— Buenas noticias — le dijo —: nos largamos.
— ¿Y qué hay de bueno en eso? — preguntó Bill, molesto porque lo hubieran despertado y aún medio trompa de la borrachera de la tarde anterior —. Me gusta este lugar.
— Pero pronto se iba a poner mal para nosotros. El coronel me mira de mala manera, y creo que piensa enviarnos al otro extremo de la Galaxia, donde se lucha en serio. Pero no pensará hacerlo hasta la semana próxima, cuando acabe de arreglarle los libros, así que he preparado unas órdenes secretas para que seamos enviados esta semana a Tabes Dorsalis, donde están las minas de cemento.
— ¡El Mundo Polvoriento! — gritó roncamente Bill, y agarró a Negrillo por el cuello, agitándolo —. Una mina de cemento que ocupa todo un mundo, y en donde la gente muere de silicosis a las pocas horas. Es el lugar más infecto del Universo…
Negrillo logró soltarse y escapar al otro extremo de la celda.
— ¡Alto! — se atraganto —. ¡No te precipites! ¡Cierra la tapa de tu buzón y mantén seca la pólvora! ¿Te crees que iba a enviarnos a un sitio así? Eso es lo que muestran en los programas de la tele, pero yo sé la verdad. Si trabajas en las minas de cemento, de acuerdo, las cosas no están muy bien. Pero tienen una enorme base llena de oficinistas y similares, y usan a prisioneros en libertad provisional en la sección móvil porque no tienen bastantes tropas. Cuando estaba trabajando en los archivos cambié tu clasificación de especialista en fusibles, que es un trabajo suicida, a conductor, y aquí tienes tu carnet de conducir que te autoriza para hacerlo con cualquier cosa, desde un monociclo hasta un tanque atómico de 89 toneladas. Así que tendremos trabajos fáciles y, además, toda la base cuenta con acondicionamiento de aire.
— Pero se estaba bien aquí — se quejó Bill, mirando ceñudo la tarjeta de plástico que certificaba su aptitud en el manejo de una serie de extraños vehículos que en muchos casos ni conocía de vista.
— Las cosas vienen y van, pero son todas iguales — dijo Negrillo, empaquetando un pequeño equipaje.
Comenzaron a darse cuenta de que algo andaba mal cuando la columna de prisioneros fue aherrojada y encadenada con argollas y esposas, y arrastrada hasta el transporte espacial por un pelotón de PM de combate.
— ¡Movéos! — gritaban —. Ya tendréis tiempo de relajaros cuando lleguemos a Tabes Dorsalgia.
— ¿Adónde vamos? — se atraganto Bill.
— Ya me oíste; salta, so mamón.
— Me dijiste Tabes Dorsalis — le rezongó Bill a Negrillo, que estaba delante suyo en la cadena —. Tabes Dorsalgia es la base en Veniola donde hay los peores combates… ¡vamos a la lucha!
— Un error de escritura — suspiró Negrillo —. Uno no puede ganar siempre.
Evitó la patada que le lanzó Bill, y luego esperó pacientemente mientras los PM lo dejaban sin sentido con sus porras y los arrastraban a bordo.
TRES
Veniola… un mundo neblinoso de horrores innombrables arrastrándose en su órbita alrededor de la macabra estrella verde Hernia como algún repugnante monstruo estelar recién salido del pozo de la nada. ¿Qué secretos se ocultan entre sus nieblas eternas? ¿Qué horrores sin nombre ondulan y se estremecen en sus tenebrosas ciénagas y oscuros lagos sin fondo? Enfrentados con los inenarrables terrores de este planeta, los hombres se vuelven locos antes que enfrentarse con lo inenfrentable. Veniola… mundo de pantanos, el cubil de los repugnantes e inimaginables venianos…
Hacía calor, había humedad y hedía. La madera de las recién construidas chozas estaba ya blancuzca y comenzaba a pudrirse. Uno se sacaba los zapatos y, antes de que llegasen al suelo, los hongos ya crecían en su interior. Una vez en el campamento, les quitaron las cadenas, ya que no había ningún lugar al que pudieran escapar los trabajadores forzados, y Bill buscó a Negrillo mientras los dedos del brazo derecho de Tembo se abrían y cerraban como hambrientas bocas. Entonces recordó que Negrillo le había hablado a uno de los guardianes cuando estaban saliendo de la nave y le había pasado algo, y un poco después lo habían liberado de la hilera y se lo habían llevado. En aquel momento ya debía de estar dirigiendo la sección de archivos, y mañana viviría en los alojamientos de las enfermeras. Bill suspiró y dejó que todo aquello se fuera de su mente, ya que era tan solo otro factor antagónico sobre el que no tenía control, y se dejó caer en la litera más próxima. Instantáneamente, un zarcillo surgió veloz de una grieta en el suelo, dio tres vueltas a la litera, atándolo sólidamente contra ella, y clavó once pequeños tentáculos en su pierna, comenzando a chuparle la sangre.
— ¡Uggggg! — se esforzó Bill contra la presión de la cosa verde que le ahogaba.
— Nunca te acuestes sin un cuchillo en la mano — le dijo un delgado y amarillento sargento, mientras pasaba a su lado con su propio cuchillo y segaba el zarcillo por donde surgía de las planchas del suelo.
— Gracias, sargento — dijo Bill, desenredando los anillos y tirando el vegetal por la ventana.
De repente, el sargento comenzó a vibrar como un alambre en tensión al que se le da un pellizco y se desplomó al pie de la litera de Bill.
— Bo… bolsillo… camisa… pipipíldoras… — tartamudeó por entre castañeteantes dientes. Bill sacó una caja de píldoras del bolsillo del sargento y le introdujo algunas en la boca. La vibración se detuvo y el hombre se desplomó contra la pared, más chupado y amarillo que antes e inundado en sudor.
— Ictericia y fiebre de los pantanos y filariasis galopante, nunca sé cuando me dará un ataque, es por eso por lo que no pueden devolverme al combate, pues no puedo aguantar un arma. Yo, el Sargento Primero Ferkel, el mejor de los malditos lanzallameros de los Kortacuellos de Kirjassoff, y aquí me tienen haciendo de niñera en un campo de trabajos forzados. ¿Y crees que me molesta? Pues no, me hace feliz, y la única otra cosa que me haría más feliz sería que me sacasen de este maldito pozo de letrina del tamaño de un planeta.
— ¿Cree que el alcohol le haría daño en sus condiciones? — le preguntó Bill, pasándole una botella de jarabe para la tos —. ¿Van mal las cosas por aquí?
— No solo no me hará daño sino que… — se oyó un profundo gorgoteo,. y cuando el sargento habló de nuevo su voz era más ronca pero más fuerte —. Mal no es la palabra adecuada. El luchar con los chingers ya es malo de por sí, pero en este planeta tienen a los nativos, los venianos, de su parte. Esos venianos son como lagartijas acuáticas mohosas y tienen apenas la bastante inteligencia como para aguantar un arma y oprimir el gatillo, pero este es su planeta, y ahí en los pantanos son la misma muerte personificada. Se esconden bajo el barro, y nadan bajo el agua, y saltan desde los árboles, y todo el planeta está repleto de ellos. No tienen fuentes de aprovisionamiento, ni divisiones organizadas, ni mandos, tan solo luchan. Si uno se muere, los demás se lo comen. Si uno es herido en la pierna, los demás se la comen y le crece otra nueva. Si uno de ellos se queda sin munición o dardos venenosos o lo que sea, simplemente nada un centenar de kilómetros hasta su base, carga y regresa al combate. Llevamos aquí luchando tres años, y ahora controlamos un centenar de kilómetros cuadrados de territorio.