Finalmente se conectó la llamada.
– Grant.
– Habla rápidamente. Pausa.
– Tengo motivos para creer que han doblegado a mi contacto.
¿Contacto? ¿Carlos?
– El hombre de Chipre.
– Sí -contestó el estadounidense.
– ¿Estás seguro?
– No. Pero están tratando de alcanzarlo.
– ¿Cómo?
– A través de los sueños de Thomas.
Sueños. El único elemento no previsto de todo esto. Fortier aún no ¡taba seguro de creer la tontería esa. Había explicaciones alternativas que, 0r improbables que fueran, tenían más sentido que esta estupidez mística.
– Procedimientos normales -ordenó Fortier.
– Sí, señor.
– No debe saber que sospechas de él..-Entendido.
– ¿QUÉ HORA es?
– Casi las seis -contestó el Dr. Bancroft-. De la tarde. Habían dormido aproximadamente tres horas. Kara se sentó y miró los brazos, que aún estaban unidos. Miró a Thomas.
– Lo logramos.
– Por el momento. Estamos vivos y libres.
– Y Johan está soñando.
– Esperemos.
Bancroft extendió la mano hacia Thomas y cuidadosamente retiró la cinta que les unía los brazos.
– Johan está soñando -repitió el doctor-. Díganme que esta es una buena noticia para nosotros. Aquí, quiero decir.
– Tan buena como se puede lograr por el momento. Lo que Carlos haga ahora depende de él -dijo Thomas; hizo oscilar los pies hacia el suelo y agarró una toallita húmeda antiséptica que le ofreció el doctor.
– Increíble -exclamó Kara-. ¡Esto es absolutamente increíble!
– Se hace más real cada vez. Tres o cuatro veces y no sabes cuál es verdaderamente real.
– Sinceramente, si no lo supiera mejor, diría que este es el sueño – opinó ella.
– Podría ser -respondió Thomas.
– Siempre me he preguntado lo que sería vivir en un sueño -comentó el Dr. Bancroft con una leve sonrisa.
– Hasta que usted entienda que hay otras realidades más allá de esta, y que experimente de verdad una de ellas, esta es muy real, doctor. Mi padre solía decir que nuestra lucha no es contra cosas de este mundo sino contra. No puedo citarlo textualmente, pero era algo espiritual. Créame, doctor usted no está viviendo en un sueño -manifestó Thomas al tiempo que Se rascaba una picazón debajo del brazo; Bancroft le siguió los dedos, y luego lo miró a los ojos-. Solo se trata de una erupción. Probablemente algo que agarré en Indonesia.
Se paró y se dirigió al teléfono sobre el escritorio.
– ¿Le importaría salir un momento, doctor? Debo hacer una llamada.
El Dr. Myles Bancroft salió de mala gana, pero salió. Thomas marcó el número de la Casa Blanca y esperó mientras lo conectaban. El presidente se hallaba durmiendo, pero había dejado órdenes de que lo despertaran cuando Thomas llamara.
– Thomas. ¿Soñaste? -preguntó Blair con voz cansada.
– Soñé, señor.
– ¿Y Johan?
– Si no te importa, en persona. La línea podría estar limpia, pero…
– Por supuesto. El helicóptero está listo esperando.
– ¿Están avanzando las cosas? -preguntó Thomas mientras asentía.
¿Se refería a si Gains se hallaba en camino a Israel?
– Sí. Pero estamos a dos días…
– Perdóname, señor, pero no en el teléfono.
– Podríamos tener otro problema. Las manifestaciones están empezando a inquietar.
– Haz intervenir al ejército.
– Ya lo hice. No es mi seguridad lo que me preocupa. Es el sentimiento público. Si esto se pone feo me podrían torcer la mano.
– Necesito más tiempo.
– Y yo debo averiguar lo que está sucediendo…
– Tan pronto como vuelva a soñar, lo sabré -aseguró Thomas.
El presidente se quedó en silencio. Se estaba extendiendo a favor de Thomas. Si fallaba el juego de mover las fichas como Thomas sugería, varios miles de millones de personas perderían la vida.
Además, ¿qué alternativa tenía él en realidad?
– Ven tan pronto como puedas -pidió el presidente y colgó.
25
THOMAS CAMINÓ en círculos alrededor de Johan, extrayendo a su amigo información respecto de Carlos. Pero esta primera experiencia había sido tan impactante que la mayor parte de la información fue desplazada por la cruda vivencia de vivir indirectamente a través de otra mente. Habían estado en ello por media hora. Aparte de la insistencia de Johan en que Carlos no sabía nada acerca del libro en blanco, y de sus repetidas exclamaciones sobre lo increíble del sueño en que había estado, no llegaron a ninguna conclusión. Con cada minuto que pasaba se deterioraba más el recuerdo en Johan.
– Sí, sí, lo sé -coincidió Thomas-. Indescriptible. Pero lo que debo averiguar es si Fortier pretende llevar a cabo el intercambio, antivirus por armas, como convino.
– No.
– ¿No? Dijiste…
– Quiero decir sí -corrigió Johan-. El intercambio sí, pero el antivirus que recibirás no será eficaz. Creo. ¿Tiene algún sentido?
– Sí. ¿Estás seguro?
– Bastante -afirmó Johan, parpadeando-. ¿Así que en este mismo instante tú, este otro Thomas, estás durmiendo en este palacio llamado la Casa Blanca? Estás soñando contigo mismo. Peto Carlos no está soñando conmigo. Soy real.
– Yo también lo soy -objetó Thomas haciendo un gesto con la mano-. No trates de entenderlo. Háblame de los planes de Carlos. ¿Crees que se le puede cambiar?
– Quizás. Él fue sensible a mis sugerencias. De inmediato, en realidad. Especialmente si él fuera a venir aquí como yo, del modo que sugieres. Ya ha tenido ideas místicas. Y hay algo acerca de un libro de nombres. El francés está planeando algo que nadie espera.
– ¿Ah sí? ¿Y esperaste tanto tiempo para decírmelo? ¿Qué?
– Se me acaba de ocurrir. Y no estoy seguro de qué se trata. Algo con la gente a la que planea darle el antivirus. No es lo que todo el mundo cree Muchos menos.
– ¡Yo lo sabía! -exclamó Thomas, escupiendo-. ¡Está faroleando! Así es, ¿verdad?
– Creo que sí. Svensson es la clave. No sé por qué, pero Carlos estaba pensando en él.
– No recuerdo que Rachelle fuera así de olvidadiza cuando soñó – comentó Thomas.
– Mi pericia es la batalla, no los sueños.
– Eres absolutamente igual de listo de lo que era ella. Solo que te está distrayendo tu propio entusiasmo. Como un niño obsesionado por un paseo.
– ¡Fue un paseo de locura! -exclamó Johan riendo-. Nunca lo habría creído de no haberlo experimentado en persona. Quiero regresar.
– Solo recuerda, ahora que no tienes ninguna duda de tu conexión con Carlos, que el destino de él muy bien podría ser el tuyo. Debemos tener mucho cuidado. Si Carlos se descuida y muestra su juego, ellos intentarán…
El sonido de cascos de caballos sobre las rocas captó su atención. Cuatro caballos trotaban a la vuelta de la esquina. Caín y Stephen. Un albino a quien Thomas no reconoció. Y un encostrado.
¿Un encostrado?
– Los encontramos en lo alto de los barrancos -anunció Caín, adelantando su caballo-. Qurong los envía con un mensaje.
Al instante Thomas abandonó todo pensamiento de Johan y Carlos. El encostrado se hallaba vestido con los cueros de guerrero, pero no llevaba armas.
– Este es Simion -informó Caín, refiriéndose al albino, y desmontó. Se lo llevaron cautivo hace varios meses y lo han tenido cautivo en los calabozos más profundos.
Thomas corrió hacia el flacucho hombre y lo ayudó a bajar del caballo. Le apretó los brazos en saludo.
– Gracias a Elyon. No sabíamos dónde encontrarte. ¿Hay otros? -le preguntó, luego se volvió hacia Johan-. Un poco de fruta y agua, rápido. Simion sonrió. Había perdido un diente y Thomas comprendió que probablemente se lo había arrancado una bota o un puño.