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– No a los encostrados.

– No estoy afirmando que lo comprenda… Elyon está más allá de mi mente. Pero su amor es inagotable. ¿Sabes que cuando te ahogaste él hizo un pacto de olvidar tu enfermedad? Él solo recuerda tu amor. Aunque tropieces como William lo hace ahora, Justin jura olvidar y solo recuerda el amor de William, por imperfecto que este pueda ser. Decir que ustedes los humanos han entendido el asunto sería errado. Yo enderezaría a William, sin duda. Elyon está principalmente emocionado. Sí, se debe pagar un precio. Sí, es necesario ahogarse, pero él está emocionado con su novia y desesperado por atraer a otros hacia el Círculo.

Thomas sabía todo esto; ¡desde luego que lo sabía! Pero no en términos tan manifiestos.

– Si tuvieras un atisbo del amor de Justin por Chelise, te marchitarías aquí mismo -expresó Michal con una pequeña sonrisa-. Este es el Gran Romance.

Thomas comenzó a caminar de un lado al otro. ¿Qué significaba esto? ¿Que él tenía razón en cuanto a que Chelise era como cualquier otra mujer, ^costrada o no? ¿Que él tenía razón en querer salvarla? ¿Que el amor que Pudiera sentir por Chelise no era diferente de su amor por Rachelle?

Sin embargo, ¿cómo podría él amar a una encostrada de la misma manera que había amado a Rachelle? No, lo más probable era que Michal no se refiriera a eso.

– Sigue tu corazón, Thomas. Justin te ha mostrado el suyo.

Recordó las palabras de Justin. Levantó la cabeza, miró hacia el desierto y dejó que la verdad le inundara la mente. Esto estaba más allá de él. Él amaba a Chelise. Quizás ella no lo amaba, pero él no podía negar el simple hecho de que la amaba, más de lo que podía recordar haber amado a alguien que no fuera Rachelle.

– ¡Thomas!

Se volvió hacia la duna. Suzan se hallaba en lo alto de la cima mirándolo hacia abajo. Ella no había visto antes a Justin; ¿vio ahora a Michal?

Dio la vuelta. ¡El roush había desaparecido!

– Thomas, los demás están esperando -gritó ella.

Se quedó quieto, abatido durante un prolongado momento. Entonces supo lo que haría. Lo que debía hacer.

Corrió hacia su caballo y saltó sobre el lomo. Con una mirada de despedida a Suzan hizo girar la cabalgadura y galopó alejándose de ella, hacia la selva.

– ¡Thomas! ¡Espera!

Trepó la primera duna y bajó por el lado opuesto.

– ¡Thomas! ¡Espera! ¡Estoy contigo!

Suzan estaba siguiéndolo. Él detuvo el caballo en seco. Ella llegó al galope por detrás.

– Volveré por Chelise.

– Entonces ambos regresaremos por ella -declaró Suzan.

– No te puedo pedir que hagas eso.

– Me enseñaste a vivir para el peligro. Y aunque nadie lo sabe, soy una bobalicona para el romance.

Nadie más había en las dunas detrás de ella. Los otros les verían las huellas y sabrían lo que había ocurrido. Se esperaba que fueran sensatos y siguieran hacia la tribu, donde los necesitaban.

– Entonces debemos apurarnos -expresó él espoleando el caballo' Tenemos que llegar donde ella antes que el mensajero.

– ¿No te irás a entregar?

– Voy a sacarla de allí.

Corrieron a toda velocidad sobre la duna.

– .y si ella se niega a salir?

– Entonces tendré que persuadirla, ¿no es así? -contestó él con una amplia sonrisa.

***

LAS HUELLAS hablaban con mucha claridad.

– El tonto ha regresado -comentó William.

– Y Suzan con él -añadió Mikil.

– No planea entregarse, o no le habría permitido a Suzan que lo siguiera -declaró Johan volviéndose hacia la siguiente duna-. Va tras Chelise.

Esta obsesión que Thomas había desarrollado por la hija de Qurong estaba más allá de él. La había conocido como una mujer valiente, hermosa entre los encostrados, pero aún una encostrada, tan enferma como cualquiera.

Johan había sostenido que el Círculo debía ablandar las normas para facilitar que las hordas se convirtieran, pero había estado pensando en el ahogamiento, no en el amor. Ahora se preguntaba si debía reconsiderar el asunto. Quizás ellos debían seguir inflexibles en los compromisos que exigían para ingresar al Círculo, pero amar a las hordas a pesar de todo. En muchos sentidos, lo que Thomas hacía ahora probaría sus propios argumentos. ¿Se convertiría Thomas en encostrado, o se volvería Chelise una albina? eran irreconciliables las condiciones que tenían? ¡Tenemos que detenerlos! -expresó Mikil. ¿Y cómo lo harías? -objetó William-. ¿Siguiéndolos todo el camino de vuelta a los calabozos?

– Esperándolos -opinó Johan-. Aquí. No podemos dejar la tribu sola tanto tiempo. Entonces yo los esperaré.

– ¿Jamous? -inquirió Mikil mirando a su esposo. Esperaremos con Johan -contestó Jamous, luego se volvió hacia William-. Lleva a Caín y a Stephen contigo.

– No me gusta esto -expresó William después de suspirar-. El Círculo está pasando momentos de prueba y sus líderes arriesgan el pellejo por una ramera.

– Necesitas un poco de iluminación, William -dijo bruscamente Johan-. Se trata de Thomas, el mismo hombre que te salvó el pellejo docena de veces.

– Entonces los veremos en la tribu -contestó William con el ceño fruncido y haciendo girar su caballo-. La fortaleza de Elyon.

– La fortaleza de Elyon -asintió Johan.

27

– ¡MÁS! -INSISTIÓ Thomas-. Quiero pasar inspección en cinco pasos.

– Entonces te tendrán que salir escamas -cuestionó Suzan.

Luego que hubo oscurecido, de una casa en el perímetro de la ciudad habían robado pasta y polvo de morst con algunas ropas. Thomas se había quitado la camisa y se embadurnaba de polvo. Suzan se lo frotaba en la espalda.

– Estará oscuro y tendrás puesta una capucha. En realidad no veo la necesidad de estar tan entusiasmado con esta porquería.

– ¡El olor! -exclamó él, mirándola con ojos abiertos de par en par, como un niño.

La pasión de Thomas por su misión era contagiosa. Los demás habrían creído que se había deschavetado si lo hubieran visto comportándose como lo había hecho durante el día.

Él no se había deschavetado. Se había enamorado. Quizás no lo admitirá, pero Suzan reconocería estos síntomas con los ojos cerrados. Thomas de Hunter transitaba ahora un camino que había eludido a propósito desde la muerte de Rachelle. Se hallaba en las primeras etapas de enamorarse como loco. Al observarlo, Suzan sentía añoranza por lo mismo.

Aún estaba haciendo lo posible por ocultar sus emociones, o quizás en Calidad no se hallaba seguro de qué hacer con estas, pero no lograba contarse. Le había contado a ella lo que sucediera entre él y Chelise en la biblioteca con muchos más detalles de lo que haría cualquier hombre que alguna vez Suzan conociera. Le había hablado con gran expresividad, con puchos movimientos de brazos, sacando conclusiones irracionales acerca de intercambios más simples.

– Ella tenía los brazos cruzados, Suzan -le diría él-. ¡Imagínate eso!

– Me lo estoy imaginando. No estoy segura de captar el significado.

– ¡Cruzados! Ella sabe muy bien que cuando se para de ese modo es adoptando una pose seductora.

– ¿Brazos cruzados? No estoy segura…

– No son los brazos. Olvídate de los brazos. Es todo respecto de ella. Verás.

Ahora él se hallaba cubriéndose el rostro con morst, hablando del olor.

– Quiero oler a las hordas. Ya lo hice antes, exactamente en la recámara de Qurong mientras él roncaba como un dragón -describió, agarrando otro puñado y lanzándoselo en la mejilla. El blanco residuo le cubría la cabeza.

– Esta vez es dentro de la habitación de Chelise, y tengo la sensación de que ella será más sensible que su padre. El morst no cubrirá mi olor a albino si solo está en mi rostro, ahora, ¿verdad?