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– Por supuesto que lo haré -contestó Monique, agarrando el frasquito-. ¿Por qué no?

La sonrisa se le suavizó en el rostro. Miró la muestra de sangre.

– ¿Tiene Thomas salpullido?

– Ahora que lo mencionas, así lo creo, sí -contestó Kara recordando lo que él había dicho acerca de la erupción que había adquirido en Indonesia-. Lo cual significaba que él podría estar entre los primeros.

No hubo respuesta.

***

MIKE OREAR examinó la creciente multitud, demasiadas personas ahora para contarlas; los cálculos hablaban de casi un millón. Se necesitaría mucho para redirigir los pensamientos de todos ellos hacia la indignación. & innegable la frustración en los ojos de la gente. Las palabras que él estaba a punto de lanzar al aire no harían nada menos que abrir las puertas de la ira, redirigida al mejor símbolo conocido del poder: la Casa Blanca.

Había llamado temprano a Theresa y pescó algo más respecto de la posibilidad de un antivirus, pero ella se había enfriado desde que él tomara esta posición como voz del pueblo. Era un milagro que aún se comunicara con ella. Cuando él la confrontó con la acusación de que la administración estaba engañando al pueblo al ofrecerle una esperanza aunque no la había, Theresa simplemente suspiró y le contó que no estaba trabajando en turnos Je veinticuatro horas para complacer a la administración.

Luego Theresa había colgado.

Esta supuesta esperanza de ella tenía que ser insustancial. La única esperanza real de ellos reposaba en el único hombre que poseía un antivirus que haría algún bien: Svensson. Si el presidente no quería saber nada de Francia, no había esperanza.

Orear se rascó las axilas. La picazón que le apareciera una semana antes se había calmado, pero ahora volvía a surgir. Era extraño que muy pocos tuvieran el salpullido. Suponiendo que se relacionara con el virus, él habría pensado que el salpullido se extendería ampliamente. Su madre lo tenía. Tal vez era algo genético. Quizás unos pocos mostraron síntomas antes de lo que la comunidad médica predijera.

Hizo de lado los pensamientos y se dirigió a la tienda donde las cámaras de CNN esperaban su actualización en vivo cada hora. La tienda se había colocado en una tarima a metro y medio sobre la calle, suficiente altura para darle una clara visión de la multitud. Marcy Rawlins discutía acaloradamente con uno de los camarógrafos respecto del desastre que estaban haciendo con el equipo, y él señalaba que el orden ya no podía ser señal de virtud.

Un tipo alto y calvo con bigote en forma de manubrio caminaba a lo largo de la barricada de madera, mirando a Mike. Usaba una túnica beige con mangas brillantes en los puños. Tómelo a él, por ejemplo. Este hombre Parecía capaz de comerse la barricada con solo un poco de ánimo. Los soldados armados se verían obligados a disparar sus gases lacrimógenos. Se dallaban a menos de un kilómetro de la Casa Blanca, la cual se levantaba majestuosa detrás de ellos, pero la única manera en que los guardias podrían detener un ejército en marcha de manifestantes airados era matar a un0s cuantos.

Esas muertes estarían sobre la cabeza de Mike. Él lo sabía tan bien com0 sabía que Marcy necesitaba un Valium. Pero la muerte de algunos podría traer esperanza y posiblemente vida a millones. Por no mencionar a las 543 almas de Finley, Dakota del Norte, donde su madre esperaba que él hiciera lo humanamente posible para detener este desastre.

– Dos minutos, Mike -informó Nancy Rodríguez, sentándose al lado de él.

– Entendido.

Mucho tiempo antes había prescindido de la corbata… él era del pueblo, para el pueblo. Y esta noche presionaría al pueblo.

Sally le aplicó un rápido cepillado de base para suavizarle el brillo en las mejillas, le recogió el cabello, luego se alejó sin pronunciar palabra. En estos días no había muchos que hicieran un maquillaje artístico.

Su copresentadora se inclinó hacia él.

– Tú también tienes que saberlo -anunció Nancy-. Acabo de decírselo a Marcy. Esta es mi última transmisión. ¿Qué?

– Tengo familia en Montana, Mike.

– Y yo tengo familia en Dakota del Norte. ¿Y qué de lo que estamos haciendo aquí por esas familias?

– No estoy segura de lo que estamos haciendo aquí; que no sea morir con los demás.

Mike entendía. A veces se sentía igual. Pero él no tenía alternativa al respecto. El pueblo se había convertido en su familia, y ahora también estaba obligado con esa gente.

– Quédate unos cuantos minutos, y te prometo que verás lo que estamos haciendo aquí.

– Vamos, ustedes -gritó Marcy-. ¿Listo, Mike?

Él inició el reportaje actualizando informes de todo el mundo, en su mayor parte de revueltas y cosas por el estilo. Nada acerca del antivirus» como solía hacer. Solamente los problemas.

Les dijo que la muchedumbre sobrepasaba el millón. Habían obligado a parar el tráfico dentro de Washington, D.C., y la policía estaba apartando a la gente. Habían puesto altoparlantes cada cincuenta metros hasta donde Mike podía ver, y en todas las esquinas a lo largo del Boulevard Constitution. La voz de Orear resonaba hacia la multitud. He aquí el periodista de las ondas, el salvador de la gente. Calculaban que en este momento su audiencia en todo el mundo era casi de mil millones de personas. Habían vendido las actualizaciones patrocinadas por Microsoft a cien millones el comercial. Si sobrevivían a esto, Microsoft resplandecería. Si no, morirían con los demás.

Inteligente modo de pensar.

– Estas son las noticias, mis amigos -expresó Mike después de respirar hondo-. Eso es lo que ellos quieren que ustedes sepan. Eso es lo que todo el mundo sabe ahora. Pero me he enterado de algo más, y quiero que pongan atención a cada palabra que estoy a punto de pronunciar, porque la vida de ustedes muy bien podría depender de lo que yo diga a continuación.

Miró a Marcy. Ella estaba más que sorprendida por lo que él pudiera decir. Lo miraba con expectación; ahora ella era más audiencia que productora.

– La esperanza de descubrir un antivirus, a pesar de lo que la Casa Blanca nos ha estado diciendo estas últimas dos semanas, es ahora casi inexistente.

Un manto de silencio cayó sobre Washington mientras él pronunciaba estas palabras. Toda televisión, toda radio, todo parlante transmitía el anuncio de Orear. Mike imaginaba las salas de los hogares de Estados Unidos, en silencio, excepto por los latidos del corazón de quienes lo escuchaban. Esta era la noticia que habían estado esperando. Contra todo pronóstico.

– En cuestión de días, todo hombre, toda mujer y todo niño vivo sobre este planeta comenzará a mostrar los síntomas de la variedad Raison. En días, quizás en horas, después de eso, el mundo como lo conocemos habrá…

Un terrible sonido surgió de la muchedumbre y al principio Mike creyó que uno de los altoparlantes se había sobrecargado con retroalimentación. Pero no eran los altoparlantes, sino las personas.

Un gemido terrible, probablemente de uno de los grupos del «fin mundo», se extendía ahora como fuego.

– ¡Silencio! Por favor, hay más. No se callaron.

– ¡Por favor! -gritó Mike, de repente tan furioso con ellos como lo estaba con la Casa Blanca-. ¡Cállense! ¡Por favor! El gemido decayó. Marcy estaba mirándolo.

– Lo siento, pero no es un juego lo que estamos representando ¡Ustedes me tienen que oír!

– ¡Díselos, Mikie! -gritó alguien; siguió un aluvión general de aprobaciones.

– Óiganme -anunció él levantando una mano-. La realidad es que todos vamos a morir.

Hizo una pausa. Dejó que el ruido amainara.

– A menos…

Ahora los dejó pendientes con estas dos últimas palabras. En momentos como este él estaba plenamente consciente de su poder. Como había dicho el director de la CÍA, quiéralo o no, en este instante Mike era una de las personas más poderosas en la nación. No le hacía ninguna gracia el hecho, pero tampoco podía hacerle caso omiso.