– ¡Tonterías! Esta noche celebramos. ¡Carne y vino!
– ¿Y qué estamos celebrando? -preguntó Chelise; Johan pensó que ella ya se sentía más cómoda.
– Tu rescate, desde luego. ¿Johan?
Una tímida sonrisa recorrió la boca de Chelise.
– Tenemos tres conejos y nuestra agua es tan dulce como el vino. ¿Nos arriesgamos a encender fuego?
– No puedes tener una celebración adecuada sin fuego. ¡Por supuesto que nos arriesgamos a encender una hoguera!
LA NOCHE era cálida y la luna estaba llena, pero Thomas apenas lo notó. Podría ser helada y a él no le importaría. En su pecho ardía un fuego, y con cada hora que pasaba abrazaba más esa calidez. Así se lo repetía él mismo.
Pero al mismo tiempo Thomas estaba plenamente consciente de que aumentaba su recelo. También era probable que él apenas notara la fría noche debido a la oleada de confusión que sentía. ¿Adónde los conducirían sus insólitos sentimientos por Chelise? Ver a sus amigos en el campamento solo realzaba la peculiaridad del extraño romance. Audazmente la había llamado su deleite, por supuesto, pero se sentía como un hombre lleno de nervios en el día de su boda. ¿Con qué derecho había hecho tan atrevidos comentarios tan pronto y en tan contrarias circunstancias?
Los conejos que Johan cazara temprano anegaron el campamento con un delicioso aroma. El grupo conversó un poco y vio cómo los roedores se asaban sobre una varilla. Había muchos asuntos que pudo haber provocado una fuerte discusión en los miembros del grupo, pero Mikil tenía razón: algo más había en el aire, y en comparación hacía parecer insignificantes los asuntos de doctrina y estrategia. Había una romántica tensión en el aire. El aura de amor improbable, si no prohibido.
Thomas se sentó con las piernas cruzadas junto a Chelise, quien con garbo se había sentado en la arena. Mikil se recostó en los brazos de Jamous a la derecha de Thomas. Eso dejaba fuera a Johan y Suzan, la extraña pareja. Pero parecía que después de todo ellos no eran tan extraños. Cualquier pensamiento que hubieran ocultado antes no estaba muy bien disimulado esta noche. Si Thomas no se equivocaba, el hombre al que Suzan se refiriera anoche era nada menos que Johan.
– Queda una pierna -anunció Johan, alargando la mano hacia la varilla-. ¿La quiere alguien?
– El mejor conejo que he comido, y me he comido muchos -se excusó Mikil lanzando un hueso al fuego y limpiándose la boca con el dorso de la mano.
– ¿Suzan? -dijo Johan ofreciendo la pierna libre.
– No, gracias -contestó ella sonriendo; luz de la lumbre le danzaba en los ojos.
La manera tan tierna en que lo dijo… esta no era Suzan, pensó Thomas. ¿Por qué el amor cambiaba tanto a las personas? Johan pareció momentáneamente cautivado por la voz de ella.
– Entonces creo que me la comeré -declaró él, sentándose otra vez al lado de Suzan. Dio un mordisco a la presa, pero Thomas estaba seguro de que Johan no tenía la mente en el conejo.
Chelise los observó, sintiendo sin duda lo embriagador. Miró al fuego con sus ojos blancos.
– No me había dado cuenta de que hubiera tal amabilidad entre el Círculo -manifestó ella-. Me siento honrada de estar en compañía de ustedes.
Un trozo de madera crepitó en el fuego.
– Y yo nunca me habría imaginado que la hija de Qurong pudiera ser tan… dulce o inteligente -expresó Mikil-. El honor es nuestro.
Thomas quiso expresar su beneplácito por la aceptación del grupo, pero se contuvo.
– ¿Cómo pueden amar a quienes los persiguen? -inquirió Chelise levantando la mirada.
– No siempre lo hacemos-contestó Mikil-. Tal vez las cosas serían distintas si lo hiciéramos.
Las llamas acariciaban el aire nocturno.
Chelise se aflojó la capucha de la cabeza. Estaba descubriéndose ante ellos.
– Creo que tus ojos son hermosos -comentó Suzan.
– Gracias -respondió la princesa alejando la mirada.
Thomas la vio tragar saliva. Los ojos de ella eran hermosos, pero era probable que ninguno de ellos viera la enfermedad a la misma luz que él. La estaban viendo a través de los ojos del amor, porque había amor en el aire, pero también la compadecían. Ella tenía la piel plagada de escamas y la mente retorcida por el engaño.
Si él tan solo pudiera corregirlo todo. Se le hizo un nudo en la garganta. Eres hermosa, mi amor. Te besaría con mil besos si me lo permitieras.
Levantó la mirada y vio que Mikil lo observaba. Ella entendía. ¡Ella debía entender!
– Imagino que es maravilloso ser una princesa tan hermosa -opinó Mikil cambiando la mirada hacia Chelise.
La hija de Qurong bajó la cabeza y recorrió con el dedo la arena. Thomas alejó la mirada. Los sonidos del fuego se debilitaban. Mi amor, mi más preciado amor, siento una gran pena. No es lo que crees.
– Jamous y yo saldremos a caminar -informó Mikil-. Toda esta plática de amor no puede quedarse sin respuesta.
Thomas los oyó ponerse de pie e irse, pero no pudo levantar la mirada.
– Igual haremos Johan y yo -expuso Suzan.
Entraron a la oscuridad de la noche.
Chelise siguió arrodillada trazando líneas en la arena, con el dedo blanco de morst para cubrir su vergüenza. La suave brisa llevaba el olor de su enfermedad mezclado con perfume.
– Está bien…
– No -cuestionó ella-. No está bien. No puedo hacer esto.
Ella enfocó la vista en la oscura noche.
– Quiero que me lleves de vuelta en la mañana.
La declaración de ella lo agarró totalmente desprevenido. Fue como si Chelise hiciera girar un interruptor que había activado las esperanzas de él. Ella tenía razón. Nada estaba bien con la juvenil ambición de Thomas por ganarse el amor de la muchacha.
¿Qué estaba pensando él? De repente Thomas se llenó de pánico. La amaba, por supuesto. Él no era un escolar sacudido por el encaprichamiento. Su amor tenía que ser real… ¡Michal se lo había dicho!
Pero también era real el hecho de que Chelise era encostrada sin intención de cambiar. La disparidad entre estas dos realidades era suficiente para descontrolar a Thomas.
– No creo que esa sea una buena idea -objetó él sin convicción.
– No pertenezco aquí.
Thomas se paró. Incómodo. Aterrado por la confusión. Ella tenía razón Eso era lo que lo afectaba más que cualquier cosa. Esta mujer, de la que sin duda alguna se había enamorado, no se sentía… no se podía sentir… a gusto con él. Después de todo él había estado yendo tras las fantasías de un adolescente.
– Discúlpame -suplicó él-. Ya regreso.
Se metió en la oscuridad, sin saber a dónde iba. Debía pensar. Quería esconderse; se sintió avergonzado por dejarla. Pero esto era precisamente lo que ella deseaba.
Thomas rodeó una roca y caminó por la arena blanca, adentrándose cada vez más en el cañón. En la mañana la llevaré de vuelta. La humedad le nubló la vista. No tengo alternativa. Es lo que ella quiere. Si no logra reconocer un regalo al ver uno, difícilmente lo merece, ¿no es así? Ella debería estar corriendo hacia los estanques rojos, pero está hablando de regresar.
Una lágrima le bajó por la mejilla.
– ¿A dónde vas?
Thomas giró hacia la voz a su izquierda. Justin!
¿Podría ser? Retrocedió, parpadeando.
Sí, Justin. Esta vez no sonreía, y apretaba la mandíbula.
– ¿Justin?
– La dejaste -declaró Justin mirando hacia atrás a las rocas que ocultaban el campamento.
– Yo…
Thomas no sabía qué decir. ¿Por qué había visto dos veces a Justin en una semana? ¿Y por qué Justin se interesaba tanto en Chelise?
– ¡Cómo te atreves a dejarla sola! -exclamó Justin mirándolo, sus ojos verdes le brillaron por la ira-. ¿No tienes idea de quién es ella? Yo te la confié.
– Ella es Chelise, hija de Qurong. No sabía que me la hubieras confiado.
– ¡Ella es la que mi padre preparó para mí! ¡Has dejado a mi novia sollozando en la arena! -profirió Justin, caminó algunos pasos hacia el campamento, luego se volvió, agarrándose la cabeza con las manos.