 formas distintas de que me lleven al hospital.
— ¿Me enseñarás un par? — dijo Bill.
— Haría cualquier cosa por un compañero. Ya te las enseñaré por la noche, después de que nos hayan traído el rancho. Y el guardián que lo trae está siendo difícil acerca de un pequeño favor que le pedí. ¡Muchacho, cómo me gustaría que se le partiese un brazo!
— ¿Qué brazo? — Bill chascó sus nudillos con un fuerte sonido.
— El que quieras.
La Prisión Plasticasa era un centro de tránsito en donde guardaban a los prisioneros que llevaban de un lugar a otro. En ella se vivía una vida fácil y relajada que era disfrutada tanto por los guardianes como los prisioneros, sin que nada estropeara el tranquilo discurrir de los días. Había habido un guardián nuevo, un tipo verdaderamente ansioso que venía de la Guardia Nacional Territorial, pero tuvo un accidente mientras servía las comidas y se rompió un brazo. Hasta los otros guardianes se habían alegrado de verlo partir. Más o menos una vez a la semana se llevaban a Negrillo con una guardia armada a la Sección de Archivos de la base, donde estaba falsificando documentos para un teniente coronel que era muy activo en el mercado negro y quería llegar a millonario antes de retirarse. Mientras trabajaba en los archivos, Negrillo hacia que los guardianes de la prisión recibiesen promociones no merecidas, tiempo libre extra y primas en metálico por medallas inexistentes. Como resultado, Bill y Negrillo comían y bebían muy bien, y engordaron. Todo era muy pacífico hasta el día en que Negrillo regresó de una sesión en los archivos y despertó a Bill.