– Si no te conociera mejor, diría que quieres convertirte en encostrado para más que escabullirte en el castillo. ¡Quieres ser como ella!
– ¿Quiero eso? Bueno, tal vez hubo alguna insinuación de los argumentos de Johan. Me estoy convirtiendo en encostrado a fin de rescatar a una encostrada para que deje de serlo.
– Con solo mirarte ella sabrá que no eres encostrado -advirtió Suzan riendo-. No hay manera de ocultar tus verdaderos colores… allí es donde Johan se equivoca.
– De acuerdo -asintió él parándose y volviéndose hacia la luz de 1a luna-. ¿Cómo me veo?
– Como un encostrado.
Este era un Thomas que pocos habían visto nunca. Para la mayoría se trataba del poderoso guerrero convertido en reflexivo filósofo. Pero aquí en el desierto se estaba convirtiendo en Thomas el amante. Suzan sonrió. A ella más bien le gustó este lado oculto de él.
Thomas corrió hacia la túnica y se la puso por sobre la cabeza.
– ¿Bien? -preguntó.
– Muy bien. Definitivamente un encostrado.
– Magnífico entonces. Creo que estoy listo. Tardaré una hora en llegar al castillo desde aquí y una hora en regresar. Dame hasta el amanecer. Si no regreso usa tu mejor juicio -informó, y se subió al caballo.
Thomas marchaba hacia la insensatez para ir a buscar a una mujer que, pesar de las erróneas suposiciones de él, no lo amaba. Y Suzan se lo estaba permitiendo porque sabía que una vez que Thomas de Hunter ponía su cabeza en algo, siempre veía a través de eso. Tanto eso como el romance en el propio espíritu de Suzan lo alentaban.
Todo perfecto y bien, pero ¿y si no regresaba? Él la había atraído con su contagiosa pasión, pero ¿y si todo salía mal? Si Thomas estaba muerto para la mañana, ella compartiría la culpa.
– Ten cuidado, Thomas. Si te agarran, será el lago, no la biblioteca.
– Lo sé -convino él mirando al norte, hacia la ciudad-. ¿Estoy haciendo lo adecuado?
– ¿La amas?
– Sí.
– Entonces ve por ella, Thomas de Hunter. Ya dijimos todo lo que se debe decir.
– La fortaleza de Elyon -manifestó él sonriendo y asintiendo con la cabeza.
– La fortaleza de Elyon.
THOMAS SE acercó a la ciudad por el oriente, alrededor del jardín real.
Por el camino menos transitado que llevaba directamente al castillo. Una luz brillante se había levantado en lo alto. Si alguien le hablaba, contestaría con una inclinación de cabeza. Con algo de suerte no tendría que mostrar su imitación de encostrado.
El castillo se levantaba a la derecha, imponente a la luz de la luna. Se dejó guiar por el caballo, este era terreno conocido para el animal. Thomas sentía el sudor que se le acumulaba debajo de la túnica, mezclado con el morst.
¿Y si ella no viene, Thomas?
Suzan le había hecho la pregunta y él en su entusiasmo le había asegure Chelise vendría. Pero ahora no estaba tan seguro. Es más, al pensar ahora claramente en su misión comprendía que ingresar al cuarto de ella sería la parte más fácil. Sacar a Chelise con su consentimiento podría ser mucho más difícil.
El camino aún se hallaba vacío. Hasta el momento eso era bueno. Le vino la idea de que la ventaja mayor que tenía era la política de no violencia del Círculo. Las hordas no tenían verdaderos enemigos que amenazaran su seguridad. Sus defensas no estaban construidas para un asalto y el castigo para crímenes simples, tales como el robo, era tan severo que pocos encostrados se atrevían a intentarlos alguna vez. Thomas había oído que cualquier infracción contra la casa real se castigaba con la muerte para toda la familia del autor.
Sin duda, la guardia alrededor del castillo se habría incrementado desde que él escapara, pero ellos no estaban acostumbrados a la clase de sigilo que el Círculo había perfeccionado. Al menos esa era la esperanza de Thomas. Si la mala actuación que los guardias de las hordas tuvieran el día anterior constituía alguna medida, él gozaba de un buen motivo para tener esperanza.
Ingresó en la selva antes de que viniera algún guardia por el camino. Echó las piernas hacia atrás en una posición razonable para cabalgar, y guió al animal entre los árboles, hacia los establos detrás del castillo. La yegua relinchó ante el conocido olor del corral.
– Tranquila, chica.
Thomas se apeó y ató el animal a una rama. Luces de las habitaciones traseras del castillo se futraban a través de los árboles, a pesar de ser medianoche. Esperaba que fueran antorchas encendidas toda la noche.
Debajo de los pies le crujieron ramitas, pero ningún guardia detectó el ruido. Thomas corrió alrededor de los establos. Chelise le había dicho que su habitación daba a la ciudad en el piso alto. Durante el último escape é\ había visto las escaleras que llevaban al techo. Corrió hacia la cerca que rodeaba los terrenos y miró entre los postes.
No había guardias.
Bueno. Una vez en lo alto estaría comprometido. Se agarró a la parte superior del poste, respiró hondo y saltó por encima.
– ¿Quién va ahí?
Thomas aún se hallaba en el aire, cayendo hacia el suelo como un paracaídas, cuando la voz cortó el aire nocturno. Cerca.
Aterrizó en ambos pies y miró al guardia parado a su derecha. El guerrero había estado apostado junto a la cerca.
Thomas bajó la cabeza y caminó hacia el castillo como si no fuera nada extraño que un encostrado cayera del cielo.
– ¡Deténgase! ¿Qué significa esto?
Thomas se detuvo y enfrentó otra vez al guerrero, la mente le daba vuelta pensando en las opciones. Más exactamente, la opción. Singular. Debía deshacerse del guardia. La vida de Chelise dependía de eso. Fue hacia el guardia, con la cabeza agachada. Cinco pasos, pensó.
– ¡Deténgase allí!
– El general, Woref, me pidió que me reuniera aquí con él.
– ¿El general?
– Soy su concubina.
– Su…
Thomas se movió antes de que el hombre pudiera procesar la sorprendente afirmación. Se lanzó hacia su derecha, rodó una vez y fue a parar a un metro a la derecha del guardia. El hombre giró, haciendo resplandecer la espada.
Thomas transformó su impulso en una amplia patada. Conectó sólidamente el pie en la sien del hombre.
Un gemido, y luego el individuo cayó como un saco de rocas.
– Perdóname -susurró Thomas.
Se puso de rodillas, rasgó la manga del guardia en el hombro, y lo ató de pies y manos a la espalda. Rompió la otra manga y le amordazó la boca bien apretada.
Thomas corrió hacia el edificio y subió las escaleras. Resbaló en el tejado y se puso en cuclillas detrás de la barandilla. ¿Se había roto la túnica? Revisó, conteniendo el aliento. Toda intacta, hasta donde podía ver.
Ahora la rapidez sería el problema. El guardia despertaría pronto y, aunque amordazado, podría crear suficiente alboroto para llamar la atención.
Thomas corrió hacia el único hueco de escaleras que pudo ver. Presionó la manija en la puerta. Trancada. Analizó la manija. Era tecnología del b0s que. Diseñada por él mismo.
La había diseñado para asegurar la puerta contra fuertes vientos, no contra ladrones. Un simple pasador de bronce sostenía en su lugar todo el montaje. Liberó el pasador, el cual le cayó en las manos. Lo colocó en el suelo y abrió la puerta.
Una débil luz llenó el estrecho hueco de la escalera. Thomas ingresó cerró la puerta detrás de él y se quedó en silencio total.
Ningún sonido. El castillo pernoctaba.
Trepó con cuidado los peldaños, haciendo una pausa en cada crujido. Podrían haber usado la tecnología del bosque, pero habían hecho el trabajo a toda prisa.
En el fondo, una terraza recorría el perímetro del piso alto. Frente a él, una antorcha ardía entre dos puertas. Si él tenía razón, una llevaba a la habitación de Chelise. Solo había una manera de averiguar cuál.